Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
Marie Curie luchó contra el machismo en varias ocasiones de su vida. A pesar de los mil escollos que encontró en el camino, dejó un legado inmenso para la ciencia. Fue la primera mujer en recibir un Nobel y la primera persona en ganar dos de esos galardones por categorías distancias: física y química. Hasta el día de hoy Marie Curie continúa siendo un ícono de la cultura popular y de la ciencia. El domingo pasado se cumplieron 154 años del nacimiento de la gran científica.
Cuando Pierre Curie murió en 1906 en un absurdo accidente de tráfico, Marie sintió que le amputaban una parte del alma para siempre. Habían compartido tanto en ese matrimonio entregado a la ciencia, que no solo perdió a su compañero de vida sino también a su par y a su cómplice. Juntos habían formado una familia y además compartían un premio Nobel de Física.
Y de pronto un carruaje tirado a caballo lo pasa por encima y le fractura el cráneo como sentencia de muerte. ¿Cómo podía ser posible? Y en ese nudo de preguntas sin respuestas andaba cuando la halló la depresión que no dejó de atormentarla hasta años más tarde. Recién en 1910, se permitió una ilusión, cuando empezó a cortejarla un discípulo de su marido, llamado Paul Lengevin.
A Marie le sorprendió al principio que el apuesto físico se interesara en ella. Paul era varios años más joven, elegante, bien plantado, además de ser altamente inteligente. Tenía muchas cualidades, pero por encima de todo había un gran inconveniente: Paul estaba casado. Cierto que no era feliz con su pareja y la unión hacía tiempo no funcionaba, pero para las leyes seguía unido a su esposa. Su mujer sabía –y hasta de hecho hacía la vista gorda– a las infidelidades ocasionales de su marido, pero cuando supo que Paul había perdido la cabeza por la brillante Marie montó en cólera, y juró tornar su despecho en venganza.
Ni bien supo del apartamento que alquilaban para sus encuentros secretos, mandó a alguien en busca de alguna prueba que los incriminara y el eureka fue agridulce cuando aparecieron las cartas: una colección de misivas amorosas, donde el amantazgo se evidenciaba. Ahí estaba todo dicho. Y con semejante arma letal en manos, comenzaron las amenazas:
–¡Voy a enviar estas cartas a los periódicos para que todos sepan en que andan!– le dijo a Paul a los gritos, muerta de rabia.
Y tres días antes de que Marie ganara su segundo premio Nobel, Madame Langevin declaró de manera pública que su marido tenía un affair con la científica.
Demás está decir que el escándalo que generó la noticia alcanzó dimensiones épicas. La bomba pronto se hizo eco en el mundo, mucho más allá de Francia. A Marie la tildaron de inmoral, seductora de un hombre comprometido, y aunque a esas alturas Paul andaba en medio de los trámites del divorcio, María quedó muy afectada.
Justo cuando le tocaba viajar a Estocolmo para recibir su premio.
Ya le había pasado con su primer Nobel en 1903 que no se lo quisieron dar por ser mujer. Se lo habían asignado a su marido por las investigaciones que ambos hicieron sobre los fenómenos de Radiación y fue Pierre quien en ese entonces amenazó con rechazar el galardón si no se lo reconocían también a su esposa, y la Academia cedió convirtiéndola en el primer Nobel femenino de la historia.
Y ahora estaban de nuevo con reticencias. Según varios académicos, el escándalo podía repercutir en la ceremonia y le escribieron sugiriendo que se quedara en Francia. Que en un telegrama dijera que estaba aguardando que en el juicio de Langevin se compruebe que esas acusaciones en su contra eran falsas.
Marie se incomodó con esa carta y contestó indignada:
–”El premio me lo dieron por el descubrimiento del radio y del polonio. No hay ninguna conexión entre mi trabajo científico y mi vida privada”.
Pero a pesar de su respuesta vehemente, tampoco quería imponerse. Y estaba a punto de desistir de su viaje, hasta que intervino el mismísimo Einstein.
–Por favor Marie, ¡viaja a Estocolmo! Lo que tienes que hacer es ignorar todo este revuelo. Y si los chismosos siguen molestándote, deja de leer esas estupideces. ¡Que las lean las víboras para las que fueron escritas!
Y con ese último empujón de su amigo, Marie se animó y viajó a Suecia. Y la ceremonia de premiación ocurrió sin ningún inconveniente.
Diez días después Paul Langevin llegaría a un acuerdo extraoficial con su esposa negociando dinero y custodia, pero la relación de Paul y Marie quedaría afectada para siempre. No terminaron quedándose juntos, pero por el resto de sus días los unió una profunda amistad de colegas, basada en el amor a la ciencia que compartían.