COMENTARIO

POR ESTEBAN AGUIRRE, @PANZOLOMEO

La semana pasada, por una de esas cuestiones de teclado empolvado, el rótulo, o marcante (como le decimos acá) con el que firmo esta columna, Ñembonvivant, tuvo un “bo” de más, dejándome como un momentáneo “bobo”. Por suerte soy un gran creyente de la frase “No hay mal que por cien no venga… perdón bien, era bien”. El error me hizo dar cuenta de que la idea y concepto detrás de dicho rótulo es algo que nunca compartí con los lectores de esta columna.

Ñembonvivant es un juego de palabra que busca crear descendencia entre la idea del “ñembo vivo” y el concepto del “bon vivantismo”, de donde nace el término “Bon Vivant”. Por un lado tenés a la versión del astuto paraguayo, el ñembo vivo, tan inteligente que todos saben que es tonto excepto el mismo tonto, aquella persona que viva aquejada de ser “avivada”. Y, por otra parte, el término francés bon vivant, que significa “el buen vivir” y se refiere a “quien vive bien”, a las personas que disfrutan de los placeres de la vida (pequeños, grandes o medianos).

Ahora, la pregunta es ¿por qué en Paraguay uno sería ñembo bon vivant nomás? ¿Acaso no tenemos todo lo que se necesita para ser nomás luego bon vivants y listo? La respuesta a esta existencial duda (que nadie salvo yo se está haciendo) se la asignó a las redes sociales, particularmente a Instagram y su manera corrosiva de sacarle al espectador de la genialidad del aquí y ahora, sustituyendo por la ansiedad de lo ajeno, lejano y no presente.

Existen distintas interpretaciones de “una buena vida”. Entendiendo que un bon vivant se trata más que todo de la filosofía de saber vivir, es aprender a apreciar las cosas pequeñas y lo que significan para el ser humano, a veces incluso con cosas que el dinero no puede comprar. Ya sea una siesta en la hamaca favorita o incluso leer un libro en un día lluvioso, si se siente el disfrute, entonces usted también es un bon vivant.

El ñembo fue agregado por su carácter de intentar sin lograr, de la búsqueda dentro de la ignorancia (que sigue siendo una especie de bendición en disfraz), de “forrest gumpearle” a la vida aunque está presente tumbos para este idiot savant (sabio idiota) que tiene más de idiot que savant.

Ser una persona que ha adoptado la vida desde un punto filosófico. Pensemos si la frase es un término en francés que significa “el buen vivir” y yo sigo esta práctica desde un lugar de imposibilidad asumida, tal vez esto me vuelve un soñador, algunos dirán un optimista.

Una persona que se rehúsa a estar mal aunque muchas veces las condiciones en las que vivimos nos griten con un megáfono que así deberíamos estar.

Si bien podemos quejarnos porque las rosas tiene espinas o alegrarnos porque los espinos tienen rosas, la intención de esta reflexión no es la de salir a decir que tenemos que estar en una eterna fiesta en un país en donde se pueden desviar los fondos de la educación en

un abrir y cerrar de ojos, en donde la pandemia es un as bajo la manga para negociar la salud de los ciudadanos que habitan esta nada “dolce vita”. Esto es buscar entender que siempre habrá una mejor manera de interpretar lo que estamos viviendo, un lugar útil entre el pesimismo, el optimismo y el realismo, que nos permita estar lo suficientemente agradecidos, como para elegir el mejor y más conveniente siguiente tramo del camino al que llamamos vida.

Voltaire decía que “El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos desgraciados”, y a esa cita encuentro respuesta en otra de un bon vivant que aun en tiempos en que el mundo estaba en guerra, él solía hacer el ejercicio de nunca olvidarse dónde había dejado su vaso de whisky, “Soy optimista. No parece de mucha utilidad ser cualquier otra cosa”. W.Churchill.

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