POR ESTEBAN AGUIRRE - @PANZOLOMEO

Algún tiempo atrás había bajado al teclado la noción (y personal opinología) de que “Paraguay es el Irlanda de Latinoamérica, el problema es que no lo sabe”. Este, tal vez, no disparatado comentario hace alusión al ocultismo nocturno del alcoholismo social con el cual la sociedad paraguaya propicia sus encuentros.

Si bien la idea de tomar como cosaco que festeja su cumpleaños en la Chopería del Puerto determina tu grado de hombría en este país de tierra colorada, esto en realidad no está basado en cuánto tomás, sino en qué tan temprano o “antes que el resto” te quieras retirar del encuentro social. He ahí donde la irlandesa idea vuelve a tener sentido, usted tranquilo/a estimado/a lector/a, eventualmente todo este tren de pensamiento tendrá algún sentido, las ramificaciones de este divague ajeno están absolutamente bajo control, si no me lo cree, sírvase a lamer su dedo pulgar y pasar a la siguiente página y/o clickear en el banner de la publicidad de colchón que tanto ando buscando.

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Como les decía, Irlanda, un país que tiene un similar consumo per cápita de alcohol a Paraguay, con un principal diferencial: el horario de dicho consumo. Tomemos un día tradicional de buen beber en la vida de nuestros “suertudos amigos” europeos; el irlandés sale del trabajo a las 5 de la tarde, encara el pub como caballo post derby y toma durante unas buenas 5 horas, para que a las 10 de la noche se encuentre en su casa, cenando en familia, con un bocado de algún plato amigo, corpulento y yerador, algo de zapping sin sentido y directo a la cucha para las 12, listo para volver a empezar el desafío del día siguiente.

Mirando un poco hacia nuestra tierra, el paraguayo es traicionado por sus cortas distancias y cómoda logística, como decía el amigo de un amigo: “En Paraguay todo queda a media hora... depende a qué hora salís nomás”; esta logística nos da la extraña sensación de poder hacerlo todo porque todo queda “acá a la vuelta nomás”.

Terminamos disfrutando de nada en un entero, saliendo de la oficina vamos directo hasta la casa para meterle una especie de merienda, siesta, ducha, whatsappeo para volver a emerger “a eso de las dieeee, dieeeymedia” de manera de tomar (coraje) hasta las “dooooce, dooooooceymeeedia” para luego empezar un maratónico y existencial proceso de autoanálisis y negación hasta “eso de las 3 de la mañana”cuando el “Ey! Que maricón que sos!” ya no es suficiente para detener al confundido bebedor/trabajador paraguayo que decide encarar el retorno a casa para sufrir pesadillas sobre la resaca de su resaca con la cual tendrá que lidiar al día siguiente.

Tal vez este texto me encuentre navegando la cuarta década y algo nostálgico de mi versión de 20 que lidiaba con los duros amaneceres con un lavado de cara, medio yerón y un tereré pantano. Hoy la historia se siente distinta, las resacas ya empiezan a durar 48 horas y las llamadas a la oficina son cada vez más fantásticas, “disculpe, jefe, lo que pasa es que mi auto le embarazó a mi perro mientras le chocaba al cartero del vecino… él pues no usa wifi, jefe”.

“Beber y comer son cosas que has de hacer” narra el refrán al que con orgullo celebramos en Paraguay, la primera parte de la tarea la tenemos bien clarita, la segunda, la de cuidar la longevidad del tiempo en que queremos hacer esto, de disfrutar de más cosas que solo el alcohol, sino la conversación, el momento, el sabor de todo el contexto, de entender que saber vivir es vivir para saberlo, eso tal vez, no lo sabemos hacer muy bien, pero siempre se puede aprender.

No en vano Oscar Wilde decía: “El trabajo es la maldición de la clase bebedora”, mientras, en el fondo mi vecino grita “¡¿A qué hora pío arrancamos hoy?!”

¡Salú!

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