Por Aldo Benítez - Fotos: Pánfilo Leguizamón
Demetrio Picanerai tiene 26 años y es uno de los dos profesores de la comunidad Chaidi, del pueblo Ayoreo Totobiegosode, que habita el Alto Chaco paraguayo. Los ayoreos tienen entre sus miembros a los últimos indígenas que viven en aislamiento voluntario. El objetivo del maestro es, desde el año que viene, lograr que lean en castellano sus alumnos y alumnas, cuyos padres siguen luchando por sus tierras, tradiciones y cultura.
Demetrio habla con orgullo de su historia personal, de la historia de su familia y, por supuesto, de la de su comunidad. Relata que su abuelo, Luis Hiodi Picanerai, llegó a estas áridas tierras del Chaco poco después de la guerra entre Paraguay y Bolivia (1932-1935) desde Santa Cruz, Bolivia. Esta ciudad se ubica a 200 kilómetros de la frontera con Paraguay. Demetrio dice que su abuelo hizo el viaje caminando, lo que le llevó varios meses. Su abuelo tenía un objetivo claro, cuenta. Hacer que sus hijos puedan estudiar y alejarse de los vicios.
El abuelo de Demetrio llegó con su familia a la comunidad indígena Ebetogue, a unos 65 kilómetros de Chaidi, en el departamento de Filadelfia, Chaco. Allí se instaló e hizo su vida. Logró que sus dos hijos puedan estudiar, David, el papá de Demetrio, y Daniel, su tío. Así, pues, la docencia se volvió en una herencia de generación para Demetrio.
La comunidad Chaidi es parte del patrimonio natural y cultural ayoreo totobiegosode, está ubicada a unos 500 kilómetros de Asunción y actualmente está habitada por unas 45 familias, varias de ellas hasta hace unos años vivían en forma nómada cuando todavía el Chaco era un bosque exuberante e impenetrable. Incluso hoy, varios de estos habitantes aseguran que tienen familiares que viven aislados en los remanentes de bosques que aún perduran en esta área del Chaco.
A pesar de que llegar hasta esta comunidad requiere de casi seis horas de viaje, pasando de la ruta Transchaco a un desvío de varios kilómetros sobre un buen camino de terraplén –salvo que llueva– la cultura de los “latinos”, como identifican los ayoreos a los no indígenas, ha permeado en la vida cotidiana de esta población indígena.
Los niños y las niñas juegan a la pelota portando camisetas de Cerro Porteño, Olimpia, Guaraní, clubes de la Primera División del fútbol paraguayo. Uno de los niños más grandes corre con una camiseta con la inscripción “Messi” en la espalda. El idioma de origen es el ayoreo, por lo que ven poca televisión, pero manejan muy bien los videojuegos de los aparatos celulares. Solamente en la escuela se les habla castellano y en ello radica justamente uno de los desafíos de Demetrio; lograr que para el año 2022 sus alumnos y alumnas puedan leer en castellano.
En principio, el sueño de Demetrio era ser mecánico de autos. Recuerda que de pequeño soñaba con poder arreglar las ruedas, ver el “corazón” de los vehículos, entender su funcionamiento, probar si arrancaban o no. Le fascinaba cuando “esas máquinas” llegaban a su comunidad y ver cómo podía solucionar sus desperfectos. Pero no pudo avanzar con esta iniciativa. “Igual ahora estoy enseñando. Ser docente me hace sentir bien” dice pausadamente.
En su comunidad de Ebetogue, Demetrio hizo hasta el tercer grado. Desde el cuarto al sexto grado en el colegio departamental de Boquerón, en Filadelfia, para terminar el segundo ciclo de la educación inicial. “Pero estábamos a 15 kilómetros de la escuela, iba y venía en bicicleta todos los días”, recuerda. La enseñanza secundaria terminó en el colegio Arco Iris, una escuela-internado ubicada en la zona de Teniente Montanía, a unos 70 kilómetros de Filadelfia. “Fue un sacrificio grande, pero todo dio sus frutos”, relata Demetrio.
Oliver, el hijo de Demetrio, tiene 3 años y se acerca a pedirle el celular a su papá mientras conversa con el equipo de La Nación. Le habla en ayoreo. “Quiero ver para llevarlo a Paraguarí, ahí tengo una prima que está estudiando para ser docente. Quiero que él vaya a probar para jugar fútbol y estudiar”, dice Demetrio.
