ÑEMBONVIVANT
- POR ESTEBAN AGUIRRE -
- @PANZOLOMEO
“Esta es una comedia triste”, me decía Guada el otro día mientras hablábamos de la obra teatral sobre la cual dediqué unas líneas la semana pasada, “Tres tigres tristes”. Siendo un gran entusiasta de las contradicciones que se balancean en el acto de contradecirse, me quedé pensando sobre la regla de la dramaturgia que dice que “tragedia + tiempo = comedia”, lo cual sugiere que cualquier cosa, sin importar su gravedad, eventualmente será algo que lograremos tomar a la ligera, casi de manera terapéutica; todavía sigo esperando el momento en que las torres gemelas sean simpáticas, pero parecería que hay que darle más tiempo che.
La tragicomedia, como su propio nombre nos indica, es una obra que combina los elementos naturales de la tragedia con la esencia de la comedia. Ofreciendo así al público un mensaje diferente y con personalidad. Gracias a la unión de estos dos estilos, este género busca reflejar los problemas de los grupos sociales. En el caso de esta obra, la última función que pude presenciar me llamó poderosamente la atención ver a personas que se echaban a llorar por algo que específicamente les robaba una risotada a otros espectadores. Era como ver esos dibujitos animados orientales que se ríen y lloran al mismo tiempo con la boca abierta para vociferar al mundo todas las emociones de una sola vez.
Qué cosa increíble, generar dos sentimientos opuestos con la misma acción. Cómo se nota que cada uno completa, o mejor dicho elige su propia aventura con la carga emocional con la cual se expone a una historia, sea una obra teatral, una película, un libro, no importa, nosotros somos únicos en ese viaje, y eso lo vuelve fascinante. Es como cuando volvés a leer “El Principito”, y la rosa ya no simboliza a tu abuela o mamá o amor adolescente, simboliza algo que está presente en tu presente. Simboliza cómo te sentís mientras sentís.
“En la tragedia cada momento es una eternidad; en la comedia, la eternidad es un momento”, una cita que probablemente ayuda a darle algo de claridad a este momento agridulce que viven los distintos espectadores de una misma historia. En un momento de la noche, mi cuñada, que todavía trataba de recuperarse de una catarata de lágrimas me habló de una parte de la obra y me dijo: “Me hizo acordar a mi papá”, no habrán transcurrido ni diez minutos cuando me topé con otra persona en la tertulia posfunción que me hizo referencia al exacto momento del que hablaba previamente, diciéndome “en esa parte, no sabés lo que me cagué de risa, me re hizo acordar a mi viejo”. Increíble cómo los recuerdos son una casetera de temas akã vai o hits del verano del 98.
¿Será cierto eso que dicen que la vida es una comedia para quienes piensan y una tragedia para quienes sienten? Me parece un poco blanco y negro cuando claramente el lugar de encuentro, de empatía, yace en la escala de grises (hasta sonó poético y todo).
Definitivamente los paraguayos transitamos en dichos grises. Es como si no tuviésemos ningún sentido del humor, sino un sentido trágico de la risa. Tal vez por eso cuando nos reímos necesitamos hacer el golpe fuerte de muslo seguido por aquel anhelado “¡Hííípuuu!” con un cierre que oscila entre “Así es…” y/o “Eeestá bien”.
Me llevo el entendimiento de que la tragedia es una gran maestra, una herramienta para que los seres humanos adquieran aprendizaje de lecciones ni esperadas, ni solicitadas. De por sí el concepto original del Ying Yang dice que “toda tristeza tiene su felicidad y toda felicidad tiene su tristeza”. No podríamos ser felices si no conociéramos la tristeza y viceversa. Probablemente, el momento en que fijamos la lección en la cabeza es cuando la tragedia finalmente se sube a la máquina del tiempo y llega a ese anhelado momento de convertirse en esa carcajada que tanto andábamos necesitando.
“Solía pensar que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que es una comedia”, Arthur Fleck.