¿Se puede viajar al túnel del tiempo a partir de un legendario colegio? Hoy Toni Roberto nos confirma llevándonos a recuerdos del viejo Dante Alighieri sobre la legendaria calle Alberdi, que mañana lunes 14 de marzo cumple 127 años.
Caminar por la calle Alberdi, entrar a la ex casa Egusquiza y encontrase con antiguas placas de bronce de generaciones de alumnos del Dante, seguir y llegar al viejo patio central donde se huelen, sonidos, canciones y el recuerdo de grandes profesores que pasaron por esta institución, abrir algunas de las altas y antiguas puertas de uno de los salones en doble altura y encontrarle a Gladys “Laly” Dávalos en el espacio que ocupa desde “tiempos inmemoriales”, subir las escaleras del fondo y llegar a la gran biblioteca del edificio de la Societá Italiana y charlar con las bibliotecarias Margarita Rojas y “Muñe” Aguilera Buongermini, es un verdadero paseo al pasado.
Charla de por medio, empiezo a recorrer los impecables y ordenados archivos fotográficos, en la memoria, se me entrecruzan “tiempos sin tiempos” en blanco y negro, una antigua foto de los años 30 con el título “Alumnos de ciencias”, se observa en él las paredes, vetustas imágenes de personajes importantes, un maltrecho mapa de Europa, neoclásicas vitrinas, una maestra de antes y los niños mirando a quién sabe qué antigua cámara de algún fotógrafo anónimo de la época.
De repente, miro a una vieja ventana y veo de lejos el moderno hotel Guaraní que apunta con el remate final de su arquitectura hacia el cielo, rodeado de “ochentosas” arquitecturas como diciéndome “acá estamos representando a otros tiempos”, yo desde el interior de la gran biblioteca Irene Borello de Amodei, sigo sumergido en una época “sin tiempo”. Suena el teléfono, es un largo mensaje de Hernán Salazar, alumno de la promoción 1968, quien cuenta emotivos relatos de su paso por el viejo Dante de los años 60.
FESTEJOS DEL 2 DE JUNIO
Formábamos fila, muchas veces en el sol quemante, ante la presencia del rojizo ingeniero Amodei, que atentamente inspeccionaba desde la alta terraza a más o menos cuatrocientos alumnos. En el turno de la mañana ya se habían hecho los festejos correspondientes.
“El ingeniero no estaba –a la tarde– para tolerancias. Impecable trajeado miraba una y otra vez, ‘¡Baudo!’, decía con voz atemorizante: ‘¿qué le pasa?’ y Baudo bajaba la cabeza, ‘de los Ríos entre en fila, se siente mal?’, al segundo volvía a salir de la fila. ‘¿Silveira, de qué se ríe?’, ‘Scavone, ¿perché guarda a Marta, no la ve hace días?’. Nadie escapaba a esa visión aguda de águila. El piano, quieto, la profesora alzando la nariz indicaba, ahora; en primer lugar, el Himno Nacional paraguayo y después el italiano”.
Así cuenta un pasaje del hermoso relato de sus vivencias el Dr. Hernán Salazar, yo sigo mirando añejas pero conservadas fotos por las “eternas dueñas” de este gran archivo, me encuentro con una que parece la máquina del tiempo de la música, es Isis Bárcena Echeveste en el piano; recuerdo el viejo salón de actos y ella delicada, pero firme entregada a la educación integral de sus alumnos, enseñando historias, más allá de la música. Las décadas se pasean por mis retinas, y al final del camino una foto de niños fechada en 1979 en el viejo patio de lo que fuera la gran casa de un ex presidente.
Al salir miro la calle desde el gran zaguán con la mirada eterna a La Rematadora, el negocio de los Redondo y a la elegante Conferencia Episcopal Paraguaya, eternos vigilantes del viejo Dante.
Por el camino un mensaje de Pedrito García Garozzo que me emociona; los recuerdos de su querido colegio mencionando con mucho cariño a doña Adela Motta Vda. de Almazio, con su egregia figura en la puerta del colegio, entregando a cada padre o madre –a todos los registraba en su prodigiosa mente– en forma personal a cada niño.
