Por Pepa Kostianovsky

El humor como parte indestructible del carácter ayuda a atravesar cualquier situación y sortear con mayores posibilidades cualquier desafío. Esta vez, es una “costumbre cultural” ligada a la poligamia y poliandria la que sirve para retratar la manera en que se echa mano a la alegría para superar cualquier obstáculo en la vida.

Los “cuñados indios” y –por extensión– los “parientes indios” pertenecen a una categoría formulada con algo de ironía y mucho de humor.

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Según afirman los viejos cronistas, la etnia guaraní practicaba habitual y públicamente tanto la poligamia como la poliandria. Y se aplicaba el mismo vocablo “che rovaja”, “mi cuñado”, tanto para referirse al hermano como al “otro servidor” de la amada.

De modo que por tradición y fraternidad, se extiende esta acepción a todo aquel o aquella con quien nos relacione la compatibilidad de afectos, aun cuando no fueran concomitantes.

Cada capítulo sentimental, así como crea un “parentesco indio” entre los sucesivos “únicos amores de la vida”, suele aportar también una numerosa y variada fauna familiar.

Mi “cuñada india” preferida se la debo a Eduardo, ¿recuerdan la rubia hermosísima con quien bailaba en el Hotel Guaraní antes de caer en mis redes?

Pues bien. Se llama Mema.

A mí me divertía recriminarle su demora en rendirse a mis plantas, diciéndole que estaba sujeto por los encantos de aquella blonda circe.

Yo tengo por costumbre no entregar directamente los regalos. Me gusta dejarlos sobre la cama o una mesa, para que el destinatario los encuentre como por casualidad.

Eduardo, indefectiblemente, expresaba su contento con una pregunta particularmente boba:

–Mirá esto ¿quién lo trajo?

A lo que yo respondía:

–Mema, vino por aquí y lo dejó para vos.

Podía tratarse de una camisa de hilo, de un frasco de Eau Sauvage o de medio kilo de queso cuartirolo. Siempre repetíamos la escena y nos parecía graciosísima. Dicen que el amor pasa por reírse de las mismas pavadas.

Curiosamente, mis hijos heredaron la reacción paterna.

–”¿Quién me compró esta remera?”, “¿quién trajo estos zapatos?”, “¿de dónde salieron estos alfajores?”, “¿quién hizo mousse de chocolate?”, “¿quién me arregló el placard?”, “¿quién le cambió el foco a mi velarodor?”, etc., etc., etc.

Y la respuesta es siempre la misma.

–”Tu madrastra, Mema”

A veces me ganan de mano y celebran la sorpresa diciendo: “Mirá qué lindo pantalón me regaló mi madrastra Mema”. “El chancho que cocinó Mema está sensacional”. “Qué amable mi madrastra Mema, me hizo lavar el auto”.

El juego ha trascendido fronteras. Olga tiene una amiga en Bogotá, que cuando el marido pregunta: “Qué bueno, ¿quién lavó las uvas?”, le responde: “Mema, la madrastra de Olgui, viene todos los días, las compra, las lava y las pone en la frutera”.

Mi amiga Mirtha Kovecevich, que es también amiga de Mema, quiere organizar una fiestita para presentarle a sus “hijastros”. Pero me temo que ella no va a aceptar, ya que para hacer honor a su fama tendría que llegar más cargada que Papá Noel.

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