- Por Ricardo Rivas
- Periodista Twitter: @RtrivasRivas
Mucho tiempo pasó desde cuando sentí tanto deseo de encontrarme en esta hora tan especial de cada semana. Tal vez, falte una hora para que comience el sábado. Una semana intensa. Lo mejor es que ya van tres días primaverales cuando todavía el equinoccio de primavera que, con exactitud, se concretará el próximo miércoles 22 a las 16:20 argentina (15:20, en mi querida Asunción). Todo tarda en llegar al Hemisferio Sur. A veces pienso que, en esta región del mundo, parafraseando a Sabina, la primavera – que se presentará cuando la semana se encuentre en la mitad– parece tardar un poco más de lo que tarda en pasar el invierno. Por esa razón, esta noche no hay leños encendidos. Pero sí, la vieja mecedora. Y, también el copón que, en esta silenciosa oscuridad, propone un Rutini Cabernet Franc Gualtallary 2016. Me atrae observarlo e intentar descubrir recuerdos en él, a través de esa tonalidad intensamente púrpura y brillante que exhibe con el orgullo de aquellos que se criaron en roble. En eso están mis pensamientos.
LA NAVIDAD DE 1914
Por alguna razón incomprensible, lector que soy de la historia, tal vez casi adormecido, los recuerdos sobrevolaron el que se conoció como Frente Occidental en la Primera Guerra Mundial. Las recurrentes imágenes me indicaron que era el 24 de diciembre de 1914. Aquel sobrevuelo onírico me permitió ver con claridad la crueldad con las que se disputaban aquellas batallas de trinchera del siglo XX que comenzaron unos cinco meses antes. Dantesco. Sin embargo, no escuchaba el tronar de los cañones ni los gritos aterradores de cientos de hombres que caían heridos de gravedad mientras peleaban por míseros pedazos de tierras. Alemania, Francia e Inglaterra, enviaron allí a sus mejores juventudes. Pero, de pronto, cuando nada indicaba que era posible, vi que bajaban sus armas, que se animaban a la tierra de nadie, como se llama a ese campo yermo que se extiende entre dos ejércitos enfrentados, para saludarse y hablar. Cánticos. El idioma común de la paz. Alguna botella de buen champaña aportado por los franceses que lo intercambiaban por las cervezas de alemanes e ingleses. Algún partido de fútbol. Regalos que, en muchos casos, eran solo intercambio de los botones de los uniformes que vestían. También había tiempo para las honras fúnebres de quienes habían caído por las decisiones incomprensibles de actores políticos obcecados.
LA TREGUA
De un segundo para otro se elevó desde el piso mismo un enorme silencio que solo fue quebrado por varios villancicos. “Noche de paz/Noche de fe/…” Quienes hasta ese mágico instante eran prisioneros fueron liberados. Volvieron con sus camaradas. La Trêve de Noël, la Weihnachtfrieden, la Christmas Truce, la Tregua de Navidad, que ningún político ni general pactó, se concretó por el deseo de esos soldados que eran pueblo. La vocación de hablar. De dialogar. De abrazar. Ninguno de aquellos estrategas de la muerte interpretó el repudio a la parca y el amor a la vida en aquellos cantos. Incluso, estallaron de ira y sancionaron a quienes con valentía se animaron a la paz en el campo de batalla. Desoyeron. La guerra siguió hasta 1918. Imbecilidad criminal de quienes se erigen como falsos estadistas y así se incorporan a las noticias del frente de batalla con los que, más tarde, creen que ingresarán en la historia para siempre en lugares de privilegio. Un trago profundo, que hizo que ingresaran en mi paladar taninos dulces, suaves y hasta mentolados, abrió la puerta a otras imágenes. Caribeñas, en este caso.
UN SUEÑO DE GUERRA
En infinidad de oportunidades soñé que vuelo. Es una sensación placentera creer que me elevo. No siento lo mismo que en las tres veces que me lancé en paracaídas. Sobrevuelo el Golfo de México. Con claridad veo el Mar Caribe. Debajo de mi muchas naves de combate se preparan. Los marinos a bordo corren por las cubiertas y disparan sus cañones hacia blancos imaginarios. Ejercitan. Flanqueándome veo aviones de combate. En tierra, percibo que se instalan cohetes. Banderas norteamericanas y soviéticas flamean a un lado y a otro. En aquella isla el pabellón es distinto. Cuba es el epicentro de aquellos despliegues bélicos. Ya despierto sonrío y recuerdo que en aquellos trece días, cuando la crisis de los misiles, cuando el mundo estuvo muy cerca de una guerra nuclear, tres líderes, Nikita Jrushchov, primer ministro soviético; John Fitzgeral Kennedy, 35° presidente de los Estados Unidos; y, San Juan XXIII, por aquellos años Papa, dialogaban intensamente. Usaban enormes teléfonos. Estaban rodeados de hombres que con auriculares traducían las palabras que expresaba cada uno de ellos.