Un detalle muy particular, el Dante daba cada año una beca a Italia, los mejores alumnos del año 1966 fueron Mirta Soerensen y Carmen Codas, eso les otorgaba una beca completa para seguir una carrera universitaria, pero las dos renunciaron, entonces el tercer lugar tenía Helios Recalde, quien usufructuó la beca para medicina, se recibió en Pavía y hasta hoy vive en Italia. Nos cuenta Pedrito García: “Yo quedé cuarto en la tabla, pero si fuera el caso, estaba decidido a no dejar el Paraguay porque ya me había picado el bichito y ya estaba a full trabajando con papá en Corporación Deportiva Fénix”.
Al final me quedan en la mente esas fotos de aquel gran archivo de los recuerdos en blanco y negro en el primer piso del Dante, lo único que sé es que estuve en el túnel del tiempo de una parte de la educación paraguaya que empezara en el lejano año de 1895.
Salvatore Amodei e Irene Borello con dos alumnas. Asunción c. 1965.“Clases de Ciencias”. Dante Alighieri. Asunción c. 1930.Dante Alighieri. Asunción, 1961.Dante Alighieri. Asunción c. 1950.Dante Alighieri. Asunción s.f.Adela Motta Vda. de Almazio, Jorge Saguier, Nora Azud, Raúl Tuma Pedro, Ninú Caggiano, María Gloria Laguardia, Tito Scavone, Celina Alborno y Jorge Ibarra. Dante Alighieri. Asunción, 1973.
El comunicador cultural y artista visual Toni Roberto es esta vez el protagonista de “Ellos saben”. Gran conocedor del arte, la arquitectura y las historias urbanas, en esta ocasión nos invita a rescatar del olvido a ocho artistas plásticos del siglo XX que a su parecer son figuras clave del arte paraguayo, pero que con el pasar del tiempo han ido perdiendo visibilidad o no han sido valorizados en su justa dimensión.
“Este es un tema poco tratado. No siempre lo más popular debe ser lo preferido. Son mis artistas favoritos del siglo XX, no tan conocidos y que deberían estar en las colecciones de muchos paraguayos que creen que el arte se limita a cinco o seis nombres, que tenerlos en la pared es un símbolo de estatus”, considera Toni Roberto.
Refiere que con la llegada de los vientos modernos del arte a mediados del siglo anterior se empezó a construir un nuevo lenguaje en el arte paraguayo. “Con ello nacieron artistas que por las circunstancias de la vida a pesar de componer una obra contundente no llegaron a cotizaciones importantes de sus obras, por ello muchos debieron dejar por el camino y dedicarse a distintos rubros, a la publicidad gráfica o a la enseñanza de arte en las escuelas y colegios”, señala.
Recuerda que después llegó la generación de oro del dibujo paraguayo de los años 70, grandes nombres, muy ligados a la intelectualidad de aquella productiva década del arte. “Así aparecieron artistas que hoy, muchos de ellos están casi olvidados y otros no, como Joel Filártiga, Gabriel Brizuela, Julio González, Mabel Valdovinos, Nicodemus Espinosa, Nelson Martinessi, Luis A. Boh y hasta un poco conocido Ricardo Migliorisi, dibujante del que muchos andan detrás de alguna colorida pintura comercial de su última época, no teniendo idea que también existió el otro Migliorisi”, apunta.
Cuenta que debido al boom de Itaipú, donde una nueva clase accedió a la posibilidad de coleccionar arte que, con la premisa de que se debía priorizar la durabilidad antes que la calidad estética de la obra, fueron desplazados por la mentalidad de que el arte era solo poseer un óleo sobre tela. “Así, muchos de los exponentes de esa década terminaron haciendo lo que aquella nueva burguesía demandaba: una obra demasiado comercial, logrando notoriedad en ciertas divisiones de las artes visuales, pero fueron poco conocidos en otras disciplinas como el dibujo, que en muchos casos lograron importantes resultados estéticos”, entiende el artista visual.
“Hace poco me decía un artista croquisero, ‘primero voy a hacer un dibujo y después la obra’, sin tener idea de que el dibujo puede ser autónomo a la pintura, es un problema de educación, es muy complejo, es muy difícil porque se trata de “deconstruir” un esquema instalado en la educación artística, que hoy sufre los mismos avatares de educación en general y que además no ayuda al análisis genuino hasta el de un pensamiento social crítico”, lamenta el comunicador.
Pero, volviendo a aquellos años 50, 60 y 70, “debo confesar mi preferencia total por algunos artistas que, perteneciendo a un mundo popular, llegaron a expresar a nivel visual los más altos estándares de virtuosismo en sus obras, alejados de los caprichos del mercado, sumados al complicado análisis artístico dominante. La selección de los ocho artistas no reconocidos por el mercado me fue muy difícil. Ahora yo creo que son estos una sencilla preferencia personal que no desmerita otras elecciones”, aclara.
