Las historias que fue hilvanando Bea Bosio cada semana durante más de dos años en las páginas del Gran Domingo son “pequeñas” si las vemos desde lejos, a la sombra de las noticias sobre acontecimientos mundiales de los que hablan la mayoría de los medios de comunicación. Pero si nos acercamos a verlas desde nuestra dimensión humana, son grandes. Tan grandes como fueron para ella, al descubrirlas y relatarlas para nosotros desde la emoción y el alma. Hoy ya están guardadas en el cofre de un libro para deleite de sus lectores.
- M.N
- Fotos Eduardo Velázquez
- Ilustraciones: Yuki Yshizuka
Tal vez por por eso, porque son pequeñas historias de gente común que se nos muestra en toda su dimensión humana gracias a la lente de alma de Bea Bosio, que nos acerca eso que tal vez no vemos en la superficie pero nos hace detener en su prosa, impactados por una frase, una manera de decir quién y cómo vivió un momento, un drama terrible, una alegría inmensa, un amor contrariado, una pasión desesperada, un dolor que florece en generosidad, una búsqueda de décadas para darle descanso a un padre cuyos huesos les han sido negados por el odio; una visita a la más humilde de las casas que oculta riquezas infinitas, un viaje por el río en busca de su propia canción…
Todo eso y mucho más es lo que navega por estas Crónicas que desde el alma de Bea nos alimenta nuestras propias almas. Y a ella, me dice horas antes de que muestre éste su “hijo de papel” ante el público de la FIL que la espera con ansias, “Las historias en las que traté de enfocarme son principalmente humanas”. Y recuerda muchas de ellas, yo diría que todas con mucho afecto y rescata que para ella, “justo es lo que me marca la diferencia porque en la plataforma de Instagram también me nutro y disfruto mucho de la interacción con los lectores”.
CONTAR HISTORIAS
Rescatar del olvido el nombre y más que eso, la vida extraordinaria de la gente común como – recuerda–. “Como las hermanas de Santaní que en un accidente pierden a sus padres y piden que no las separen y llegan al acuerdo de quedar bajo supervisión de la abuela que vive al lado y montan un copetín y la ciudad les compra y apoya. Eso nos recuerda aquel proverbio africano que dice que “Se necesita un pueblo para criar a un niño”.
Y también rescata el valor agregado al publicar esas historias de vida en un diario, lo que las acercó a otro tipo de lectores que respondieron de una manera que la sorprendió y creó para ella nuevas cercanías: “las experiencias maravillosas vividas, como cuando un lector, el señor Raúl, de Concepción, que me pide que le escriba la carta de boda a su hijo y me pasa sus palabras, le corrijo la carta y me manda tres litros de miel pura como regalo”.
Bea sabe que esos encuentros son posibles sólo a través de las palabras que ligan personas y anécdotas, sueños y dolores también que se guardan para siempre. “Para mí a través de ellas se genera un vínculo muy especial, por ejemplo con Robert el hijo del chofer de la carroza de María Auxiliadora que se reconoció en la historia que relaté de cuando iba a esa procesión con mi padre y se contactó conmigo y a quien conocí y compartí ahora esos momentos”.
Tampoco se olvida del mozo de un bar que le sirvió un café que le contó una conmovedora historia “En este viaje al Paraguay y sus glorias como las de las niñas de Santaní y el Paraguay de sus miserias más profundas y duras: la del terrible crimen de odio a un mbya indigente que queda impune…”.
Siempre con las ilustraciones de la artista plástica y amiga Yuki Yshizuka, que acompaña cada relato con su magia, Bea va contándonos un viaje por la entretela de la realidad en cada una de sus entregas que ahora se pueden disfrutar en el formato de un libro que se ofrece –editado por la Universidad del Norte de la que ella es parte del cuerpo docente– con un diseño casi minimalista, para no quitarle protagonismo a las palabras y menos aún a los verdaderos dueños de esas historias: la gente.
DETENERSE A ESCUCHAR
En este tiempo donde la comunicación entre la gente suele reducirse a los pocos caracteres que caben en un twiter o un mensaje de texto que a más de una vez es sólo un emoji, que alguien detenga su marcha diaria en cualquier parte del mundo para escuchar atentamente lo que otra persona siente o está atravesando es casi una costumbre humana en vías de extinción que ojalá recupere su importancia suprema.
Bea se detiene a escuchar con tanta atención lo que muchos no vemos y menos aún nos proponemos escuchar. Ella tiene ojos y oídos dispuestos a descubrir las maravillas del Universo, aún en un rincón sin nombre conocido, en un barrio donde vive la gente común y corriente o en la fila de un supermercado. Porque ahora recuerda otra historia que la conmovió: “La del estudiante de medicina conociendo su historia leyendo en la cola del súper en t i e m p o s de pandemia y por el distanciamiento social que p e r m i tía entrar por turnos. Él pensando que va a dejar la carrera porque en pandemia era muy duro acceder hasta los libros y en la fila de ese súper conoce al médico que ha venido al país pero está triunfando en su profesión en el exterior y, conmovido por la historia, luego le hace llegar al estudiante todos los libros que necesita de su biblioteca”. Recordamos ese relato con el alivio y la alegría que a veces sentimos al leer un cuento para niños o un relato hecho comedia de tiempo de Navidad.
También está el dolor que no termina ni tiene final feliz. “Hubo muchas historias humanas que me conmovieron profundamente – dice– “como la conmovedora búsqueda, tenaz y llena de sinsabores de Rogelio Goiburú que aún luego de tantos años sigue buscando los huesos de su padre para darle sepultura merecida y cerrar así una historia de injusticias y dolores. Ese amor por encima de todo, esa terca ternura de hijo queriendo recuperar el vínculo a través de un encuentro que sane el corazón”.
La charla debe terminar porque la gente espera en el auditorio que comience el acto de presentación. Ahí están y ella debe comenzar a contar al público el porqué de sus Crónicas desde el Alma, invitarlos a recorrer el largo viaje de dos años y medio de nombres y lugares que rescatan lo mejor de los seres humanos de aquí y de todas partes.