En esta edición publicamos la reseña realizada por Pedro Gamarra Doldán sobre el poemario de María Eugenia Garay, “La Superstición del Tiempo”, publicado por la Editorial Rosalba este año. Una mirada a la obra poética y al trabajo de la autora en la literatura paraguaya.
María Eugenia Garay es una escritora reincidente. La usina productiva lanzó no hace mucho el más reciente título, el poemario “La Superstición del Tiempo”, Editorial Rosalba 2021. La artista –¿qué es la literatura sino arte?– ha producido una ya vasta obra, siendo éste el texto número 44, lo que implica una cantidad inusual de libros de literatura publicados en nuestro medio.
Se la ve siempre conservando la calidad en cada uno de sus géneros creativos, y digo géneros, porque María Eugenia transita no solo por los poemas (tiene 16 poemarios publicados), como por la novela, el género policial, la narrativa histórica, los cuentos para público infanto-juvenil, con creaciones tanto históricas como ecológicas, al igual que líricas. Todo ello es un testimonio de vida y creación.
Lo más destacable aún de este abordaje de géneros distintos, como los que señalé, es que conlleva el manejo y dominio de la palabra dirigida a públicos distintos. Esa capacidad imaginativa necesariamente implica una forma de ser, y por qué no, de vivir. Una aproximación a su narrativa nos devela que tiene gran ductilidad en los diferentes temas en cuanto al manejo, elegante sin sacrificar claridad, del idioma castellano.
APROXIMACIÓN A LA ESCRITORA
María Eugenia Garay es una clara y valiente luchadora por una patria nueva, a través de la pluma. Muy joven se graduó en la Universidad Católica en Ciencias de la Comunicación, pero ya había sido miembro de la Academia Literaria del Colegio de Las Teresas, entonces de excelente nivel educativo, y aunque ella no lo cita, creo recordar que obtuvo el premio “René Dávalos”, de la revista Criterio, que tan buenos galardonados tuvo.
Ella es, a su manera, una rebelde, de rebeldía positiva. Es libre e independiente. Su obra no forma parte de algún parentesco estilístico invariable, cosa a veces difícil de lograr, porque casi siempre, por los años, o la lectura, somos deudores de influencias permanentes o circunstanciales.
También es libre, porque no forma parte de grupos culturales de apoyo mutuo, si bien es socia de centros de escritores bien conceptuados. De profunda y honda sangre vasca, también sostiene con valor la cultura útil, y combate el diletantismo, y las fugas fatuas, de una obra que vive un distingo momentáneo. Ella escribe para testimoniar y ofrecer de ejemplo su compromiso con los valores perdurables.
LA POESÍA EN NUESTROS DÍAS
María Eugenia, que sintió la atracción por las letras desde muy joven, transita por el camino de la poesía desde hace medio siglo y no rechaza esa forma expresiva, que hoy se usa poco. La poesía es pues su palabra apasionada, y a veces hasta adquiere tintes políticos. Toda poesía lograda es música a cappella, y, al correr de su pluma, brota como un manantial prolífico de ideas, o como una hoguera de donde estallan luminosos fuegos de artificios.
Hoy, se lleva a cabo ese combate de la poesía contra las sociedades banales, la mediocrización de las redes sociales y la globalización perjudicial; es en este contexto que María Eugenia demuestra con este libro “La Superstición del Tiempo”, a lo largo de sus más de 170 páginas, que la palabra poética, expresada en versos de un leve erotismo, busca inflamar las pasiones del hombre, del ser humano, para que no se pierda en las meras superficialidades olvidables de este mundo, y despierte a las profundas y sublimes emociones del espíritu, al son de las palabras sabiamente enlazadas.
En su “Plegaria” del “Adagio 1″ nos dice:
“Señor, Invoco tu nombre de augurio o de fábula, y a ti me dirijo con la voz caldeada, buscando un refugio para mis amarras.
No hacen falta encuestas que avalen palabras, ni inventar lenguajes para tantas ansias.
Por eso hoy te busco dentro del silencio, matorral espeso, donde encallan todas nuestras esperanzas”.
En esa prosa poética, que como tal, no es nueva, preambula la autora una grata definición, de cuál será el arte del que se valdrá el libro. María Eugenia ha llegado a la profundidad y altura de una escritora que ha producido una obra valiosa, y que crece de libro en libro. La experiencia, la belleza, la imaginación, son sus medios de ir ascendiendo y trascendiendo de obra en obra.
