Bea Bosio, beabosio@aol.com
El 11 de octubre se conmemora el Día del Poeta Paraguayo. Y la figura de Manuel Ortiz Guerrero nos lleva, verso a verso, a recorrer el camino de su corta vida y su leyenda.
Cuentan que un gemido de dolor quebró la noche de aquel gélido lunes de un 16 de julio. El año marcaba 1894 y Manuel Ortiz Guerrero llegaba al mundo en el corazón del Guairá.
Madre, hijo y Villa Rica del Espíritu Santo: Trinidad aguerrida de vida y muerte, donde una luz apagó la otra, y un primer –y último– suspiro los separó:
Cuando niño, me han dicho que tenía
Mi madre la elegancia del bambú…
Yo jamás conocí la madre mía
Que habrá sido inefable como tú…
En sus letras la nombraría, porque al morir Susana, fue su abuela quien lo crió. Su padre era juez de campaña y su infancia –a pesar de su trágico inicio– fue normal. Entramada en la viva imaginación del niño que iba acunando el léxico bilingüe de su ciudad natal. Eran tiempos agitados los de entonces, y allá por 1912 se unió a su padre en gritos de revolución, pero cuando un giro volteó la suerte le tocó el exilio con su progenitor.
El deambular por las selvas del Mato Grosso le dejó de herencia el mal de Hansen, que envolvería su cuerpo en lepra –y leyenda– unos años después. Volvió a Asunción, y desde entonces el mito en torno a su figura fue creciendo en mil historias que perduran hasta hoy. Como aquella que algunos juran –y otros desmienten– sobre el Endoso Lírico y Anselmita Heyn. Quienes saben dicen que las fechas no coinciden, ¡pero quién quita de la mente lo que a fuego quedó grabado en la memoria popular! Para muchos su “No todo en este mundo es mercancía” -sigue siendo la respuesta en poesía a aquella bella dama que quiso pagar las letras de “Ofrendaria” con un billete comercial.
“Devuélvole el billete a usted precioso,
Con mi firma de insolvente por endoso:
Sométalo a ley de Conversión”…
Si fuera real o mentira, hoy es historia colectiva y también aquello de los años de bohemia y convivencia con Molinas Rolón: Si dormían por turnos por haber solo una frazada, si robaba velas de los cementerios para escribir por las noches bajo la tenue lumbre de la pasión, lo cierto era su compromiso con la poesía, que seguía invicta en su corazón.
“De profesión insigne,
Dirá mi biografía.
Yo soy “hombre de letras,”
Lo declaro a mi vez:
Por papeles y tipos a oro y no en poesía,
Colaboro en los libros de Juan Klug y Marés”
En lo que todos coinciden es que la lepra siguió avanzando con los años, y cuando el rumor se hizo voces sufrió de algunos discriminación. Pero eran muchos más los que enalzaban su figura y a medida que se encumbraban sus letras, se expandía su fama de maestro por su arte y su verdad. Manuel Ortiz Guerrero con su pluma se hacía camino, enalzaba el guaraní simbólico y se ganaba la vida con los ingresos de su imprenta, Surucuá.
Su compañera Dalmacia fue vital en su camino y la mítica dupla con José Asunción Flores alegró sus días hasta el final. Por esa conjunción gloriosa la guarania se vistió de poesía, y se embarcó al mundo en las naves de India, Ne rendape aju y Panambi vera. Manú sufrido en sus dolores seguía conjugando ardores y su alma cantaba leve en la pluma de su verdad:
Porque no tenga mi canción acento
No espere el mundo que me desespere,
A impulsos de alas viajaré en el viento
Y he de ser cisne que cantando muere…
Manuel Ortiz Guerrero exhaló su último suspiro un ocho de mayo de 1933, cuando la lepra ganó la batalla final. El poeta de 35 años culminaba su efímero paso por la tierra… pero dejaba al mundo un legado lírico que lo volvió inmortal.
Componedor en mano soy un igual de Homero
Y sobre las trincheras de la vida, un guerrero
Orgulloso y terrible, más que Napoleón.
Presionado de frente, envuelta la derecha,
El ala izquierda rota. ¡La victoria deshecha!,
Me encontrarán cadáver al pie de mi cañón.
*El 11 de octubre se celebra el Día del Poeta Paraguayo. In Memoriam.