Por Ana Barreto Valinotti, historiadora

Un viaje a Buenos Aires, una visita al Museo de Arte Latinoamericano MALBA, las obras de artistas paraguayos bajo la curaduría de Lía Colombino fue recibida con mucho éxito de público y excelentes críticas en los medios de comunicación, se refleja aquí en las palabras de la historiadora Ana Barreto Valinotti que se encontró con las obras en ese espacio tan especial.

Corriendo de la estación de subte de la Facultad de Derecho para tomar algún taxi que me lleve al MALBA. Aunque mi vergonzosa impuntualidad siempre me tiene corriendo de un lado a otro en Asunción, no sé por qué supuse que en Buenos Aires –aunque fuese luego de 7 años de no visitar la capital argentina– iba a ser diferente. Faltaba un poco más de una hora para el cierre del Museo de Arte Latinoamericano y no quería perderme la exposición “Aó Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay” bajo curaduría de Lía Colombino.

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Cuando llegué a Buenos Aires, otras colecciones museales estaban prioritariamente en mi agenda, así que anoté al MALBA como una posibilidad solo “si daba tiempo” porque ¿Qué tanto me podría mostrar del Paraguay que no conociese? ¿Tejidos? Si es sobre tejidos, tejidos conozco casi todos, física y figurativamente ¿quizás las arañas de Joaquín Sánchez? Sí, me repetí así monologando sobradoramente.

Sin embargo, unos días después cambié ese orden.

Decidí tomar el tren en la estación de Constitución para ir a una localidad sur del conurbano bonaerense (que pudo haber sido un viaje en taxi) en parte por lo hermoso del fin de semana y en parte porque, realmente, pese a estar cercanamente vinculada con Buenos Aires hace unos quince años, no lo había tomado nunca.

EL GUARANÍ EN CADA ESQUINA

El viaje empezó tal y como lo había leído varias veces en las pequeñas bitácoras de viaje que escribe en su muro de Facebook el escritor paraguayo –radicado en Argentina– Iván Silvero Salgueiro. Los pasos presurosos de los trabajadores y trabajadoras (pese a que era un sábado), los canastos de chipas en la entrada de la estación, el guaraní que se escucha al paso en la conversación de dos personas. Eréma nio. Cierto que hasta los acentos argentinos se mezclan en Constitución, pero realmente me di cuenta lo perceptible que es el paraguayo, y sí, aunque se disfrace bajo la tonada de un castellano porteño.

En una hora de viaje, esas percepciones se acrecentaron. En cada canasto sobre la cabeza de un joven chipero. En la canasta sostenida por el codo doblado de un vendedor de sopas paraguayas. De una polca jahe’o que sonaba baja. Y del rostro de muchos varones esa mañana de sábado, cansados, regresando a sus hogares. Era el día de la patria, yo no estaba en el Paraguay, pero el Paraguay estaba ahí, con toda sus tradiciones e historia andando sobre los rieles. Eguatamína.

Al bajar en la estación, aunque ya había sol, seguía haciendo frío. Y las canastas de chipas eran más abundantes. Y había cocido. Y había ka’i ladrillo. Y el guaraní ya no sonaba agazapado, sonaba más fuerte, incluso en risas. Un señor me ofreció lo que tenía en la canasta hablándome en paraguayo ¿Cómo se dio cuenta? En ese momento sentí que todo ello actuaba como un abrigo en la distancia. Ohechagaʼueterei. Una frazada para la añoranza. En ese momento, creo, pude comprender la obra de Feliciano Centurión. Y supe que debía ir a ver la muestra.

LAS MARAVILLAS

Entré rápido al MALBA y me dirigí directamente al piso donde estaba la exposición. En la sala amplia, de colores claros, daba la bienvenida como una enorme lengua “El gran manto” (2018) de Ricardo Migliorisi junto a las bordadoras Natalia Velázquez, Elena Vega e internas del taller de la penitenciaría del Buen Pastor, a un Paraguay narrado desde el hilo y el gesto de hilar.

Esa sala se me configuró como la propia Buenos Aires. Diferente. Fría. Grande. ¿Qué Paraguay escogió Lía para narrar? ¿Qué se puede narrar con telas, hilos, bordados, bordadoras?