EL NIVEL CREATIVO EN SU OBRA
Leer su producción constante es siempre una sorpresa, porque uno encuentra que, según pase el tiempo, la obra con más facilidad se decanta. Cada elaboración suya compite consigo misma, y así, cada obra subsiguiente surge con una belleza y nivel creativo superior, perfeccionándose hasta alcanzar las alturas últimas, mérito difícil de lograr.
Llegar a la poesía, de tenue tinte erótico, significa una exposición no sólo a cuanto implica el amarse de un hombre y una mujer, sino que se interna en emociones y sentimientos para revelar que es el amor, verbo asaz difícil de asir. En “Regresos” nos dice:
“Llevo abalorios de ingrávidas luciérnagas sobre mis senos ardidos de deseo.
Hay ajorcas de luna en mis tobillos y en el umbroso delta de mi pubis un puerto donde anclar tus cicatrices después de navegar erráticos inviernos”…
Sí, María Eugenia Garay, justicieramente merece ser incluida en una edición ampliada de “Los Garay en la cultura paraguaya”, una compilación biográfica de algunos antepasados suyos, como el Dr. Blas Garay y el Gral. Eugenio Alejandrino Garay, grandes compatriotas que transitaran el camino de la historia, del derecho, del periodismo y de la guerra, que hizo don Raúl Amaral, porque con capacidad y altura en ese vínculo con las letras, ella ha llevado su obra al merecido altar de ser leída y reconocida.
El libro de poemas “La superstición del tiempo”, de María Eugenia Garay, quien obtuviera la mención de honor del Premio Nacional de Literatura 2021, tiene la particularidad de combinar versos y una prosa muy bien lograda, que el autor de este ensayo crítico procede a analizar.
L a primera treintena de páginas de esta producción literaria de María Eugenia Garay, páginas desarrolladas con ferviente prosa de elevado nivel del lenguaje, invitan al lector a concentrar su mayor atención en cada renglón para interpretar las ideas de esta etapa introductoria del libro, que conduce al bagaje de poesías que la escritora despliega posteriormente.
Un abordaje referido a la estructura formal de esta obra nos permite distinguir tres partes, cada una de enjundioso contenido. La primera parte corresponde al prólogo, titulado “A orillas del río de Heráclito”, elaborado por la misma autora. Una variedad de ideas asperge sus más de seis páginas y es el recibidor que lleva a la fontana de mensajes que aguarda al lector. Evoca el vaticinio de un futuro de esclavitud moderna impuesta por dirigentes tiránicos; esta evocación proviene de la lección aprendida en sus lecturas de adolescente.
Asimismo, recuerda el paso mortífero de la pandemia que ha azotado recientemente al mundo. En este trecho de viaje retrospectivo, la autora aprovecha para explicar la metamorfosis de sus poemas escritos en otras épocas, que ahora son ajustados en función a su estado de ánimo actual.
María Eugenia se declara a sí misma: “Yo solo me limito a ser una cronista de mi mundo interior”. En esta “crónica” defiende con enérgica pasión el sentimiento de amor que da sentido a la vida y es, a la vez, perdurable y trascendente. El siguiente enunciado del prólogo, que puede gozar de la aprobación popular, dice: “Quien no ha amado, ha extraviado su punto de destino”.
La segunda parte, titulada “Plegaria”, despliega cinco subtítulos, todos en prosa, con alto grado de contenido poético.
1. Adagio. Abstraída del mundanal entorno, el alma transida por la decepcionante conducta humana desarrolla estos párrafos de imploración al Ser Superior, con la voz sedienta de justicia, traducida en el monólogo que invoca al Señor; le musita ruegos, recuerda a los seres queridos que ya han partido, desgrana la espiga de ilusiones, descifra la proximidad del ocaso del amor y la inminencia de las penas. Adagio es la manifestación llana del afán de conversar sobre el retorno de la alegría en fuga, de los nombres que han alumbrado el corazón y del exiguo fuego remanente que aún puede encender la llama de la esperanza.
2. Señor de los campos. Ruego, llanto de dolor, remembranza, abandono y desencuentros, distancia y añoranza, soledad y dichas inventadas conforman la temática de estas preces hechas canto al “Señor de las guitarras”. De tenor poético y lenguaje culto, las tres páginas de este subtítulo recogen el extracto de la ansiedad confesa en las plegarias que hablan de destino, de renacer, a pesar de las alas caídas, a pesar del frío, del cansancio y de los pies heridos. Estas son las confidencias que esta alma desbordada eleva al Señor, y cubre los escenarios agrestes y otras áreas de la naturaleza.
