Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas

La torre de la televisión de Ucrania, en Kiev, fue atacada y dañada por dos misiles rusos. Poco antes de hacer fuego, el Ministerio de la Defensa de Rusia avisó: “Advertimos a los ciudadanos ucranianos, utilizados por los nacionalistas ucranianos para llevar a cabo provocaciones contra Rusia, así como a los residentes de Kiev que viven cerca de los nudos de retransmisión, para que abandonen sus hogares”. Minutos después de los impactos, Antón Gerashchenko, asesor del Ministerio del Interior de Ucrania, en su canal de la red rusa Telegram, informó: “Los nazis de Putin acaban de bombardear la torre de televisión”. Minutos más tarde, la corresponsal en Kiev de la agencia EFE, Olga Tokariuk, reportó que Yevhenii Sakun, camarógrafo de “Kiev Live”, televisión local de la capital ucraniana, ex cámara de EFE, murió en el bombardeo. Al igual que cinco militares y otros cuatro civiles. La guerra. “Palabras prohibidas en los medios de comunicación de Rusia: invasión, ofensiva y guerra. El Roskomnadzor, Servicio Federal para la Supervisión de Telecomunicaciones, Tecnologías de la Información y Medios de Comunicación del gobierno de Vladimir Putin, apela a la censura ante cualquier intento de distorsionar la embestida contra Ucrania y, por las dudas, restringe el acceso a las redes sociales. No vaya a ser que los ciudadanos de a pie se enteren de las víctimas de la brutal agresión de sus bravos militares contra civiles desprotegidos o armados de apuro.

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“Lo han visto, de todos modos”, publica el amigo y colega periodista Jorge Elías, en ElInterin.com, una prestigiosa publicación en línea que fundara y dirige. Agrega que, como “réplica de Europa: (se inició el) bloqueo en Google, Facebook, Instagram, YouTube y otras plataformas de la agencia de noticias Sputnik y del canal de televisión Russia Today (RT)”. Reflexiona luego: “No vaya a ser que los ciudadanos de a pie (en la Unión Europea) se dejen convencer por la versión rusa del TEG a través de los medios de propaganda del gobierno Putin, emparentados con la ultraderecha europea y con los oligarcas de finanzas congeladas que mantienen el status quo del Kremlin”. En el mercosureño Uruguay, el gobierno del presidente Luis Lacalle Pou, un puñado de días atrás, prohíbe las emisiones del canal RT, que se encontraba en el menú de opciones de la tele por suscripción. La señal Sputnik ya no se emite por Youtube. Twitter, en la cuenta personal del periodista uruguayo Sergio Pintado, corresponsal de la agencia Sputnik Mundo, colgó una etiqueta en la que advierte que se trata de “medios afiliados al gobierno de Rusia”. Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, públicamente sentenció que Sputnik y RT venden “mentiras para justificar” el ataque contra Ucrania e invasión de ese país por parte de tropas de la Federación Rusa. Bruselas, claramente, censura a los medios audiovisuales que también pueden consumir quienes habitan en la UE. Con esta medida autoritaria y violenta –contraria a los estándares internacionales para la información y la comunicación–, Von der Leyen sostiene que habrá de impedir los avances de “la maquinaria mediática del Kremlin” para no permitir que circulen “sus mentiras para justificar la guerra de Putin y para sembrar la división en nuestra Unión”. Las redes estallaron.

EJERCER LA CIUDADANÍA

Las y los habitantes de Europa, claramente, quieren ejercer plenamente la ciudadanía. Informarse, estar informados y opinar. ¿El Big Brother de Orwell en 1984? Sobre esto iba la noche de este viernes cuando no faltaba demasiado para que el sábado se hiciera presente. Las opiniones, al igual que las lecturas, iban y venían con intensidad. Por momentos las voces se alzaban. Interpelaban a partir de las ideas sobre verdad y mentira. Recordé que, unos 2.500 años atrás, el general chino Sun Tzú, enorme estratega al que se aprecia aún en la actualidad, en “El arte de la guerra”, su obra máxima que abreva en el taoísmo, lo dijo claramente: “El arte de la guerra se basa en el engaño”. Pero, ¿cuánto duran esos engaños? Svetlana Alexiévich, periodista y Premio Nobel de Literatura 2015, tuvo que escribir y reescribir en el 2002, “La guerra no tiene rostro de mujer”, para introducir lo que la censura tachó en sus originales y aquellos testimonios que “no se había atrevido a usar en la primera versión”, consignó formalmente la editorial Debate en el 2013. A verdad y mentira, palabras relevantes en el debate nocturno se añadieron censura y autocensura. “Entre la realidad y nosotros están nuestros sentimientos”, sostiene Svetlana. “¿Y la historia de lo que pasa Ucrania?”, preguntó Juan José Escujuri Tellechea, historiador relevante. “Está allí afuera. Entre la multitud. Creo que en cada uno de nosotros hay un pedacito de historia. Uno posee media página; otro, dos o tres. Juntos escribimos el libro del tiempo. Cada uno cuenta su propia verdad”, le respondí mientras releía en alta voz a la colega Svetlana. Verdad, mentira, censura, autocensura, zonas silenciadas por el miedo y la pavura. ¿Qué pasa en Ucrania? Es difícil saberlo. Y, mucho más, decir qué es lo que pasa. ¿Qué dicen, cuando dicen lo que nos dicen? Más aún… ¿qué decimos, cuando decimos lo que decimos? Nosotros y los otros. La verdad es parte fundamental de toda actividad dialógica. También lo es aquello que no es verdad. Aristóteles solía señalar que la verdad es decir aquello que es y aquello que no es. Menuda complicación, por cierto.