-La historia. Fue lo primero que me respondí calladamente cuando vi la obra “Apyte Aó” (2011) de Claudia Casarino y me dio un nudo en la garganta recordar los canastos de chipas que había visto a lo largo del recorrido del tren de la Línea Roca e imaginar –al mismo tiempo– las manos de las paraguayas transmitiendo las recetas, testando el punto del fuego, horneándolas –tal como lo hacen en el Paraguay– y junto a hombres, ofreciéndolas. Esta obra la había visto siempre en fotografías, pero ahora, lejos y cerca, me remitía a demasiadas cuestiones ligadas a los temas sobre los que escribo: el lienzo doblado sobre la cabeza de las mujeres que sostiene sus canastos y palanganas con comidas, pescado y pollo fresco, menudencias, con ropa recién lavada. De lo que hacen las mujeres cuando se juntan y comparten el trabajo. De aquello que hablan, de lo que callan, de lo que lloran. Kuñanguéra oñondivepa. Lo mismo que en “Corollas” (2019) –pero más personal– la representación íntima del universo femenino en tanto cuerpo, en tanto obligaciones.

Luego de ver a Casarino, cada obra me pareció un retazo de historia (a veces del Paraguay, a veces de las mujeres) y algo del presente.

Como la historia paraguaya tiene construidas idealmente a sus mujeres, la muestra Aó, fuerza ese relato desde las propuestas “Piré” (2018) de Félix Cardozo junto a Celeste Delgado, “El vértigo de lo lento” (2010-2022) de Mónica Millán junto a Petrona Martínez y “Sí, quería” (2001-2022) de Joaquín Sánchez. El hilo, el tejido, las redes (de araña, reales y figurativas) y el tiempo transcurrido desde las manos de las bordadoras narran un Paraguay sostenido desde el trabajo, por la violencia a veces y el desamparo de las mujeres.

Me pareció que Karina Yaluk con su “(…) acontecimientos en el jardín nocturno” (2000) hacía de marca entre esta narrativa femenina pasado/presente y una más actual política. Con “Atrévete al silencio/Wage Die Stielle” (versión 2022) Osvaldo Salerno retorna a un aforismo de Roa Bastos con el que, cargando la pesada herencia de la dictadura estronista, empuja a repensar no solo en políticas públicas lingüísticas del Estado, sino principalmente en la tensión social del castellano y el guaraní. Oka’irague ase añehetu okaipeguáicha. Esas palabras en guaraní casi imperceptibles en Constitución me sonaban más fuerte en el MALBA. La puja histórica por la tierra y la deforestación cobran cuerpo/objeto desde el techo hasta el piso, en la obra “Proyecto Herbolario” (2022) de Marcos Benítez.

LA GUERRA Y MÁS

La guerra y la historia política, sin embargo, me reservaron dos sorpresas, la primera con hilos de los colores de Paraguay y Bolivia hechos un gran ovillo en “Banderas” (2009) de Joaquín Sánchez, y la segunda con “Descalzado” (2016-2022) de Arnaldo Cristaldo.

“Descalzado” de Cristaldo me produjo el mismo nudo que “Apyte Aó” de Casarino. Ahí, en esa gran habitación del MALBA, la patria se presentaba en su día tal como era: un lienzo blanco, y también un lienzo oscuro, con el escudo nacional bordado/desbordado, con las puntadas exhibidas, vacías. La patria que forjamos. La patria que tenemos. El Paraguay que no podemos ocultar. Un país de hilo y entramado.

Y a la salida –porque quise que fuese de salida y no de entrada– me fui viendo las frazaditas primorosamente bordadas con “Te quiero” (1993) y “Soy el viento que nunca muere” (década del 90) de Feliciano Centurión. Y no miré atrás. Abrigada por el pequeño calor de un artista migrante ante tanta patria, patria narrada en Buenos Aires y también en la estación Constitución.

Nota al pie. Cuando visité la muestra, las arañas vivas que hacían parte de la obra “Sí, quería” de Joaquín Sánchez, habían sido retiradas de la caja por decisión del MALBA ante el debate del uso de animales vivos.

FICHA

Aó. Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay.

08/abril al 02/agosto

Nivel 1 Sala 3

Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

Curaduría Lía Colombino



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