Solo una antigua y maltrecha cruz de madera marca el lugar exacto donde piadosas mujeres que sobrevivieron a la orgía de sangre desatada en Acosta Ñu enterraron los cuerpos que pudieron rescatar del campo de batalla. Kurusu Dolores, un cementerio de niños mártires, víctimas de la infame Triple Alianza.
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FUEGO Y SANGRE
El periodista brasileño Julio José Chiavenato afirmó en su libro “Genocidio Americano” que el incendio del campo fue con la anuencia del conde d’Eu, para rematar a los niños heridos en batalla, y a las desesperadas mujeres que dejaban sus escondites en los bosques para ingresar al pastizal en busca de sus hijos, hermanos y maridos.
Para Chamorro, la versión de Chiavenato hay que tomarla con pinzas y se debe analizar otros escenarios (en la Guerra de Secesión por ejemplo, era común apilar los cuerpos y quemarlos). “No sabemos en realidad con qué intención fue (la quema). (Lo cierto es que) los brasileños se ensañaron mucho con la población civil en Cordillera. Ocurrió (masacre de civiles) en Valenzuela, en Piribebuy… No sabemos, nadie tampoco te va dejar un testimonio de esa clase de actos, nadie va decir ‘sí, nosotros queríamos matarle a la población civil’. Podemos contar los hechos, pero es difícil (tener certeza de las intenciones). La quema fue antes de terminar la batalla, cierto, y las mujeres salieron mucho después de eso, porque tuvieron que esperar que los brasileños se alejen”, comentó.
El horror no terminó allí porque los brasileños “se quedaron tres días por la zona matando todo lo que había”. “Pero sí, probablemente se hayan dado escenas (en Acosta Ñu) como lo que pasó en Piribebuy (niños degollados mientras suplicaban), hay relatos (brasileños) de eso. Eran niños”, lamentó.
BERNARDINO CABALLERO Y LA CONCEPCIÓN DE LA NIÑEZ
La polémica figura del general Bernardino Caballero es atacada desde hace décadas por propios y extraños a raíz de la implementación de niños soldados en las filas del Ejército paraguayo y por la muerte en masa de estos, mientras el alto mando continuaba con las penurias de la diagonal de sangre, con término el 1 de marzo de 1870 con la muerte del mariscal López a orillas del Aquidabán-Niguí, en Cerro Corá.
Sin embargo, hay cuestiones que contextualizar para dar objetividad al debate y así intentar comprender –no justificar ni defender– las decisiones tomadas por Caballero y sus subalternos.
Chamorro indicó que “en aquella época no estaba mal visto eso (niños enrolados)” y que tampoco existían las reglas de combate que hoy sí se manejan. “Había una ‘normalidad’ en cuanto a eso. Fijate que durante 30 años nadie se acordaba de Acosta Ñu, recién llegados los años 1900 cuando empieza el discurso nacionalista paraguayo y también cambian los conceptos con respecto a cómo era percibida la niñez y la infancia, a partir de allí es que se comienza a recordar (Acosta Ñu). ¿Por qué? Porque justamente no era ‘raro’ que hubiera niños peleando. No era un escándalo que salía al otro día en los periódicos del mundo”.
RESPONSABLE, SÍ
Las atrocidades cometidas contra la población civil son injustificables. La historia atribuye la autoría intelectual de las mismas al conde d’Eu, que llegó al Paraguay cuando el Duque de Caxias entregó el comando del Ejército brasileño al emperador Pedro II para volver a Río de Janeiro tras las victorias en Abay e Itá Yvaté en diciembre del ‘68.
El 20 de febrero de 1869, tras la toma y saqueo de Asunción, Pedro II nombró al conde d’Eu, marido de Isabel de Braganza, la princesa imperial, como nuevo comandante del Ejército suyo.
La llegada del conde d’Eu obedecía a la tenaz resistencia paraguaya que dificultó el ya inexorable desenlace de la contienda y a su vez amenazaba la estabilidad de la corona de los Braganza.
El historiador Fabián Chamorro manifestó que en la mayoría de las ocasiones y como es recurrente con oficiales de su rango, el conde d’Eu ni siquiera estaba en el campo de batalla y seguía el desarrollo del combate lejos de todo peligro. Sin embargo, recuerda que “el comandante es responsable por las acciones de sus tropas”.
Uno de los más despiadados subalternos del conde d’Eu fue Vitorino José Carneiro Monteiro, quien dio la orden de quemar el hospital de sangre de Piribebuy. Se cuenta que mandó cerrar el edificio con los heridos y enfermos dentro, prendiéndoles fuego. Otras versiones dicen que no cerró ni puertas ni ventanas, sino que mantuvo a los desdichados dentro de aquella hoguera a bayonetazo limpio, quemándolos vivos.
Otra cuestión se posa sobre el término ‘genocidio’, que en aquella época aún no fue acuñado (recién en 1944), pero ese es material para otro artículo…