La cineasta paraguaya habló sobre su nuevo proyecto, el particular lenguaje que utiliza en sus películas y la temática común en su filmografía.
- POR JIMMY PERALTA
- FOTOS GENTILEZA
Para muchos hay muchos cines, para los obtusos hay uno solo, y está en el pasado, esperando en algún hospicio de plataformas de streaming. Justo en el último repicar de ese supuesto adiós a la gran pantalla y al celuloide, en el corazón deforestado de América, de contramano pero con viento a favor, algunas mujeres tienen la ocurrencia de parir al cine, un ser deslumbrante, como tantos de su especie en el mundo, que no se sabe si es varón o mujer o ambos, pero qué tiene una madre, en Paraguay el cine es hecho por mujeres.
Esta semana el largometraje “Eami”, de la cineasta paraguaya Paz Encina, competirá en la sección Tiger Competition del 51º Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR). Se trata de un filme que narra una historia desde la realidad del pueblo Ayoreo Totobiegosode, en el Chaco paraguayo.
Esta vez Paz habla nuevamente de lo presente de una herida que nace en el pasado y que no deja de pesar, de crecer. Después de sus largometrajes “Hamaca Paraguaya” y “Ejercicios de memoria”, la directora vuelve a presentar un material en el que se expresa dentro desde sus particulares códigos y lenguaje. Paz habló con La Nación sobre “Eami” y, sobre todo, su trabajo.
EL HILO CONDUCTOR
–¿Desde qué trabajo anterior podés trazar un hilo conductor estético, narrativo o temático, que marque su continuidad hasta “Eami”, y qué te llevó a asumirlo y/o seguirlo, si es que fue consciente?
–Pienso que desde el cortometraje de “Hamaca Paraguaya”, un cortometraje de 8 minutos que hice en el año 2000, que puedo ir trazando un hilo tanto temático como estético. La espera, la pérdida, los tiempos que confluyen, los encuentros y desencuentros entre la imagen y el sonido. Todo este planteamiento narrativo - formal fue algo que asumí porque cuando hice ese cortometraje, cuando lo vi montado sentí “así es, así como yo miro, así es como escucho, así es como yo siento”. Sentí que había encontrado algo propio, una forma de mirar, de escuchar, pero, sobre todo, de sentir el cine.
–¿Podrías hablarnos un poco de ese hilo o eje?
–Siempre sentí que viene de mi primera alfabetización, que fue la música. Era muy pequeña cuando mi mamá nos envió a mí y a mis hermanas a estudiar guitarra clásica, yo tenía tan sólo cuatro años, entonces, lo primero que aprendí a leer y a escribir no fueron las letras, sino las notas musicales, y como en la música los tiempos conviven, una corchea convive con una blanca y así con una negra, entonces, esa es la estructura de pensamiento con la que crezco y se vuelve orgánica esa manera de pensar para mí. Pienso que viene de ahí, porque sobre todo lo que me interesa del cine es el tiempo.
–¿Cómo llegás al cine, primero como apasionada y después como creadora?
–¡Ay! ¿Vos sabés que nunca pude entender bien esto? Siempre pienso que más que elegir al cine, fue el cine quien me eligió. Es parte quizá de un destino… porque no era una niña que se moría por ir al cine o, quizá, sí; pero como divertimento, porque iba con mis hermanos, pero no porque encontrara algo especial… de hecho, terminé el colegio y estudié otras carreras antes de estudiar cine, no sé por eso decirte bien…
LA HISTORIA DE “EAMI”
–¿Qué presenta “Eami” como historia cinematográfica y como historia de nuestra sociedad?
–“Eami” habla de lo que vengo hablando desde mi primera película: la diáspora, la pérdida, el exilio y la carrera entre la esperanza y la desesperanza. Pienso que algunas de estas situaciones nos atraviesan a todos de alguna u otra manera. Desde “Hamaca Paraguaya”, el cortometraje, vengo hablando también de los olvidados, de aquellos que nadie sabe… que nadie quiere ver.
–Parte de tu lenguaje propio, tu sello personal, está en la forma en la que establecés la relación entre el audio y el video, ¿cómo surge en vos esta inspiración?
–Es lo que me dio la música, es como siento que percibo el mundo, me cuesta entender todo desde una linealidad, pienso que el ser humano es mucho más complejo, somos mil tiempos dentro de un sólo cuerpo, una sola cabeza y un sólo corazón.
–¿Abordar temas de la historia social del Paraguay responde a una inquietud artística personal o responsabilidad política de indagar a la sociedad con tus narraciones?