“Debo confesar mi preferencia total por algunos artistas que, perteneciendo a un mundo popular, llegaron a expresar a nivel visual los más altos estándares de virtuosismo en sus obras, alejados de los caprichos del mercado”.
“Por las circunstancias de la vida a pesar de componer una obra contundente no llegaron a cotizaciones importantes de sus obras, por ello muchos debieron dejar por el camino y dedicarse a distintos rubros”.
JENARO MORALES
Jenaro Morales. Capiatá, 1999
¿En qué estilo podemos ubicar a Jenaro Morales? ¿Naif? Sí. Morales, capiateño de alma y nacimiento, realiza una obra que refleja su mundo suburbano, habitando en una compañía de Capiatá donde hasta hoy, en su pequeña granja, su mundo rural es retratado con mucha autenticidad: sus gallinas, vacas, la capilla familiar donde hasta hoy enseña catecismo.
Jenaro Morales
Junto a Ysanne Gayet figura en la selección Presencia del Arte Naif en América Central y Latina. “Prèseence de L’ Art Naïf en Amérique centrale et latine”, siendo un orgullo para los paraguayos. Sin embargo, hasta hoy, su obra no es conocida por la media de los ciudadanos, como se merece.
FABIOLA ADAM
Fabiola Cabrera de Adam
Una gran exponente del arte guaireño, Fabiola Cabrera de Adam vive en Asunción desde hace muchas décadas. “Una de mis artistas preferidas poco visualizadas en el mundo del comercio del arte”, resalta Toni. Cautiva y fascina con su mirada de los mitos y leyendas del Paraguay, temas tratados con mucha altura, llevando aquellas historias al campo de las artes visuales con gran maestría. Estudió desde 1965 con el brasileño Lívio Abramo, luego con Olga Blinder y Edith Jiménez.
Fabiola Adam. As. 2003
JACINTO RIVERO
Jacinto Rivero. Asunción c. 1979Jacinto Rivero
Jacinto Rivero, grabador de alta talla que a través de las décadas consolidó una obra sencilla, austera pero contundente con la simple gubia y la madera, haciendo un importante aporte de valor plástico. De él ya me referí en un artículo publicado en este mismo diario hace unos meses denominado “Jacinto Rivero, el artista de Cateura”. El artista jamás apartado de su realidad urbana y suburbana al mismo tiempo fue formulando a través de décadas su fidelidad referencial, que lo convierte junto a otros elegidos míos en pioneros del arte social paraguayo.
MARGARITA SÁNCHEZ MINELLA
Margarita Sánchez Minella. C. As. 1988
Con la misma emoción y en el mismo camino, Margarita Sánchez Minella, una niña del Bañado Sur de Asunción a la que el maestro Lívio Abramo conoció en la calle Palma, en situación casi de calle, un día de los años 60 realizó un concurso de arte de niños lustrabotas del centro. En ese lugar se presentó una niña que quería participar con los varones, era la que luego se convertiría en figura fundamental del arte moderno paraguayo.
Margarita Sánchez Minella
Con el tiempo logró hacer una importante obra gráfica muy emparentada con su realidad social en la que se desenvolvió dignamente toda su vida, fiel a su realidad. Margarita podía vender sus cajas de caramelos al mismo tiempo que sus obras de arte, una dignidad incomparable.
GENARA MEDINA INSFRÁN
Genara Medina Insfrán. C. 1975
Si uno googlea, el nombre de Genara Medina Insfrán no encontraría en ningún caso. Genara era una mujer muy particular, se paseaba por las calles de Asunción con un aire de misterio siempre con ropa oscura y anteojos grandes. Decía que vivía en Trinidad en una casa que era de los López, vivía casi en situación de calle. A principios de los 80 ya era una mujer de avanzada edad y siempre fue protegida del maestro Livio Abramo. Aprendió a grabar y realizó una rica obra gráfica, a tal punto que fue seleccionada por el maestro Abramo para participar de la legendaria carpeta Tagra realizada a mediados de los años 70.