En la urbe, caracterizada por gozos continuos o por excesos de luz, sin embargo las almas olvidadas son presas del quebranto y de las penas, de la ausencia y la nostalgia, de la oscuridad y la congoja. En la pintura de la ciudad que la escritora describe al destinatario de la oración, a ratos declara a manera de reminiscencias que “de repente, sin mediar avisos, surge algún milagro que desata amarras”. La voz poética sigue su canto y en triunfal confidencia descarga su propia esencia de “este oficio de burilar versos y recopilar el breve transcurso de la vida misma”. La voz narrativa es la voz que entona sus preces al evocar las memorias que la invaden.
3. Impromptu. La acepción de este vocablo consiste en la composición musical que el ejecutante improvisa. Apostada en el mismo plano de la temática de ruegos, la protagonista del monólogo espiritual sigue descargando, con intenso lenguaje figurado, los ruegos de ser escuchada. Los sones de su espontánea composición verbal están saturados de un complejo y sufrido andar cotidiano. La comparación entre los cauces del tiempo y del río es original y bella: “De intentar en vano atrapar el tiempo, y ver su cauce, como un río que pasa, se lleva en sus aguas cuanto hemos amado”. Enmarcada en la soledad, la angustia y las ansias, propone interrogantes acerca del origen, el presente y el destino humanos. A pesar del estado de desasosiego en que se encuentra, es capaz de admitir la existencia de un poder imperativo del amor que empuja al reencuentro con el ser amado; también reconoce que este trance de oscuridad del sentimiento invita al desatino, pues en la soledad se encienden nuevas ansias. De ahí sus ruegos, su retiro espiritual en el bosque, por su fragilidad humana, por las nuevas ilusiones, por la espera y búsqueda del calor de un amor acunado en la esperanza.
4. Padrenuestro. La autora de esta prosa no repite la conocida fórmula del “Pater noster”; ella prosigue el camino de una catarsis sanadora, porque cada palabra de la piadosa verba que brota de su mente y prorrumpe sus labios desnuda la crudeza del torbellino sicológico que la abruma; ella no recita la enseñanza de Jesucristo, pero sí ora su padrenuestro propio, moteado con la paz deseada para sí y para la patria, con la duda acerca de la eternidad y la atención del Señor a sus plegarias; en su tenaz queja, la escritora lanza dardos contundentes sobre la desarreglada vida que llevan los hombres en las sociedades en que predominan la envidia, el ego, la ostentación de fortunas, la desconsideración hacia los que gimen infortunios y la victoria del odio sobre la armonía en las interrelaciones, donde quedan aplastados los sentimientos positivos. Esta versión no es la mecánica repetición del padrenuestro del “pan de cada día”, sino, como ella revela: “Y este es mi informe. O mi oración. ...mi ruego de amor... Mi versión actual del padrenuestro, o mi frase más tierna”.
5. Nocturno. Este apartado cierra la explosión espiritual de la poeta narradora, cuyas preces despliegan las confidencias candentes y lacerantes que alborotan su ser, afanada en arribar a un muelle de esperanzas. Consciente del voluminoso cargamento de quejas, peticiones y ambiciones con los que ha interpelado e importunado a su Señor, le presenta sus disculpas; pero, irrefrenable en su obstinado requerimiento, descarga el saldo de su carga petitoria que aún gravita en sus alforjas. En consecuencia, enuncia los eslabones faltantes de la cadena de pedidos que abarcan el reclamo de justicia y pan para la tierra; la necesidad de emular las luchas de los héroes que aman a su patria, mancillada por los exabruptos de los hombres de hoy; el saqueo a mansalva en que “flamantes nuevos ricos se jactan de sacar a pasear su desvergüenza”.
El párrafo final de este “Nocturno” revela un epílogo insólito e inesperado. Con absoluta sinceridad, la devota pordiosera de dones se envalentona y confiesa al Señor, sin ánimo de ofenderlo, la verdadera duda que la oprime sobre la existencia de Dios, duda que emerge siempre cuando flaquea la fe y se cree que solo es una invención del hombre como producto de su desesperación: “Yo no sé si tú existes, o fue el hombre habitante de angustia y desamparo... y despojándose de un grito borrascoso..., a total semejanza de su imagen, inventó finalmente tu existencia”.
