¿Existen corazones que pueden volar? Hoy Toni Roberto nos lleva a la magia de la imaginación de la niñez, recordando a todos aquellos que partieron evocando el corazón “incorrupto” del beato Roque González, hoy santo paraguayo.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
- ¿Existen distintas maneras de volar, corazón?
Hace muchos años, allá por 1978, planeaba junto con otros compañeros de colegio quitar el corazón del beato Roque González de la Capilla de los Mártires –que se encuentra al costado de la iglesia de Cristo Rey– para “liberarle del encierro en el que estaba”. En aquellos años, celosamente custodiado por el pa’i Marino León, quien fuera por mucho tiempo cura párroco y custodio de aquel “sagrado corazón de los paraguayos”, junto al legendario sacerdote Antonio Rojas, quien estuvo al frente de su santificación en 1988 y quien falleciera a los 101 años en el 2019.
“El pa’i Rojas fundó la Hermandad del Beato Roque González; organizaba para los aniversarios del martirio excursiones al Ka’aro en Río Grande do Sul, donde fueron muertos Roque, Juan del Castillo y Alonso Rodríguez”, nos cuenta Carlos Capurro –parroquiano del Cristo Rey– sobrino de “Pochó” Acosta, quien formara parte de aquella legendaria hermandad.
La verdad que esas ideas de niño, de liberación del beato, se convirtieron luego en una serie de dibujos a los que les denominé “la serie del beato” y Carlo Spatuzza –artista de calidad internacional y uno de los integrantes de aquella aventura imposible y mágica– en una serie de obras denominadas “!Oh corazón!”, que ya es parte de la historia del arte contemporáneo paraguayo.
CORAZONES QUE PARTIERON
La pandemia me llevó este domingo a estos recuerdos evocando a aquellos corazones que partieron. El último, el de Jorge Sánchez Gorostiaga, mi “primo de barrio”, ¿existe esta denominación?, no lo sé; solo sé que esa ausencia me condujo a rememorar aquellos vecinos de antes, a esos que se criaron como hermanos. Ese es el caso de la madre de Jorge y mi madre. Siendo vecinas, en plena revolución del 47, esta familia la acogió en su hogar en su niñez, salvándola de la muerte. Aquella antigua vecindad no solo se pasaba, tan solo una fuente de sopa paraguaya por la muralla, sino que compartían una amistad de “décadas de alegrías y de tristezas”, así, muchos niños se convirtieron en primos, algún señor mayor en tío o en abuelo, sobre todo para los que no tuvimos la dicha de tenerlos.
¿Qué es lo que nos deja esta pandemia? La posibilidad de valorar el pasado, esas personas que tal vez hoy ya no están, pero que quedarán para siempre en esos corazones, tal vez dolidos, lastimados, de los que nos quedamos en la tierra. Imaginando quizás aquel sueño de la niñez, tratando de liberarlo, como aquel corazón del beato, para que vuelen con sus eternas alas.
NO ES EL DÍA DE LOS DIFUNTOS
No es el Día de Todos los Difuntos, pero a veces los corazones ya no tienen lugar para tantas partidas. La mía empezó con la de Marta Barudi, la TÍA del arte, pasando por tantas más, como la de Reina, la señora que nos acompañó por 32 años, así como el dolor de mi amiga Belinda Castillo Amadeo, hasta esta última de Jorge, al que yo llamaba “el heredero de las paellas”, por aquello de ser el hijo del español Pepe “El Paeller” Sánchez, que durante años nos deleitaba con sus comidas y nos enseñara historias culinarias de España, como también lo hicieran los Bosch del Trío Mariano sobre la calle Alberdi.
Las palabras sobran en estas circunstancias y lo único que nos queda es volver a los recuerdos de nuestra niñez para tratar de curar las heridas, así como aquel que tuvimos a finales de los años 70 con Spatuzza, mi compañero de la infancia, desde ese viejo rincón jesuita de Colón e Ygatimí, que hoy ofrendamos, él desde sus obras ¡Oh corazón! y yo con la serie “Corazón del beato”.
Entonces, si existen varias maneras de volar, sencillamente ¡Vuela alto “corazón de barrio”!