Su delicado grabado estaba adornado con frutas exóticas con un detallado entorno realizado con gran preciosura, a pesar de lo complicado que era manejar esa manera de hacer arte trabajando sobre la madera. Dentro de todos los artistas de esta selección el caso de Genara Medina Insfrán es el más enigmático y poco conocido, pues por su situación de vida su obra se fue perdiendo, tal vez yendo de un lugar a otro, tan misteriosa que un día ya no volvió. Es un caso casi de rescate antropológico, que debe ser estudiado más adelante en el arte paraguayo.
MABEL VALDOVINOS
Mabel Valdovinos. As. 1977
Nacida en Sáenz Peña, Chaco argentino, pero residente desde muy joven en Asunción, donde formó un hogar paraguayo, participó de los más importantes talleres de arte de los años 70. Siempre en la punta de la investigación sobre la línea, sorprendió con su arte óptico generativo, denominado mundialmente Op Art.
Mabel Valdovinos
“Desde muy chico conocí el trabajo de Mabel Valdovinos que miraba maravillado en el viejo Correo Semanal”, cuenta Toni. “Su obra influyó enormemente en mí y en otros coetáneos, asegurándonos la posibilidad de poder retomar el dibujo que fuera marginado en los años 80″, dice.
Mabel reside desde hace dos décadas en su ciudad natal, pero muy ligada a Asunción por sus hijos y nietos, estando siempre fuerte con sus más de 80 años.
RICARDO YUSTMAN
Ricardo Yustman. As. 1972
Por el camino aparecen grandes dibujantes, entre ellos Ricardo Yustman, dueño de una obra de profundo contenido de la reflexión sobre la humanidad, que impresiona y se puede comprobar en un dramático dibujo que se encuentra en un libro ya agotado, que fuera editado por el Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil en el año 2000.
Ricardo Yustman
Yustman por las circunstancias de la vida se refugió en el mundo de la publicidad, siendo uno de los directores de la agencia publicitaria que fundara con su amigo Dani Nasta en el año 1968.
CONCEPCIÓN LÓPEZ AQUINO
Concepción López Aquino. As. c. 1975
Representa una mirada fresca de lo auténticamente paraguayo. Mujer sencilla de vida urbana austera. Empezó en los talleres de Lívio Abramo en 1968, representó su entorno de plantas y flores del Paraguay con gran maestría, dominando la rigidez que representa enfrentarse con la dura madera a la hora de grabar, transformando sus piezas en sonoros poemas visuales que llegan a su más alto grado con la aparición en la escena de su obra de aves, que me transporta a “Canto de mi selva” de Herminio Giménez. Formó parte de la selección Tagra realizada por el maestro Lívio Abramo a mediados de los 70, pero poco y nada se sabe de ella que hoy contaría con 74 años.
Corrían los primeros años de los 80. Una taza de café en su blanca casa de la calle Acá Carayá. Una charla. De repente me dice: “¿Sabés sobre la mesa de quién estamos tomando café?”. Le respondo con un “no”.
Después de un rato, un silencio, y luego: “Esta era la mesa de Bernardino Caballero” y me cuenta la historia de cómo llegó a la casa. Chino, su marido, era el nieto. En las paredes unos tajy de Pablo Alborno, blanco, amarillo y rosado. Sobre la chimenea una mujer de mirada penetrante que me hacía recordar a una pintura, “Mujeres de mi tierra”, de Andrés Guevara; un enorme óleo de los años 50, de la época cubista de Olga Blinder, entronado en ese importante espacio del salón.
La charla sigue. Me cuenta sus historias de París, donde nació cuando su padre, el general Ayala, se estaba preparando para lo que se venía: la dura guerra del Chaco. Me hablaba de su vida recién llegada en el barrio General Díaz de la zona de Loma Tarumá, sobre la calle Caballero; sus idas a la Chacarita, sus diálogos con mujeres desposeídas del barrio Ricardo Brugada, de donde se inspirara para escribir su novela en jopara “Ramona quebranto”.
Con el tiempo, ella se mudó a otra casa del barrio Recoleta en una esquina con paredes de ladrillos vistos, donde aparecieron de nuevo todos esos retratos, la mesa del general, las pinturas de Alborno y otras de Da Ponte, y el eterno cuadro de la mujer cubista pintado por Blinder, todo esto acompañado de las historias familiares, su amistad con Jaime Bestard, y con las escritoras paraguayas como Margarita Prieto, Renée Ferrer, Lita Pérez Cáceres y sus eternas fructíferas discusiones con Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone y, por supuesto, nuestras charlas.