–Es parte de mi educación, porque vengo de un núcleo familiar donde esto siempre fue importante, sin embargo, vos sabés que yo lo que siento es que agarro temáticas desde donde lo social y lo político se desprenden por sí mismos, porque en “Hamaca”, de lo que hablo es de dos padres esperando a un hijo que no vuelve, en “Ejercicios de Memoria”, es la pérdida de un padre desaparecido contada desde la familia, en “Veladores”, es la pérdida de la esperanza, y en “Eami” es la pérdida de un amigo y la pérdida del lugar propio, en resumidas cuentas, siempre estoy hablando de lo mismo: de la pérdida, y de seguir a pesar de eso.
–¿Qué aprendizajes fundamentales dejó “Ejercicios de memoria”?
–A mí me encantaría pensar que el cine puede cambiar el mundo, pero no creo que sea así, puede crear conciencia, traspasar sentimientos, pero no sé si cambiar el mundo… Ahora, lo que sí puede hacer el cine es crear nuevas formas de hacer cine, y pienso que eso es algo que me deja “Ejercicios”, justamente el caminar un ejercicio fílmico con el que me sentí afín, y que pienso quizá siga siendo un eje para mí.
UNA RELACIÓN COMPLEJA
–Si parte del decir artístico desde lo local es buscar en uno mismo y en el entorno lo que somos y entendemos como comunidad, el trabajo en “Eami” ¿qué te mostró respecto a la relación del paraguayo con las comunidades indígenas?
–No te estoy contando nada nuevo al decirte que es compleja la relación entre el paraguayo y el indígena. No nos gusta pensarnos como descendientes de indígenas. Hay una frase de Bartomeu Meliá hablando sobre la lengua en una entrevista que le hiciera Damián Cabrera antes de su muerte, con la que resume todo sobre esta relación: “… el guaraní es el español del Paraguay. Es una lengua indígena pero hablada por no indígenas, que no quieren ser indígenas… ¡Aquí está la desgracia! El autoveneno del pueblo paraguayo que no quiere ser guaraní y, sin embargo, lo es”.
–¿Podrías comentar un poco respecto al trabajo de investigación y posterior producción que llevó este largo?
–Es una película que me llevó seis años de investigación y estudio, y es un trabajo que hice junto a José Elizeche, un gran amigo y un gran comunicador, que viene trabajando con las culturas indígenas hace ya más de 20 años. En esta película podría haber faltado cualquiera, pero sin José no hubiera sido posible, él fue quien me fue guiando y trabajó también como traductor intercultural entre los Totobiegosode y yo. Trabajamos también muy juntos con Tagüide Picanerai, un joven y futuro líder de la comunidad Totobiegosode, y entre lecturas y largas conversaciones fuimos construyendo juntos, entre los tres, lo que sería el guion.
–La licencia artística permite romper las barreras entre documental y ficción, “Eami” se instala en alguna de las dos categorías, y en caso contrario, ¿cómo lidiás con lo que te aporta cada uno de los elementos en disputa en cada corte?
–Escucho mucho a la película y trato de saber qué es lo que ella me pide. No estoy pensando en si estoy haciendo un documental o una ficción, simplemente estoy escuchando qué es lo que me pide la película y qué es lo que necesita para lograr una narrativa. Estoy atenta a sus propias necesidades, pero todo desde un punto de partida que para mí es muy importante: la memoria.
–En lo personal, ¿tu mirada con respecto a los pueblos originarios se alteró durante este proceso de producción?
–Lo que se altera es la sensibilidad hacia ellos. No sé si la mirada, pero sí la sensibilidad, porque tuvimos un acercamiento importante, convivimos durante un tiempo, y el conocer a alguien siempre afecta a tu sensibilidad, y siento que esto es lo que pasó.
–¿Es posible una relación no culposa de occidente, en este caso nuestra sociedad, con lo nativo americano?
–No sé si llamar culpa… a mí me genera angustia más que culpa… me genera angustia mi propia ignorancia, me genera angustia la desigualdad, me genera angustia que se le fuerce a personas a vivir de una manera distinta a lo que es su propia cultura… siempre pensé: ¿qué pasaría si hoy me obligan a vivir en el monte y para siempre? Sería para mí muy violento… y es eso mismo lo que estamos haciendo… y sí, quizá sienta un poco de culpa porque siempre hay algo más que uno podría haber hecho quizá.
MUJERES DE CINE
–Ya hoy, siendo una directora renombrada y premiada, ¿ser mujer te sigue representando un obstáculo en el quehacer laboral? ¿Cómo ves el futuro de la escena local en ese sentido?
–Me cuesta decir esto porque sí pienso que hay desigualdades entre los hombres y las mujeres, pero en este momento no me representa un obstáculo. Quizá, porque gran parte del cine local está representado por mujeres: Gabriela Sabaté como productora, Renate Costa, que falleció hace dos años pero nos representó enormemente como directora, productora y gestora; Tana Schémbori como guionista y productora; Aramí Ullón, directora; Mariana Pineda quien es hoy la directora de la Academia; Ivana Urízar, una gran jefa de producción, y puedo seguir… creo que esta alta presencia femenina hizo que las diferencias disminuyeran en gran medida.