- POR ESTEBAN AGUIRRE -
- @PANZOLOMEO
Alguna vez, en mis muy breves años de fracasado intento “fuolístico”, me gritaron desde la banca “¡Gordo!, a vos te dicen papa verde… ¡no servís ni para ñoquis!”, momento en que mi carrera en el “deporte más hermoso del mundo” llegó a su fin y se dio inicio a una especie de psicosis –tipo flashback de Vietnam– en donde cada vez que escucho la palabra “ñoquis” mis antenitas de vinil empiezan a detectar la presencia del enemigo.
La semana pasada dicha receta italiana, el gnocchi, latinizada con la Ñ y con la salsa estofada de peceto, se puso en tela de juicio. En particular, el ñoqui del comedor de la ciudad de Altos llamado Ña Ñeca. Todo se inició con una reseña poco feliz en un grupo de cara libro de (autodenominados) críticos y gourmets paraguayos, quienes se caracterizan por “trozar” a la restaurantería paraguaya, a veces, tal vez, con conocimiento de causa, pero en líneas generales siento que le roban la ñ al ñoquis y lo emplean en la palabra ñaña. En dicha comunidad, una foto del menú del Comedor Ña Ñeca con el titular Ñoquis de Oro y un círculo resaltando el precio del plato de G. 53.000 fue subida, desatando un sinfín de memes (debo admitir que me reí mucho del video de Pablo Escobar soltando el narcotráfico para dedicarse a la venta de ñoquis) que volvieron momentáneamente infame a este comedor que fija residencia en la cuna de Luis Alberto del Paraná.
Todo este escándalo –o mejor dicho escandalización digitalizada– para mí tiene un origen previo al posteo del “ñoquis de oro” y creo que de cierta forma se explica mejor entendiendo el concepto de gentrificación, o como a mí me gusta llamarlo “se mudó un hípster a mi barrio”.
Gentrificación, en pocas palabras, es el cambio que se produce en la población de los moradores o “usuarios” de un territorio a medida que los nuevos “usuarios” son de un estrato y estado socioeconómico superior al de los previos, los cuales son desplazados de sus barrios y costumbres diarias en ese proceso. La misma se aplica también a los comercios, en este caso gastronómico, ya que el proceso clásico de la gentrificación se implementa, casi de manera orgánica, a través de cuatro fases que se enlazan entre sí: abandono, estigmatización, regeneración y mercantilización. Dichas fases vuelven a determinar la oferta de valor inmobiliario y comercial de la zona; en el ejemplo que estamos hablando, el valor de un suculento plato de bollitos de papa y harina de trigo.
Si uno retrocede en el tiempo, antes de que el Comedor Ña Ñeca haya entrado en el radar de Instagram de un segmento influenciador en busca de autoproclamada reconexión con las raíces, sacándose fotos y jactándose de comer un puretón en el centro, un pira caldo en el Lido (“abundante picante Cica loco”) y eventualmente un tallarín con estofado, o un “infame ñoquis” en lo de Ña Ñeca, su precio estaba acorde a su público local, el cual dudo haya pagado semanalmente G. 53.000 por un plato de ñoquis, y probablemente haya preferido el de la tía abuela que “suele luego hacer cada dos semanas”.
Irónicamente, si bien Ñeca usa ingredientes “de primera calidad”, como declaró en los medios de prensa posterior a este revuelo, este precio fue subiendo gracias a los mismos comensales que ahora lo rotulan de “impagable”. Efectivamente, la pandemia y la cantidad de personas que se mudaron a San Bernardino durante la misma tuvieron un efecto al respecto. La popularización del comedor y sus platos era inminente, y como en todo cuento de hadas debe existir un/a villano/a que diga “Ah!, si a todes les gusta, ¡yo seré la persona que vaya en contramano!, plato y restaurante cancelado!... y porfa, no se olviden de seguirme y darme likes, si na”. Somos así, buscamos una popularizada individualidad simplemente por opinar opuesto al resto, sin necesariamente pensar en los factores, me animo a decir antropológicos, alrededor del efecto que nuestras palabras puedan tener en esta nefasta nueva idea de una “cultura de cancelación”. El sin sentido que representa la sobreexposición de todo este revuelo alrededor de un plato, olvidando a las personas que trabajan día a día para hacerlo, me parece un claro ejemplo de ese rótulo de país “balde de cangrejos” que, lastimosamente, nos define.
Escribo con conocimiento de causa, ya que felizmente tuve la oportunidad de comer con ganas en lo de la estimada Ñeca, y me considero un entusiasta de su milanesa rellena con ensalada alemana (plato favorito de mi buen amigo, el presidente Rojas), la cual ni siquiera es para tirar cohetes, pero sí para que me valga el ocasional paseo hasta Altos y sentarme a comer rempujando con una “Coca vidrio” de litro y un poco de limón, así de rabia nomás ya. Con eso en mente, mi sugerencia pública a la estimada Ña Ñeca, su familia y colaboradores es que saquen una versión más popular de su producto a un precio fotografiable por sus críticos de Facebook, y que mantengan el “ñoquis de oro”, pero que lo rebauticen (acá viene la parte buena) “Los Ñequis”, haciendo alusión al nombre del comedor y su creadora, creando en el proceso un plato digno de restaurante destino, que valga la pena la publicidad no solicitada y que día tras día evolucione dicha porción de almohaditas de papa rumbo a convertirse en un plato / local de destino turístico, además de un necesario bocado para todos los comensales que ya lo conocen y un “Tengo que ir a probar” para quienes aún no cucharearon una “buena mandibuleada” de los, ahora afamados, “Ñequis”.
El viernes de la semana que viene cae 29, si te queda un resto, y querés ir a ver de qué se trata tanto jolgorio, estos días, este clima y estas ganas de salir de paseo pospandemia son las excusas perfectas para pegarte una vuelta a saludarle a Ña Ñeca y su afamada olla de oro, te lo dice un gordo más (verde) papista que los ñoquis de papa.
¡Salú!