UN LLAMADO
Todos estos recuerdos me llegaron cuando me llamó su nuera, Paz Benza, para decirme: “Toni, quiero tomar un café contigo, tengo algo que entregarte”. Luego de unos días nos encontramos, ella con una bolsa y me dice ‘esto era de Margot y creo que tiene que quedar en tus manos’; eran dos libros, uno del paisaje paraguayo con textos de Josefina Plá editado en 1986 por la Fundación La Candelaria, dirigida por Margarita Casaccia Taboada de Hennessy, en aquel entonces con la comisión directiva integrada por Alejandro Bibolini Pecci, Monseñor Agustín Blujaki, Andrés Rivarola Queirolo, Blanca Zuccolillo, entre otros.
Además, un gran libro de Ignacio Núñez Soler con textos de Ticio Escobar de doscientas cincuenta y cinco páginas, editado por el Banco Alemán en 1999, que serán de gran utilidad para consultas de estos “Cuadernos de barrio”.
A veces, la vida da vueltas, así como lo hiciera en mi primera juventud con Margot en la mesa del general Caballero hace muchos años sobre la calle Acá Carayá. Hoy en 2024, cuarenta años después, de nuevo, café de por medio, la entrega de Paz recibiendo estos dos ejemplares que se convierten para mí en una “herencia de barrio”.
Este domingo, Toni Roberto recuerda los orígenes y algunos maestros destacados del tradicional colegio asunceno fundado por las hermanas vicentinas en el contexto de un país devastado por la guerra contra la Triple Alianza.
Sentadas en un moderno sofá en el nivel tres del viejo Edificio Hoy, hoy Nación Media, Bettina Cuevas, Alexandra Cano, Jacinta Patrone y Nora Gauto, exalumnas de La Providencia, en sus manos el viejo álbum del centenario de ese antiguo colegio, fundado en 1882 por aquellas heroicas monjas francesas que llegaron a Asunción después de la fatídica Guerra Grande que le tocó al Paraguay, pero que reforzó su identidad en el lejano corazón de América.
LAS EXALUMNAS SIN CAPILLA
Lo primero que les salió del corazón es la pérdida de la antigua capilla del colegio, hoy en manos de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción. En el recuerdo las enseñanzas de las hermanas vicentinas entregadas a la ayuda social en la escuela Santa Luisa de Marillac, donde cada una tenía una niña ahijada, el denodado trabajo de sor María Teresa Ayala y el centro social que llevaba su nombre.
¿DÓNDE ESTÁN LOS DOS PIANOS?
Un silencio, un poco tristes, mucha melancolía y de repente Jacinta recuerda los dos pianos donde enseñaban música las connotadas profesoras de la materia como Ana María Serrán de Mendiguren. “¿Dónde están los pianos?”, se preguntaron todas al mismo tiempo como si practicaran en un coro. Las chicas, que representan cada una a una década distinta, de repente recuerdan las clases de francés y a profesoras como Madame Cueto, Madame Cornet, Madame Fernández Andes. También enseñaron esta lengua Carmen de Lara Castro y Elma Pompa. En aquellos años todavía daban ese idioma dentro del plan de estudios, así como lo hacía el San José y el Immaculée Conception en distintos puntos de Asunción.
Colegio de La Providencia. Asunción, 1964
DESDE EL PROFESOR ADRIANITO HASTA LA DE IMPAGLIATELLI
Siguen mirando el álbum y se detienen a recordar a grandes profesores. Muchos de ellos fueron maestros de las cuatro en épocas distintas; desde Jacinta, egresada de la promoción 1968, hasta Nora, del año 1992. En la memoria los profesores Adrianito Irala Burgos, el Dr. Lara Castro, el profesor Resck, la gran deportista Digna Escurra, que hizo récord en natación; Mercedes Domaniczky de Céspedes, conocida simplemente como la Profe Mecha; Clara Fernández Gagliardone de Gauto, Lino Perderzani, Gloria Politeo Smith, la secretaria doña Tota Cardamone de Manzoni y tres profesoras de la época que todavía están con nosotros, Amanda Peña de Franco Torres, Selva de Valiente y Ana María de Impagliatelli.
EXALUMNAS SIN LOCAL, PERO MUY UNIDAS
Después de tantos años reviven sus historias. Tal vez ya no tengan capilla, ni piano, ni un local para reunirse, pero eso hace que sigan más unidas en el trascurso de las décadas, desde aquel colegio que fundaron hace 142 años aquellas hermanas de la caridad que fueron parte de la reconstrucción de un país devastado. Ellas también se merecen llevar el nombre de una calle de Asunción. Se haría justicia.