FIN DE LA CRISIS DE LOS MISILES
Como en todo sueño, en segundos, aquellas imágenes se esfumaron. La última visión fue la de aquellos barcos y aviones retirándose de las aguas tensas que recuperaban la pasividad. La paz fue posible. No evitó las tensiones posteriores ni se olvidaron las pasadas. Pero la guerra se alejó. Se abrió el futuro que, con sus más y sus menos, evitó lo peor. Era el 26 de octubre de 1962. Ese día, Jruschov envió a Kennedy un mensaje personal en el que le informaba el retiro de la flota soviética. El Presidente norteamericano se comprometió a no derrocar a Fidel Castro, el líder cubano. La madrugada del sábado avanzó. En la biblioteca encontré un par de artículos del querido amigo, académico y diplomático argentino, Ricardo Arredondo, compañero de claustro en la Universidad de Palermo (UP), con los que pude profundizar en el conocimiento y comprensión de lo que se da en llamar “rivalidad colaborativa” que, en no pocas oportunidades ponen en práctica las potencias centrales para acordar acciones en áreas y cuestiones de interés común. En la actualidad, Joe Biden, desde la Casa Blanca, en Washington; y, Xi Jinping, desde el Palacio del Pueblo, en Beinjing, procuran acuerdos respecto del gobierno talibán en Afganistán, un área sensible para el equilibrio geoestratégico y la paz global. El profesor Arredondo, meses atrás, escribió dos artículos sobre este tema que, en español y francés se publicaron en prestigiosos medios especializados en asuntos transnacionales, a propósito de la pandemia de SARS-CoV-2. Con la convicción de que el diálogo es la más maravillosa herramienta para alcanzar acuerdos de la que dispone la humanidad y, quizás por ello, en el tránsito de este viernes hacia un nuevo sábado, no puedo explicarme aún por qué razón irrazonable, en Argentina, el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta, Cristina Fernández, no pueden, no saben o no quieren dialogar civilizada y democráticamente para encontrar coincidencias luego de perder, el pasado domingo 12 de septiembre, las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO).
EL PAÍS QUE ESPERA
Un país espera que encuentren el camino. Una sociedad que padece con un 42% de pobres; con el 70% de los niños bonaerenses sumidos en la pobreza; con desempleo, inflación, economía casi parada, con bajos niveles educativos verificados, con múltiples inseguridades, con cerca de 114 mil víctimas fatales por la puta pandemia que infectó a más de 5 millones de personas, espera que acuerden. Pero no con un acuerdo para esta semana que comienza cuando faltan menos de 50 días para las elecciones de medio tiempo. No. Lo que se espera es que depongan sus egos, sus desacuerdos, sus autoritarismos para trabajar en procura del bien común. Y no solo de ellos dos se esperan esas actitudes. Esta crisis no es la primera que vivimos aquí. Crece la idea de que es imposible coaligarse para gobernar con la riqueza de la diversidad. Algunos años atrás, Marco Aurelio García, fallecido, un brasileño que condujo las relaciones internacionales del Partido de los Trabajadores (PT) y formaba cuadros profesionales para actuar en la región y en el mundo, dijo durante una cumbre del Mercosur, medio en broma y medio en serio, mientras compartíamos una copa, que a sus alumnos les recomendaba que “cuando discutan con funcionarios argentinos, siempre reúnanse con no menos de dos de ellos”. Inmediatamente, repregunté: “¿Por qué así?”. La respuesta fue concreta: “Porque vão discutir entre si, não vão concordar entre si e, assim, será mais fácil atingir os objetivos que nos propomos”. Marco Aurelio era un gran tipo. Hablaba claro y sin vueltas. Falleció el 20 de julio del 2017, en San Pablo. Lo recuerdo con enorme afecto.