Por Lita Pérez Cáceres
Alejandra Peña, reconocida internacionalmente como una museóloga, de pronto surja como poeta y poeta premiada. En el 2020 su poemario ganó el premio Emily Dickinson-Gladys Carmagnola, otorgado por el CCPA. Hoy, Alejandra nos cuenta su historia.
La mayoría de los poetas –a mi criterio– tienen su poder en la metáfora y se muestran como seres tan sensibles y espirituales, que parecen etéreos, diáfanos y no es así, son seres humanos como nosotros, que comen empanadas y bailan raeggetón.
La orden de la hora fue “Reinventarse”, encontrar, nuevas habilidades o talentos en nosotros mismos. Según Alejandra: “El cambio principal en mi vida se dio durante la pandemia, cuando decidí mostrar públicamente lo que escribo. Siempre me consideré escritora porque escribo como un acto vital, aunque no entendía la importancia de abrirme al público anónimo. Mi público fueron los pocos lectores en privacidad la gran Cira Moscarda con quien yo estudiaba artes visuales. El padre Alonso de las Heras me leía lo suyo y comentaba lo mío, siempre compartiendo un té en su despacho. Ana Iris Chávez de Ferreiro me alentó a continuar, y publicó un poema mío en su página cultural del diario Última Hora. Y cuando estudié museología en Buenos Aires tuve la amistad y el acompañamiento inolvidable de Elvio Romero, quien me hizo sentir que yo iba por buen camino. Desde el 2008, que publiqué “Ñanduti salvaje” en una edición cartonera, me relacioné con poetas alternativos, y fue una experiencia magnífica. Aunque ganar el premio de Poesía Emily Dickinson/Gladys Carmagnola del Centro Cultural Paraguayo-Americano en el 2020, me abrió la oportunidad de ser leída por un público más académico, en foros y tertulias.
LA OBRA PREMIADA
“En el 2019 culminé mis estudios de Historia en la Universidad Católica, y la elaboración de mi tesis me llevó a leer muchos documentos del siglo XVIII que involucran a mujeres. A través de sus testamentos o conflictos judiciales accedí de primera mano a la voz femenina, y fui seleccionando aquellos casos inéditos, que no figuran en los libros de historia. Y como soy una convencida de que la historia no llega a los jóvenes porque está mal contada, se me ocurrió transformar las vidas de estas mujeres en una serie de audio, que yo misma escribo, narro y subo a mis canales de Youtube y Spotify en formato podcast, bajo el título de “rebeldes históricas”. El proyecto fue apoyado por los fondos ciudadanos de la Secretaría Nacional de Cultura y tiene muchos seguidores.
–El tema me parece acertadísimo. Creo que las víctimas siempre desarrollan una feroz rebeldía contra el opresor.
–Porque a medida que profundicé la lectura de los procesos judiciales, e investigué la red de relaciones sociales, políticas y económicas de las protagonistas, me sorprendí por la sagacidad e inteligencia con las que ellas afrontaban sus problemas, y la habilidad con la que movían el tablero, cambiando su destino.
–Una vez que comprobaste el estado de indefensión de las mujeres en la época de la colonia, ¿cuál es tu conclusión comparando con el lugar que ocupan ahora?
–Como fueron pocos los casos de mujeres españolas llegadas durante la colonia, la mujer indígena fue tomada como pieza de servicio sexual y económica. El español pronto se dio cuenta que era ella la que cultivaba la tierra. En este sometimiento se da una dualidad, donde la mujer oprimida es a la vez la dueña del fuego, del alimento y de la salud. Creo que ella supo aprovechar su poder en muchos casos, con cautela y en silencio. No creo que la mujer de la colonia se creyera víctima de una situación. Ella simplemente observaba y actuaba para cambiar el escenario a su favor.
–Eso revela mucha inteligencia.
–Las mujeres en el Paraguay siempre constituyeron el elemento estable en los pueblos, ya que los hombres eran llevados a las expediciones de defensa, a la explotación de los yerbales o al comercio regional. Si viajásemos en el tiempo y visitásemos cualquiera de los poblados cercanos como Altos, Itá, Tobati, Yaguarón, caminaríamos por un pueblo de mujeres. Pienso que en el imaginario actual persiste la noción de hombre ausente y desentendido del hogar que aparece sin dar explicaciones y exige favores sexuales; este macho a la antigua, que va embarazando mujeres –kurupi moderno– cuenta con aprobación social. Y por eso las mujeres en peligro de abuso no siempre cuentan con la solidaridad del entorno. Esto cambia drásticamente en los jóvenes de la ciudad, afortunadamente.
–En la literatura podés poner en boca de los personajes tus pensamientos más secretos.
–Así es, aun cuando se trate de ficción histórica, los personajes cobran vida propia y habitan en nuestro inconsciente. A través de ellos descubro cosas de mí que no sabía.
–¿Extrañás tu mundo museístico, donde todo está quieto y clasificado?
–No, porque al margen de los museos, empecé a escribir poesía a los doce años, después de escuchar el disco de los poemas de Neruda grabados por el poeta en su voz. Esto causó un profundo impacto en mí. No podía creer que al conjugar ciertas palabras aparecía de la nada algo distinto, un significado o paisaje que no estaba contenido en las palabras; y empecé a jugar con metáforas que me sacaban de este mundo, como si hiciera un viaje a otra galaxia. Desde entonces ejercité la poesía como mi máximo divertimento íntimo, como mi momento privado de éxtasis.
–Por último, me enteré que ingresaste al mundo feliz de las abuelas, ¿te sentís diferente o vas a ser una abuela rebelde?
–Espero estar siendo lo bastante divertida como para que quieran visitarme siempre. Cuando ellos llegan, la casa se transforma en un escenario de juegos donde no hay límite para la imaginación. Y la mejor rebeldía es aprender a divertirse sin tecnología, lejos de las pantallas, con cosas simples, armando maquetas de papel o escondiendo tesoros.
UN ESPÍRITU INQUIETO Y UNA INFANCIA MOTIVADORA
–”Me crié en una familia que practicaba una rara devoción a los libros y a las antigüedades. La poesía en boca y actuación de mi madre era una constante en reuniones familiares y sociales. Ella egresó del Ateneo Paraguayo como profesora de declamación. Mi padre leía literatura inglesa, tenía las obras completas de Chesterton, Wilde y otros, y me mostró las obras de Poe. Mi abuelo Juan B. Gill Aguínaga me llevaba a excavaciones arqueológicas y en su casa convivían trilobites, armas de la Guerra de la Triple Alianza y antiguas tallas de santos, entre colecciones numismáticas, documentos y fotografías antiguas. El abuelo tenía una gran biblioteca de historia paraguaya y literatura universal.
Todo transcurría en la casa-barco de la calle O’Leary, donde mi abuela Alice Ayala, su madre Alice Urbieta-Peña, compartían con el bullicioso entorno de tías y primos, viejas historias contadas en tiempo presente. Los fantasmas de la casa eran queribles y tan reales que parecía que almorzaban con nosotros diariamente en la mesa. Era como si las guerras hubieran sucedido la semana anterior en el patio de la casa. Es así que para mí siempre fue natural e imprescindible interpretar la historia que cuentan los objetos. Y escribir el guion de un museo es una forma de hacer literatura, ya que todo museo es ficción”.