- POR ESTEBAN AGUIRRE -
- @PANZOLOMEO
La semana pasada tuve la extraña experiencia de comer pororó y mirar al árido Chaco paraguayo en la pantalla grande. ¿La ocasión? La première asuncena del documental “Apenas el Sol” de Arami Ullón. Aclaro asuncena, porque la película tuvo su estreno oficial, donde correspondía, en el Chaco paraguayo, a 50 kilómetros de Loma Plata, en Campo Loro, la comunidad Ayoreo.
El día del estreno empezó con una conversación con mi hijo, quien me decía que no podía ir al colegio porque “se estaba quemando”. Las noticias confirmaban que su historia era parcialmente cierta, se estaba incendiando un frigorífico que queda, o quedaba a 5 cuadras de donde él abre los libros todos los días. ¿Que iba a saber, que esa jornada terminaría también con un tempestuoso registro de un incendio del Chaco en las pantallas de Cinemark? Un incendio más antiguo y urgente.
“Espero que el cine nos una una vez más a la humanidad” eran las palabras con las que la directora Arami Ullón, presentaba este documental en donde podemos apreciar la historia vista a través de los ojos (o mejor dichos los oídos) de un hombre que lucha suavemente por una forma de vida que enfrenta la extinción.
Ese hombre es (Mateo) Sobode Chiqueno, a quien le sumaron la parte “Mateo” de su nombre cuando fue bautizado por misioneros que se lo llevaron de sus tierras ancestrales.
Mateo lleva años registrando dicho viaje en una fiel grabadora y, cada vez más, casetes polvorientos y agrietados, viajando por regiones de Paraguay donde la comunidad Ayoreo fue conducida a asentamientos aislados por misioneros que tomaron sus tierras y las convirtieron a la fuerza al cristianismo.
Sobode es nuestro narrador, su voz, debería ser la nuestra. Como dice al comienzo de la película “Los misioneros blancos nos sacaron de nuestro paraíso”, seguido de una escena desoladora de cadáveres de animales al costado de un camino polvoriento mientras los camiones pasan con el sonido avasallante de la extinción. Agrega: “Me pregunto … ¿Cuál fue nuestro pecado?”.
Sus antepasados Ayoreo adoraban al sol, al que veían como un ser generoso llamado Yoquimamito (un ser que protege desde las alturas). Se subían a los árboles para rezarle al astro rey y escuchar mejor la respuesta. Las tierras robadas ahora están rodeadas por vallas y, a menudo, se talan para que haya más espacio para el ganado. Ahora, como le dice a una anciana: “El viento sopla más fuerte sin árboles”. Pero para él y su generación, el sol se ha convertido en una especie de amenaza, convirtiendo las áreas deforestadas en llanuras secas y polvorientas. Irónicamente, su dios se ha convertido en demonio.
“Porque cuando grabas algo lo estás protegiendo”, dice Chiqueno en un momento, mientras intenta enrollar con paciencia una de las cintas que su antigua grabadora ha estropeado.
Decidido a salvaguardar una cultura e identidad en peligro de desaparición, o en su propia forma de expresarse “Hay palabras que van extinguiéndose en el tiempo” dice mientras mira un pedazo de cinta bailando con el viento.
Este documental, no solo es valioso por su riqueza narrativa, su composición visual y la urgencia del tema que abarca y evoca, generando empatía por la situación que viven Mateo y sus compañeros Ayoreo, sino también porque, de manera muy inteligente y profesional, logra abstenerse de hacer y convertirse en una campaña proselitista, permitiendo en su lugar dejar que la labor del cineasta (el oficio del séptimo arte), haga su trabajo.
Que el mensaje a través del viaje para los ojos que propone Ullón y el sonido con el cual Sobode Chiqueno despierta los oídos, sea la urgencia con la cual nos retiramos del cine.
“Cada uno quedó solo con su destino”.