El docente, intérprete y compositor de guitarra clásica Felipe Sosa publicó en el 2019 una autobiografía titulada “Memorias del maestro, intérprete y compositor”, un valioso testimonio en primera persona escrito en un lenguaje sencillo pero estricto en cuanto a los datos cronológicos. Hoy lo homenajeamos con motivo del Día Internacional del Músico, que se recordó el pasado 22 de noviembre.

Sosa hizo sus prime­ras armas en el perio­dismo en el Instituto Americano, donde se graduó a los 23 años de edad, y condujo un programa musical de TV, por lo que el oficio no le resulta ajeno. Escrito en un lenguaje sencillo y por momentos cier­tamente naif, es preciso des­tacar, sin embargo, la rigu­rosidad cronológica de esta autobiografía rebosante de entusiasmo al retratar una vida de película propia del American dream.

Según nos cuenta al principio de sus memorias, nació un 11 de abril de 1945 en Isla Flo­rida, departamento de Caa­zapá. Siendo el menor de nueve hermanos, luego de la muerte de su padre migró a la capital con su familia cuando tenía cuatro años de edad.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY
Luego de ser detenido por su participación en la recordada huelga de 1959 contra la suba del pasaje, Sosa partió rumbo al Brasil para dedicarse al estudio de la guitarra.

Una vez en Asunción, a raíz de la apremiante situación económica de su numeroso núcleo familiar, trabajó de lustrabotas; sin embargo, desde muy temprano sintió el llamado de la música. Al principio soñaba con cantar en una banda y hacer acom­pañamientos en guitarra. Empero, todo cambió cuando fue a un concierto de Cayo Sila Godoy en el Teatro Municipal, quien presentó un repertorio de obras de Agustín Barrios, Isaac Albéniz, Johann Sebas­tian Bach, Francisco Tárrega, entre otros. En ese momento descubrió que su vocación era ese instrumento tocado con maestría y virtuosismo.

UN ENCUENTRO CASUAL

Desde el inicio su formación musical estuvo ligada a cómo la suerte se empeñó en son­reírle. Un día estaba traba­jando en la Plaza de la Inde­pendencia cuando de pronto un hombre impecablemente vestido posó los pies en su caja: era nada más y nada menos que el maestro Cayo Sila Godoy. Tras el infortunado incidente de mancharle el pantalón, el niño se apuró en manifestarle el motivo de su distracción: la noche anterior había estado en el concierto que brindó en el Teatro Municipal de Asun­ción, le declaró su admiración y el deseo de ser un maestro de la guitarra como él. Godoy quedó complacido con el entu­siasta neófito, le ofreció su amistad y le sugirió que fuera a tomar clases en el Ateneo Paraguayo, donde enseñaba Dionicio Basualdo, ex discí­pulo y amigo de Barrios.

Sosa cursó sus estudios secundarios en el Comercio 1 y cuando era delegado del cuarto curso, a los 14 años, participó de la recordada manifestación estudian­til de 1959 contra la suba del pasaje, que fue violentamente reprimida por el régimen de Alfredo Stroessner.

Felipe Sosa, durante el lanzamiento de su libro en la galería Agustín Barrios del Centro Cultural Paraguayo-Americano (CCPA).

Permaneció detenido durante dos semanas y poco tiempo después de ser libe­rado se decidió a organizar su viaje a la ciudad de San Pablo. Luego de una suce­sión fortuita de hechos, de noches dormidas en la plaza y de largos ayunos involun­tarios, logró encontrarse con el profesor al que estaba bus­cando, el pedagogo uruguayo Isaías Savio, quien residía en la ciudad brasileña.

Luego de darle clases gratui­tas y de pagarle la pensión, el maestro intervino a su favor para que pueda ingresar al conservatorio a plena mitad de año. Con disciplina y dedi­cando nueve horas diarias a la práctica de la ejecución logró rápidos progresos y pronto se convirtió en asistente de Savio e incluso lo reempla­zaba en algunas clases.

LA CONSAGRACIÓN

En aquel tiempo Herminio Giménez fijó residencia en la urbe paulista. El maestro, ade­más de brindarle algunos con­sejos sobre sus estudios, tam­bién le tendió una mano y le dio trabajo en un sello discográfico, donde su labor consistía en copiar y preparar partichuelas para las grabaciones de orques­tas dirigidas por Giménez.

Así, con trabajo y sacrificio, aunque también respaldado por una feliz sucesión de cir­cunstancias, Felipe fue convir­tiéndose en un referente en la enseñanza y en la interpreta­ción de la guitarra.

A fines de 1964, cuando tenía 19 años, mientras se encon­traba en Asunción, recibió una carta del maestro Juan Carlos Moreno González, quien lo invitaba a sumarse al plantel de docentes del Con­servatorio Municipal que se estaba formando entonces bajo la dirección del creador de la zarzuela paraguaya.

Su primer encuentro con el público paraguayo lo tuvo en mayo de 1965 en un concierto a sala llena que realizó en el Teatro Municipal. El profesor Moreno González opinó enton­ces lo siguiente sobre su pre­sentación: “Felipe Sosa está lla­mado a completar el triángulo de oro cuyas bases indiscuti­bles son Agustín Barrios y Sila Godoy. Su sentido de la expre­sión, el poder que posee en transmitir al auditorio la emo­ción e intención que emana de la obra, todas estas cosas que hacen al artista nato, están sustentadas por una técnica bien dirigida”. En 1976 par­ticipó de un seminario en la ciudad de Montevideo, donde ganó el primer premio del con­curso de clausura durante unas jornadas de las que participa­ron cincuenta guitarristas de varios países latinoamericanos y europeos.

Asimismo, durante sus giras conoció y trabó amistad con importantes referentes de la escena artística nacional e internacional como el maestro Andrés Segovia, Luis Alberto del Paraná, José Asunción Flo­res, Atahualpa Yupanqui, Elvio Romero, entre otros.

LA VOCACIÓN DE UN MAESTRO

Su pasión por la labor docente le hizo declinar una oferta de radicarse en los EEUU y a “cer­cenar”, en sus propias palabras, su carrera de intérprete, ya que en la cúspide de su carrera en los escenarios se abstuvo de realizar varias giras con el fin de concentrarse en la forma­ción de nuevos valores en la eje­cución del instrumento.

Entre las distinciones logradas durante sus 57 años de carrera cabe mencionar la medalla Héctor Villa-Lobos, el Pre­mio Nacional de Música 2009, Catedrático honorífico de la Universidad de Música de Seúl, miembro honorario de la Socie­dad Guitarrística Madrileña, entre otras. Pero entre todos sus logros y condecoraciones, Sosa pone en primer lugar los 112 diplomas de profesorado superior de música otorgados en su conservatorio privado, anteponiendo sobre todas las cosas su vocación de maestro.

Tras haber grabado 18 discos, entre ellos el primero en la his­toria realizado en homenaje a Agustín Barrios, y con 155 piezas musicales compues­tas, además de haber reali­zado conciertos en numerosos países europeos, americanos, asiáticos y del Oriente Medio, en el verano del 2011-2012 un infarto de miocardio severo lo obligaría a retirarse definiti­vamente de los escenarios. No obstante, hasta la actualidad sigue dedicándose a sus labo­res de docente y compositor de manera más distendida y en la medida en que su salud se lo permite.

Etiquetas: #memoria#maestro

Déjanos tus comentarios en Voiz