Este domingo, Toni Roberto evoca la figura del artista brasileño Lívio Abramo, maestro de varias generaciones de artistas paraguayos y padre del grabado moderno latinoamericano.
Desde la emoción escribo estas líneas que leyera el miércoles pasado en el teatro Tom Jobim en el cierre de la muestra “Las huellas de Lívio”, que se presentó por varios meses en el Centro Cultural de la Embajada de Brasil en Asunción.
Son las 21:00 en punto. Como todos los días desde hace más de cinco años, me siento en la mesa de trabajo. Quiroga, detrás de la “cabina de cristal”, como diría mi amigo Bruno Masi. Se encienden las luces y empieza el programa. Frente a mí, el profesor Tommy Verón, un joven de 24 años prodigio de la percusión. Del otro lado, el invitado Seba Ramírez, músico y docente de la Universidad Nacional de Asunción.
La larga charla dura dos horas. En medio de ella me dice una frase que me transportó absolutamente al pasado, a los años 80: “Siempre le digo a mis alumnos ‘yo no solo enseño música, antes que nada enseño a pensar música’”. Estas palabras me llevaron absolutamente al concepto del maestro Lívio Abramo, quien decía: “Antes que nada me interesa gente que piense, que el arte sirva para pensar, para hacer buenas personas; después veremos si salen artistas o no”.
Es curioso, paradójico, en aquellos años que él llega al Paraguay a finales de los años 50, cuando en Asunción se construía el moderno Hotel Guaraní y se seguía enseñando, increíblemente, en educación artística “el punto de fuga perfecto para el rancho perfecto”.
LÍVIO EL “JORNALISTA”
El tiempo pasó, Lívio aquel periodista, “jornalista”, para los brasileños, emparentado con las luchas por las reivindicaciones sociales desde los años 30 en el Brasil, como su hermana fundadora del Partido de los Trabajadores, sigue vivo en los recuerdos y emociona ver a la gente joven que pregunta y se interesa en la vida y obra de este hombre, padre del grabado moderno latinoamericano.
Ojalá muchos pudieran tener una vida de artista. Ningún día es igual al otro, decía en la charla que tuve con el músico Seba Ramírez, que esta semana partió a perfeccionarse al mismo instituto al que asistió el inolvidable Lobito Martínez en Boston.
Recuerdo los días de Lívio en Asunción desde que me tocó convivir con él desde los catorce años en sus talleres. La magia de cada día, un comentario sobre un poema dadaísta, una charla sobre la Venus de Milo, sobre alguna etnia del Paraguay, mientras la gubia hacía lo suyo en su incisión a la madera, otros como yo con un simple lápiz, manchas y tinta, dándole forma a alguna vieja hoja olvidada en algunos de los rincones de aquel taller de la calle Santa Fe, luego Coronel Irrazábal esquina Presidente Eligio Ayala.
LA VIEJA COMBI Y EL CASAMIENTO DE GRETA
Una campera de jean, un desteñido vaquero, una transparente mirada y el camino seguía en la vieja combi azul, los pasajeros, la distinguida familia que él armó en el Paraguay aparte de la suya; el inolvidable Manito, el artista de Cateura; Edith, Fabiola, Alejandra, Alba Rosa, Fátima, Carlo, Lela, Greta, Margarita Sánchez y quien escribe, preparados para algún viaje en esa camioneta azul, acostumbrada a recibir ese mundo de gente que el maestro invitaba para recorrer alguna muestra, Asunción o simplemente ir a su lugar preferido de siempre sobre la calle Palma, el Di Trevi.
Esa vida de “familia del arte” de este maestro brasileño-paraguayo se rubrica en esta inédita foto del casamiento de Greta Gustafson con Juan Manuel Marcos en mayo 1975. Ahí está parte de su familia paraguaya, además de su esposa Dora Guimaraes.
ANTES QUE NADA, ENSEÑAR A PENSAR
La contemporaneidad y actual vigencia de este maestro llegaron para mí en las palabras de ese eximio joven músico sentado a la mesa de mi programa radial/televisivo. Termino con esas letras que inspiraran estas líneas: “Yo no enseño música, antes que nada enseño a pensar música”. Gracias, Lívio, por darme las herramientas para volver “a pensar a pensar” en el camino que la vida decidió darme.