Es este el manto de oscuridad que cubre su grave pensamiento nocturno. Estas prosas de hechura subjetiva, elaboradas con verdadera esencia poética, agitan los conceptos de permanente debate sobre Dios, el mundo y el hombre, y construyen el portal de acceso al rico poemario “La superstición del tiempo”.
POR MARIBEL BARRETO - Fotos: gentileza - Archivo LN
Es el título de la obra de María Eugenia Garay, premiada con mención de honor en el Concurso del Premio Nacional de Literatura 2021. Y lo que publicamos en este espacio es la reseña realizada por Maribel Barreto, escritora y crítica literaria que nos ilustra sobre la obra.
Este libro, “La superstición del tiempo”, es producto de una arquitectura de ritmo furioso, de geometría trazada por el impulso de una fuerza interna hecha poesía; de esa fuerza y de la experiencia de la escritora dentro del marco de una visión total de lirismo y plenitud. El poemario es producto de impresiones vividas, recreadas más tarde en la alquimia de la memoria. Tiene una clara organización externa y una sólida ilación interna en los sentimientos y estados de ánimo de la poeta.
Se divide en doce capítulos a saber: Plegaria, A nuestro Padre Ñamandú, Exorcismo al olvido, Luna añil sobre el Egeo, Digresiones con Cronos, El telar del destino, Cómo atarme a tu vida, Tapiz de Moiras, Transmigración, Invocación al viento, Pasión en la Isla del Ayer y Oficio de Maga.
Dichos temas y formas van de lo infantil a lo mítico. Su riqueza y variedad de elementos son siempre índice de poder creador; los diferentes elementos están integrados en unidad, logrando que la creación se haga vida y la vida creación.
María Eugenia lleva la poesía dentro de la piel y le sale por las manos, por los ojos, por la sonrisa, le sube como duende a las lágrimas; es como fuerza absorbente de su personalidad fundida en la creación.
PLEGARIAS
Los cinco títulos que componen el capítulo “Plegaria”, escritos en prosa poética en la que la autora se dirige al Creador con exultantes composiciones. En Adagio, desnuda su alma, luego, en Señor de los Campos, explora la exaltación de la naturaleza en que deslumbran los amaneceres, cuando con júbilo descubre las flores en primavera, cada amanecer es un mundo nuevo y distinto en la percepción de la poetisa al ofrecer la mágica esencia de sus versos, que engarzan el presente con la memoria y los recuerdos.
Impromptu es súplica, es deseo ardiente de ser escuchada por Dios para interpretar el laberinto de las sombras, para hollar los senderos bajo los rayos de la luna y detener el tiempo que pasa como un río. En Padre Nuestro, María Eugenia ofrece su corazón para compartir con Él las pequeñas cosas de la vida, una flor, una esperanza, el destino de la patria. Presenta la situación social, el pueblo que reclama salarios más dignos y condena el derroche y la ostentación de unos pocos que exhiben su opulencia en contraste con las carencias de muchos. Por último, Nocturno, aquí habla confidencialmente a Dios pidiéndole su ayuda para detener el saqueo que agobia a la Patria, donde el hombre vive la angustia y el desamparo.
Este primer capítulo es pura prosa poética de auténtica denuncia, inspiración y profundo sentimiento de la naturaleza; pero sobresale la remembranza lejana como el salomónico Cantar de los Cantares, en que la pasión humana en todas sus manifestaciones, deseos, tristeza, esperanzas, anhelos alcanzan su máxima expresión hasta elevarse con frecuencia a un clima de verdadero misticismo.
A veces, su acento tiene matices de la más pura inocencia. Otras, aflora su carácter tenaz, indócil, apasionado, imbuido de una sana rebeldía. A menudo, le nubla el espíritu un velo de inquietud. De cuando en cuando, surge nítidamente la insumisión ante la injusticia, en otras, el sentimiento de hermandad estalla incontenible y ardiente.
No puedo sucumbir ¡Señor! Quebrar mis estandartes u olvidar mis banderas ajadas de tristeza. A pesar del erial envilecido de sueños perdidos, de falsas quimeras.
