Por Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com
Los 127 años del legendario colegio Dante Alighieri le inspiró hoy a Toni Roberto a recordar su propia historia y su paso por esa más que centenaria institución, cuyo viejo edificio patrimonial sigue intacto en la esquina de Alberdi y Humaitá.
En estos días se cumple el aniversario 127 del colegio Dante Alighieri, ese detalle me llevó a recordar mi pequeña historia personal, un encuentro muy particular entre dos madres que iban a inscribirles a sus hijos en diferentes colegios de un mismo barrio. El destino hizo que mi paso por ese antiguo colegio –que fuera fundado en 1895 y que desde 1929 se ubicara en la intersección de la legendaria calle Alberdi y Humaitá en la que fuera residencia del presidente Egusquiza– sea corto pero intenso.
RECUERDOS DE FEBRERO DE 1970
Todo empieza un día de febrero de 1970 cuando mi madre va a inscribirme al colegio donde, naturalmente, debía entrar por estar a cuadras de mi casa y por ser hijo de un ex alumno, que en 1950, a los 18 años, después de llegar de Italia, haría ahí su último año del secundario.
Es así que, decidida, sale de la casa de la calle Alberdi y va primero a una peluquería de la zona, donde se encuentra con la vecina, Muki Ricciardi de Cano, quien le pregunta: “¿A dónde vas Amada?”, respondiéndole: “A anotarle a Toni al Dante”, la señora Ricciardi le responde: “Justo voy a inscribirle a Mario Raúl al Cristo Rey, vamos, yo le consigo lugar en el preescolar”. Así, por un encuentro en un salón de belleza, cambia abruptamente de rumbo y yo termino entrando en el Cristo Rey; el resultado, un hijo de un ex alumno del Dante, que había llegado de Italia en barco a finales de los años 40, termina entrado en un colegio de jesuitas españoles.
GRANDES PROFESORES Y EL DIBUJANTE OCAMPO
El tiempo pasó y por problemas con las matemáticas terminé haciendo desde el tercer curso del viejo método en el Dante. Fueron tres intensos años donde me nutrí de la cultura italiana con profesores como Noemí Ferrari de Nagy o Isis de Bárcena Echeveste, quienes me enseñaron, entre otras cosas, historias como la de Nabucco de Verdi o la Divina Comedia de Dante y su punto central del infierno o el amor eterno a Beatrice, su musa inspiradora.
Por el destino de la vida, es recién a los 14 años cuando de la mano de la profesora Giuliana Ivaldi aprendo mi lengua paterna; maravillosas clases de italiano en el edificio de la Societá Dante Alighieri, donde quedaba la legendaria galería Boggiani. Ahí conocí en vivo y en directo las obras de grandes pintores como el italiano Montarsolo o el escultor Pistilli y su enigmática serie Afganistán.
Al final del camino, jamás olvidaré mi paso por las aulas del profesor “Pajarito” Pusineri Scala, de quien me hice “amigo de sus historias”, a las que recordaré hasta el final de mis días. Mi difícil paso por las matemáticas de la mano cariñosa pero firme de Rosa Masi Viola; mi gran profesora de literatura la señorita Irma Riella y el recuerdo eterno a uno de los más grandes profesores de dibujo del Paraguay, Víctor Ocampo, quien en largas charlas de recreo, bolígrafo y papel en mano, me contaba sus penurias pasadas con el arte moderno de mediados del siglo XX, donde fue marginado por las “voces mayores” de aquella época. Además, él me daba “aulas callejeras de dibujo”, en caminatas acompañándole hasta la puerta de su casa a pocas cuadras sobre la avenida Colón casi Humaitá.
A veces los caminos no son rectilíneos y los atajos de la vida nos hacen aprender nuevas experiencias que nos sirven para toda la vida. Tal vez esta pequeña historia, muy personal, que hoy relaté, pueda servir para algo y hacer que nos demos cuenta de que cada experiencia es única e irrepetible. Este “diminuto relato” fue inspirado en la historia del colegio Dante Alighieri, que empezó a finales del siglo XIX en una Asunción que renacía de las cenizas de una injusta guerra, donde la llegada de inmigrantes italianos en barco desde finales del siglo antepasado hasta los primeros años 50 del siglo XX aportó a la educación paraguaya desde hace 127 años.