Por Paulo César López paulo.lopez@gruponacion.com.py - Fotos Paulo César López: gentileza
Esta es la historia de los hermanos Sergio (20) y Gregorio (17) Aguilera Arias, los “ángeles protectores” de los ciclistas; en memoria de ambos fue erigido el kurusu bicicleta, un nicho ubicado en el kilómetro 109,5 de la Ruta PY02 en San José de los Arroyos, departamento de Caaguazú.
Sergio se presentó la noche del 2 de enero de 2007 a trabajar en la planta de faenamiento de pollos que estaba a dos kilómetros de la casa familiar en la compañía Yacú Barrero, por lo que siempre se trasladaba a la fábrica en bicicleta.
Esa noche, el encargado de organizar las labores nocturnas pasó revista al personal disponible, luego de lo cual informó que faltaría uno más para cumplir el trabajo extra programado para esa noche y madrugada.
Cuando escuchó el requerimiento del jefe de cuadrilla, Sergio levantó rápidamente la mano para decir que él podía conseguir a alguien. El primero en quien pensó fue en su hermano Gregorio, tres años menor que él y con quien desde muy chiquitos se acostumbraron a trabajar para aportar a la precaria economía familiar. En total eran siete hermanos, pero entre Sergio y Gregorio había una conexión especial. Eran muy unidos y todo lo hacían juntos.
Cuando recibió el permiso del puntero para ir a buscar a su hermano, tomó su bicicleta y se puso a pedalear lo más rápido que pudo. Cuando al fin llegó jadeante hasta la puerta del rancho, su familia se sobresaltó pensando que algo malo había ocurrido.
-Mba’e piko ojehu ndéve (Qué te pasa?) –le preguntó su madre.
–Mba’eve, che sy. Ajúnte aheka Gregorio-pe. Che hermano, jaha ñamba’apo. Oñeikotevê peteî personal ko pyharépe amo fábrica-pe (Nada, mamá, vengo nomás a buscarle a Gregorio. Hermano, vamos a trabajar. Se necesita a un personal para trabajar esta noche en la fábrica) –le dijo Sergio a Gregorio.
–Nooo. Che ajapo va’erã voi peteî chánga ko’êro. Aháta aity takuare’ê. Che namba’aposéi pyharekue (No. Yo tengo una changa para hacer mañana. Voy a recolectar caña de azúcar. Yo no quiero trabajar de noche) –se excusó el hermano menor.
–Jaha katu. Enohê porãvétako amo (Dale, vamos. Vas a ganar más dinero allá) –le insistió Sergio.
Aunque no sentía ganas de ir, terminó cediendo ante la insistencia de su hermano. Suspirando con cierto fastidio se cambió la ropa y se calzó las botas para ir a trabajar. Cuando Sergio se montó a la bicicleta, Gregorio se acomodó sobre el portabulto trasero e iniciaron el camino cuesta arriba rumbo a la planta.
La jornada de trabajo se extendió hasta la madrugada. Fuera del establecimiento, como lo hacía todas mañanas bien temprano antes del amanecer, ña Rosita aguardaba con su canasta de chipa y cocido bien caliente frente al portón del criadero de aves. Sergio y Gregorio estaban fatigados y con mucha hambre.
Les pareció buena idea desayunar y luego dirigirse a la casa para ir a acostarse directamente sin armar barullo en la cocina. Cuando acabaron de comer, se montaron a la bicicleta y se enfilaron hacia la ruta rumbo a casa. Los primeros destellos del día se insinuaban tímida mente en el horizonte.
Adelante iba un pelotón de trabajadores que salían de la fábrica y se dirigían a sus hogares luego de la extenuante jornada. Al pie de la cuesta escucharon el ronquido de un autobús avanzando a sus espaldas a alta velocidad.
Todos voltearon para ver a qué distancia se encontraba el camión, pero la ofuscante luz alta apenas permitía ver una silueta fantasmagórica que rugía como un dragón furioso.
Sergio le daba al pedal con todas sus fuerzas en su intento de terminar la pendiente antes de que el ómnibus los alcanzara. Sin embargo, la empinada no solo los impulsaba a ellos, sino también a la humeante bola de hierro que tronaba detrás de ellos. Aferró fuertemente la manopla del manubrio y posó firmemente ambos pies sobre los pedales. Se puso rígido, al igual que Gregorio, quien se ceñía con todas sus fuerzas a la parrilla del portabulto.
El chofer cabeceaba adormecido mientras sujetaba débilmente el volante, que cedía ante sus manos y giraba lentamente como las manecillas de un reloj. No fue sino hasta que sintió el crujir debajo de las ruedas cuando el conductor se repuso de su somnolencia y clavó los frenos. El bus derrapó y cuando logró enderezarlo ya había dejado atrás dos cuerpos inmóviles que yacían sobre el asfalto.
Como Gregorio iba atrás, sufrió más directamente el impacto, por lo que murió en el acto. En tanto, Sergio fue trasladado inconsciente y en estado de gravedad al entonces Hospital de Emergencias Médicas, donde falleció pocas horas después.
La maltrecha Phoenix gris enarbola la ermita erigida en memoria de los hermanos, que se ha convertido en lugar de culto para los ciclistas ruteros, quienes concurren al sitio para encomendarse a la protección de los hermanos Aguilera Arias.
Cuando llegué al lugar cerca de las once de la mañana del pasado sábado 23 de octubre, el cielo estaba encapotado y empezaron a caer las primeras gotas acompañadas de un viento que no traía buenos presagios. Encendí una vela rápidamente, pues no había tiempo para demorarse. Escudriñé los detalles del memorial, entre ellos la placa con los datos de las fechas de nacimiento y de muerte de ambos (Sergio Aguilera Arias/Q.E.P.D./ 20-VIII-1987 + 3-I-2007/ Fabián Gregorio Aguilera Arias/Q.E.P.D./ 20-V-1990 + 3-I-2007).
Luego de unos breves minutos, apurado por la amenaza de tormenta, emprendí el camino de regreso. Pero apenas al llegar al pueblo de San José, el sol del mediodía empezó a quemar nuevamente. El temporal había quedado atrás.