Luego, la esperanza: En mitad del bosque más oscuro, yo tengo la certeza de que alguna vez vendrá la primavera. Estos poemas en prosa constituyen un refugio para sus sueños, un desahogo para su espíritu solitario. A nuestro Padre Ñamandú y Mariposas púrpuras, giran en torno a la divinidad, en un intento de definir su naturaleza, sus relaciones con el hombre y el universo, el cauce de la historia y los secretos de la naturaleza
Yrendagüe, está dedicado a su abuelo. Canto de tono heroico, con lenguaje pulido lleno de imágenes, en que la nieta oficia de poeta, exalta la figura del héroe en un poema de resonancias líricas, transida de sincera emoción casi religiosa. Sus versos subrayan la inquebrantable firmeza de sus convicciones y su amplia capacidad descriptiva renueva un episodio de la Guerra del Chaco con su cuota de dolor y sacrificio, entonces emerge la figura del valeroso jefe que captura la “aguada salvadora”: Marchemos todos juntos hijos míos, para alcanzar el agua de la vida. Con lenguaje melódico y brillante conoce lo implacable del destino que en este caso se llama Providencia, es aquí donde con sones orquestales resuenan en las arenas del desierto chaqueño las hazañas del abuelo, invocando el nombre del guerrero y de la patria amada.
EL GOCE DE LA PALABRA
Luna añil sobre el Egeo. Siete poemas de evocaciones, hechizos y fracasos en que la intersección de planos reales y el mundo ultratelúrico, con frecuencia, se transforma en nostalgia con el mayor lirismo, como cuando expresa su preocupación por el tiempo: Cómo hallar el hechizo, el ensalmo secreto, /para exiliar las horas, que en torrentoso cauce deshilvanan la vida, deshojan nuestros días /y sigilosamente nos roban los momentos.
En estos poemas, la palabra audaz, la metáfora visionaria, las asociaciones libres, constituyen una escritura de cruces intertextuales para gozar amorosamente, a veces, con seres mitológicos como Ninfas, Ondinas, Moiras o lugares geográficos legendarios: Nínive, Menfis, Bizancio, Egeo lejano y quieto.
María Eugenia traza el camino de una experiencia que sumerge mundos intimistas, vincula planteos temáticos y estrategias discursivas mezclando sueños, ficción y utopías, que con su idoneidad profesional agita e inquieta al lector.
Antes que las clepsidras se detengan/ el agua de sus fuentes se diluya/ y el tiempo siembre caprichoso/ sus tendales de ausencia impunemente. (53). El río nocturno de la eternidad/ nos remontó en su cauce de penumbras / Aquella noche en Nínive o en Menfis/entre la pausa del ritual sagrado/ Recuerdo la llovizna que caía /poblada de leyendas en Bizancio. (p. 55).
En sus versos, se perciben suspiros y el dolor de las ausencias, jardines abandonados, el tiempo lejano, los cantos, las brisas, las campanas, las inmensas distancias estelares.
María Eugenia Garay, autora galardonada con Mención de
Honor del Premio Nacional de Literatura 2021.
EL TIEMPO
En el capítulo Digresiones con Cronos, que engloba siete poemas, uno de los cuales es Cómplice luna, creo ver espontaneidad, exaltación pasional y sensualidad.
En Riachuelo, demuestra el uso de determinados niveles de exigencias expresivas, se imponen núcleos de afinidad y reconocimiento de pasiones turbulentas y un fino erotismo que deriva hacia el prisma de la plenitud.
En Luna de infancia, el hallazgo de la poesía pura supone la culminación de los ideales estéticos de la autora.
Hay un tropel de ausencia inabarcable. /Hay vendimias /y amores y alegrías. / Pasiones torrenciales, luchas, ansias, /tristezas junto a triunfos, /que siembran en el viento los susurros/ donde aun persisten regresos y partidas. /Y en el fondo del patio entre los árboles / la luna de los duendes encendida, /que juega con la niña de mi infancia/ a encadenar fulgores sobre el borde/ del alma que se esconde en las esquinas.
Garay nos muestra que arte y poesía son primordialmente conciencia.
Como atarme a tu vida, en todos estos poemas cabe distinguir el sello de una auténtica poeta muy estimable por sus valores externos: fluidez versal, cromatismo, armonía, a más del contenido emocional. Abre de par en par su alma a todas las sugestiones que le vienen del aire, del viento, de la brisa, de recorrer caminos de esperanza, el color, la música y sobre todo, lo exótico como si la vida misma la empujara hacia un mundo lejano y fantástico en el cual esconder realidades presentes.
Con un alma extremadamente sensible a las solicitaciones del amor y con los sentidos siempre abiertos a los halagos de la carne; creyente por convicción y erótica por temperamento, solicitada por dos fuerzas contrarias en que la antinomia se resuelve en el mundo convencional que es su válvula de escape.