Joan Fontcuberta: “Toda fotografía es una mentira que se presenta como cierta. Eso ya lo hemos aceptado. Lo importante es que el fotógrafo le dé una dirección ética a su mentira. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad”.

¿QUÉ PASA EN UCRANIA?

¿Qué pasa en Ucrania? Ese es el interrogante que circula y, por qué no aceptarlo, con cada respuesta de las más comunes que se expresan, parecería que a muchos y a muchas, lo que pasa en Ucrania –inesperado para millones– deviene en una misteriosa tragedia que nos ha tomado por sorpresa. Europa parecía estar en paz. ¿Qué ha sucedido que nadie advirtió que esto podría pasar? No lo sé. Pero, aunque consiguiera la información sobre el por qué de la sorpresiva situación bélica, ¿cómo saber si lo que me explican es verdad? Es frecuente escuchar que el senador estadounidense Hiram Johnson, en 1917, cuando habían pasado dos años desde que comenzara la Primera Guerra Mundial, sentenció que “la primera víctima, cuando llega la guerra, es la verdad”. Hace 105 años. Sin embargo, otras fuentes, afirman que Arthur Augustus William Harry Ponsonby, primer Barón de Ponsonby Shulbrede, pacifista, activista, escritor, con todas las letras afirmó que “cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima”. Arthur así lo escribió en uno de sus libros titulado “Falsehood in Wartime: Propaganda Lies of the First World War” [”Falsedad en tiempos de guerra. Mentiras propagandísticas de la Primera Guerra Mundial”], en 1928. Hace 94 años. ¿Cuál será la verdad de quién lo dijo primero? Cuando la Segunda Guerra Mundial desangraba a la humanidad entre el 1939 y el 1945, Winston Churchill (Premio Nobel de Literatura 1953), con alguna dosis de humor, dijo que “en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras”. ¡Justamente Winston, un estratega para mentir! Alguien dirá que por buenas razones, otras voces dirán todo lo contrario. Es difícil la verdad. Tanto como reflexionar sobre ella. Y sobre la guerra. Verdad, mentira, guerra. Palabras difíciles. La Real Academia Española de la Lengua, para guerra, aporta seis definiciones [https://dle.rae.es/guerra]. De verdad, siete [https://dle. rae.es/verdad]. Sobre mentira, media docena [https:// dle.rae.es/mentira] aunque, en este caso y, sobre algunas mentiras, ofrece definiciones relevantes que, en alguna medida, suenan a una forma de amortiguar el hecho concreto de mentir. Así da cuenta de la “mentira oficiosa, que se dice para obtener un provecho o ventaja sin producir daño a otro” y, de la “mentira piadosa, que se dice para evitar a otro un disgusto o una pena”. Aristóteles, en sus reflexiones, planteaba la verdad como problema, “porque es posible declarar lo existente como no existente y lo no existente como existente” a la vez que también “lo existente como existente y lo no existente como no existente”. El periodismo es contar historias. Los estándares para el periodismo profesional son exigentes. Para que esas historias se publiquen la idea es que cada línea de texto esté suficientemente verificada. Desde siempre ha sido así. El primero de los corresponsales de guerra de los que se tenga registro, William Howard Russell, en 1854, fue enviado por el diario The Times de Londres a cubrir la guerra en Crimea, apenas un poco más de 800 Km al noroeste de la hoy avasallada Kiev. Durante 18 meses reportó lo que allí sucedía. Disponía de las mejores comunicaciones de entonces. Desde cuando promediaban los años de 1840 el telégrafo con el código Morse era tecnología de punta. Alguna vez, en el 2016, el periodista Philip Pullella, de la agencia Reuters, recuerda y compara que “en la Primera Guerra Mundial, los corresponsales usaban palomas, telégrafos o mensajeros lentos para sacar sus historias. Hoy utilizan comunicaciones satelitales y teléfonos inteligentes”. Añade luego, con mirada crítica, que “mientras la tecnología ha dado saltos cuánticos, la verdad (si es que sigue siendo el objetivo de reporteros de guerra honestos e independientes) sigue siendo demasiado a menudo una víctima” y considera que esto se debe “en cierta medida a que las redes sociales han permitido que las partes en conflicto, sobre todo en esos conflictos de zonas complejas como el Medio Oriente, se salten los medios de comunicación y la post-propaganda para llegar directamente el público”. ¿Será así? “Pero gracias a esas redes, con imágenes, muchas veces las mentiras quedan al descubierto”, precisó con alguna vehemencia Ricardo Manuel Rivas, uno de nuestros hijos. Es posible. El debate regresa: verdad vs. mentira. Historias con imágenes. Recurrí a la polémica para enriquecer la discusión. Allá por febrero del 2009, el periodista Lluis Amiguet, de LeContres.blogspot.com, dialogó con Joan Fontcuberta Villà, catalán, artista, docente, ensayista, crítico pero, por sobre todo, fotógrafo, quien –sin vueltas– le dijo que “desde la posmodernidad, la distinción pertinente ya no está entre lo verdadero y lo falso, sino entre lo verosímil y lo inverosímil”.