Dejó su comunidad de Ebetogue hace dos años, cuando le hablaron de la posibilidad de dar las clases en Chaidi, lo que vio como una gran oportunidad. “Hablé con mi señora y vinimos. Dejamos a nuestras familias, pero no estamos tan lejos. Acá estamos bien”, señala Demetrio, recordando los 65 kilómetros que separan ambas comunidades.
La escuela de Chaidi es un amplio salón de madera y techos de zinc ubicado en la entrada misma de la comunidad. Cuenta Demetrio que la construcción de la escuela se hizo gracias a aportes de organizaciones civiles. De las autoridades locales, departamentales o nacionales no se tiene mucha presencia por esta zona del país. Durante la pandemia, la situación no varió mucho en cuanto al sistema que venían implementando. Se turnan de a dos con otro docente para cubrir todos los grados, tanto de la comunidad de Chaidi como la de Ebetogue.
El profesor ayuda también a las familias de la comunidad en la recepción de ayudas o kits de alimentos, como los que suele enviar la organización Federación para la Autodeterminación de los Pueblos Indígenas (FAPI), de la cual forma parte la comunidad de Chaidi.
Demetrio, además, siempre está dispuesto para ser de traductor de Porai Picanerai, líder de los ayoreo totobiegosode de Chaidi. Porai es un hombre que también dejó la vida de aislamiento hace unas décadas y desde que está al frente de la comunidad se ha mostrado muy activo en la reivindicación territorial que reclaman los ayoreos.
En Chaidi los hombres trabajan generalmente en la limpieza de caminos y de estancias, según Demetrio. Aunque también la recolección de miel es una forma de generar algunos ingresos extras. Las mujeres se dedican más a la artesanía y al manejo financiero del hogar.
UNA VIDA DIFÍCIL
Demetrio explica que no resulta fácil la vida en la comunidad. “Como verán, hay mucha pobreza”, expone. Pero agrega que hay costumbres de la cultura de los ayoreos que son muy distintas a las de los latinos, por lo que no siempre se puede ser determinante en estos aspectos.
Sin embargo, no puede dejar de mencionar que la gran preocupación de todos en todas las comunidades de los ayoreos es la invasión de su territorio, las tierras ancestrales que han habitado y que hoy están bajo constantes amenazas por parte de ganaderos y empresas agroindustriales.
Ante esta situación, los ayoreo totobiegosode reclaman al Estado paraguayo la restitución de unas 500 mil hectáreas en todo el Gran Chaco. Hasta ahora, tienen restituidas unas 122 mil hectáreas. Además de Chaidi y Ebetogue, otra comunidad ayorea es Arocojnadi y que forma parte de la Payipie Ichadie Totobiegosode – OPIT, Alto Paraguay. Esta organización trabaja fuertemente en la restitución de estas tierras y acompaña el proceso que iniciaron los ayoreos contra el Estado paraguayo ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para recuperar sus territorios en el Chaco.
De lo que hace el Estado paraguayo, Demetrio rescata poco y nada. El Instituto Paraguayo del Indígena es un ente prácticamente ausente en esta como en otras comunidades. “Por lo menos lo que pedimos es que haya seguridad para nuestras tierras. Es importante para nosotros, para nuestras familias”, dice Demetrio.
El viernes por la tarde, un grupo de ayoreos de la comunidad Ebetogue justamente estuvo por Asunción, reclamando a las autoridades que intervengan en una invasión contra la reserva de bosques de la comunidad llamada Punie Paesoi, ubicada en Filadelfia, departamento de Boquerón. Los indígenas marcharon por las calles de Asunción, esperando que las autoridades reaccionen y que las autoridades judiciales tomen alguna acción.
La medida de fuerza tuvo repercusión en las autoridades. La Cámara de Senadores solicitó esta semana informes al Instituto Paraguayo del Indígena (Indi) sobre la deforestación en sus territorios.
Para Demetrio, la tierra del Chaco es de los ayoreos y ellos la respetan, porque ahí han vivido sus antepasados y de estas tierras obtienen todo lo que necesitan, desde hierbas medicinales hasta el alimento de subsistencia. En la escuela, él intenta hacer que los niños entiendan el valor de preservar esto: los recursos naturales, la importancia de los bosques y de los animales silvestres.
Enseñar en el corazón ayoreo es enseñar sobre el Chaco, sus valores y los peligros que amenazan su riqueza.