Antes de que las Moiras / corten sigilosas/ los hilos de la vida que enhebran sus ruecas /quiero retornar/ a la hondura amada del bosque lejano/ adonde quedara la niña descalza/ que entramaba al viento fulgores de fiesta. (p.101).
Tapiz de Moiras. Aquí la poetisa, imaginativa y pictórica, crea poemas que llenan los ojos y el oído, pasan por la epidermis para adentrarse en el corazón.
Y en esta madrugada / vestida con desvelos/ yo exijo que las Moiras / que tejen los sucesos y enhebran alegrías / con las punzantes briznas que hilvanan desconsuelos/ las mismas que inventaron partidas y regresos/ las que crucificaron una irredenta noche/ a mi boca sedienta/ la hoguera de tus besos… (p.107).
Todo lo que tiene de exuberancia y complejidad en algunos poemas se reduce acá a la más sobria expresión en el mayor lirismo.
Algo llamado vida y Obstinado adagio. Cada uno de estos poemas es un tapiz multicolor donde la pedrería descubre los hilillos de oro que de trecho en trecho lo avaloran y revelan su estro poético.
En el tejido de significantes que constituyen la obra en la función poética del discurso está la clave del goce estético, la fruición que produce la lectura de Vísperas del Alba, Solo un regreso, Con la luna en la proa. En estos poemas la exaltación del yo, libre como el viento, libre como los pájaros y las abejas, como los árboles y las flores, como el mar que tiñe de intensa melancolía y anhelo de libertad, prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, y de tormento, puro y ardiente momento de amor en que la materia es ya la carne y el corazón el alma, capacidad extraordinaria en que la hondura y calidad sin par del corazón de la mujer-poeta, la mujer-poesía es manifestado en frenético torrente de metáforas, de alusiones y símbolos.
Portada de la obra “La superstición del tiempo”. Publicada por
Editorial Rosalba.
TRANSFIGURACIÓN
En Transfiguración se agrupan nueve poemas en los que las palabras tienen en común un fuerte contenido sensorial, casi todas utilizadas en sentido metafórico y dentro de un sistema de asociaciones cercanas o distantes.
En la trayectoria estilística del libro, esos poemas de tono muy personal representan lo amoroso, lo sensual, y hasta lo erótico en algunos. Las señales de búsqueda que la poetisa hace en medio de una atmósfera cósmica de soledad hacia nuevos amaneceres, para escapar a esferas más serenas y luminosas.
Invocación al viento agrupa diez poemas que hablan de ausencias. El ser amado se ve en el vuelo del colibrí, en el jardín poblado de madreselvas, en la libélula que flota ingrávida en el viento, en los senderos perdidos o en el fulgor del ocaso. Son versos pasionales que buscan los senderos del destino. En Hebras de luna, María Eugenia declara “Yo nací para el amor/ Yo soy la sacerdotisa del elixir de la vida”.
En Geografía candente es la cima del amor ardiente, fino erotismo, fusión de sentimiento y pasión encendida que tejen los sueños hasta el umbral de lo eterno.
Pasión en la isla del ayer. Siete poemas de amor, de olvidos y remembranzas, de plegarias y cantos de esperanzas, aguardan el milagro de torcer el destino para alejar la desdicha.
La última parte: Oficio de maga, Herejía, Como si nada, Donde inserto el alma, Equipaje de calandrias y Luceros extraviados, llevan las huellas de la actualidad; todo se hace movedizo, el espíritu, a ratos, se desvanece.
María Eugenia puede proclamar con García Lorca “si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios o del demonio, también es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema”. Y agrego, la poesía le sube hasta el alma como un duende hasta el espíritu, para escribir poemas de solidaridad con el hombre contemporáneo y quiere que su voz sea testimonio de mujer de su tiempo y para su tiempo.
Desdeña ella la literatura de melindres y rodeos, busca la palabra esencial, el lenguaje directo, el apego a la inmediatez y escribe de cara a la verdad, su verdad en un espacio de pluralidad cultural con diversas configuraciones textuales, ora plegaria, ora reclamo, ora patriotismo, ora erotismo y pasión, ora ternura e inocencia. En cuanto a sistema de valores se deduce una ética, la que ordena a la poetisa la fidelidad a la literatura para alcanzar la verdadera eficacia cultural que se armoniza con el desarrollo autónomo.
Este es un libro inspirado en un mundo desgarrado, con incontrastable riqueza imaginativa, en ello se funda poéticamente el testimonio de una época agitada e inquieta, con los anhelos de un orden espiritual más alto en medio del angustioso desorden del mundo contemporáneo.