Polémico, puntualiza que “la diferencia ya sólo está entre mentir bien o mentir mal, porque la verdad la hemos dado por perdida” y, en línea con ello, va a fondo: “En eso la fotografía es plenamente posmoderna: miente siempre”. Implacable, arremete: “Toda fotografía es una mentira que se presenta como cierta. Eso ya lo hemos aceptado. Lo importante es que el fotógrafo le dé una dirección ética a su mentira. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad”. ¡Joder! Joan profundiza con mirada hipercrítica: “La foto digital permite nuevas mentiras. En realidad, ha sido volver a la pintura: de la pincelada a pincelada del pintor al pixel por pixel del fotógrafo digital. Así se construye la mentira. En realidad, la foto analógica y su revelado fueron una interrupción momentánea en esa continuidad desde la pintura con pincel hasta la fotografía con pixel”. Así plantado arriesga que “la fotografía se disolverá en la imagen y por fin no quedará más que la sensación en la retina. Nos enviaremos de cerebro a cerebro las emociones sin que la imagen haga de intermediario” y, en ese contexto, “nosotros seremos –ya somos– meros contenedores de historiales de emociones (porque) eso es la identidad”. ¿Es identitario lo que recordamos? Responde y sentencia Joan Fontcuberta Villà: “La memoria no es la que conserva lo vivido, sino la que selecciona lo recordado. El gran papel de la memoria es excluir hechos, no conservarlos. Es lo que hace la fotografía. No plasma toda la realidad, sino que selecciona una parte de ella: la que sale en la foto. Los ojos no son para ver la realidad, sino para evitar verla toda. Si no lo hiciéramos, sería imposible vivir”. Las y los periodistas, contamos historias. De sucesos que decodificamos a partir de nuestras culturas e identidades. Solo aportamos datos, sucesos, percepciones para la co-construcción de la verdad que, además de ser una cuestión de tipo social –porque es verdad lo que las sociedades acuerdan que es verdad– es también pertinente para la filosofía.

Pero, ¿qué pasa en Ucrania? Lo que vemos, lo que no sabemos, lo que nos espanta, lo que no vemos, lo que nos enoja, lo que nos aterra, lo que incomprendemos, lo que nos asquea, lo que no nos quieren decir, lo que no nos quieren mostrar, lo que no quieren que veamos, los montajes de verdad. Olga Tokariuk, después de informar sobre la muerte de su compañero Yevhenii Sakun, reportó su sentimiento: “Fue un placer trabajar con él. Memoria eterna”. ¿Qué pasa en Ucrania?

William Howard Russel, el primero de los corresponsales de guerra. Para The Times, de Londres, contó historias de la guerra en Crimea desde 1854 por 18 meses.
Yevhenii Sakun, camarógrafo de la televisión “Kiev Live”, de Kiev, muerto cuando contaba historias desde Ucrania.

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