Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas
No son pocas las oportunidades en las que pienso que el futuro es, definitivamente, inalcanzable. Es más, creo que no existe. Por el contrario, el ayer, el pasado, está a disposición de quienes quieran asirlo, con cada amanecer.
De alguna manera, la vida y los proyectos que la vitalidad produce, solo –siempre– son el presente. Curioso. Especialmente, por con la siempre presente idea del futuro no son pocas ni pocos los que se llenan la boca. La idea del futuro, la siento tan efímera que, tal vez por ello lo imagino inexistente. Con frecuencia, se asocia el futuro con lo onírico y este, a su vez, con la idealidad o lo utópico. Curiosos los sueños.
A tal punto que, solo así se los llama, cuando las brevísimas imágenes que se recuerdan al despertar son placenteras o felices. De lo contrario, son indeseadas pesadillas. Rara cosa soñar, más allá de las explicaciones de la ciencia que, pese a ser –en algunos casos– exactas fantasías imaginadas a partir de hipótesis planteadas por dedicadas investigadoras e investigadores, no siempre son base sólidas para disparar la pluma volátil de poetas y poetizas.
Algunas veces, sí. Pero no muchas. Describir en la academia o en el laboratorio una puesta de sol, tal vez, conmueva a investigadoras e investigadores porque imaginan la sospechada infinitud de Universo. Mi amigo Pablo Sisterna, científico y enorme poeta, aunque tal vez no lo sepa porque no hizo público aún verso alguno, vincula la ciencia con la música.
Claramente, sus vocaciones incontenibles dan cuenta que humanas y humanos pueden vivir o morir más de una vida, en esa vida que viven.
“Siempre me dolió el atardecer en ese último segundo de sol perdiéndose para siempre detrás de aquel árbol ennegrecido por la sombra. La noche no, la noche es un manto de frescura sobre el alma y el silencio del pago por haberse quemado los pies andando por sobre las brasas del desamor del día”, escribió alguna vez Marycruz Najle, enorme colega, tremenda escritora, que después de muchos años en mi querida Asunción, piensa y sueña con su Córdoba natal, en la Argentina.
SOÑAR ES ABRIR PUERTAS
Soñar es tener una llave que abre las puertas más herméticas del alma. Incluso para quienes descreen del alma y deciden llamarla de otra forma. En la antigüedad, se aseguraba que los sueños eran mensajes divinos o demoníacos. Cuando se iniciaba el siglo XIX, el psicólogo y filósofo alemán Johann Gebhard Ehrenreich Maass, se dejó atrapar por el estudio de los sueños.
“El contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones [que] tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños”, escribe y agrega: “El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan solo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado, con el objeto de sus tiernas esperanzas”.
F.W. Hildebrandt, uno de los autores que Sigmund Freud estudió en profundidad para avanzar en la investigación científica de los sueños, cuando comenzaba el último cuarto del siglo XIX, escribió que “el sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilancia”.
Planteó que “constituye [algo así como] una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo”. Destacó que el sueño “nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo real”.
En una de sus obras más conocidas –”La interpretación de los sueños”- Freud, analiza sus propios sueños. Según recuerdo haber leído tiempo atrás, sostiene que son la representación de un deseo del que sueña. Ya sean buenos sueños o pesadillas o “sueños negativos”, que los interpreta como deseos incumplidos. Desde esa perspectiva, asevera que “todo sueño es interpretable”.
Desde niño me atrajo lo onírico que, con frecuencia, emerge en las lecturas mitológicas. En la antigua Grecia, Hesíodo, los explicaba como “hijos de la noche [de Nix] que fueron engendrados sin la participación de los hombres. No encontré criterios unánimes.
En otras historias mitológicas, Érebo [dios de la oscuridad], es el padre de los sueños. Ovidio, adjudica la paternidad a Hipnos [el Sueño] quien, al parecer, tuvo tres hijos: Iquelo, Fantaso y Morfeo. Tal vez, el más famoso.
Homero, aseguró que los Oniros habitaban en la más profunda oscuridad que solo existía en unas playas que ubicaba en el extremo occidental del Océano pero, más precisamente, en una caverna del Érebo. Describía también que los dioses enviaban a los humanos dos tipos de sueños: los auténticos y los falsos. Los primeros emergían en busca de hombres y mujeres desde una cueva cuya puerta estaba hecha de cuerno. Los otros, debían atravesar un portal de marfil.
LA ODISEA: UNA AVENTURA
Leer la Odisea, se puede parangonar –siempre- como una apasionante aventura. Mucho más en tiempos de confinamientos que líderes y lideresas de la nada nos imponen, en algunas regiones pauperizadas de la Aldea Global, a falta de antídotos –aunque los hay- para oponer al coronavirus que, hasta esta noche, terminó con la vida de más de 3,5 millones de personas.
Poco menos del 11% de 7.800 millones de habitantes han sido inoculados. Dicen, los que dicen que saben y así los presentan en público, que “para estar tranquilos es necesario vacunar a no menos de 5.500 millones. El 70% del total. Miré a ninguna parte. Atizé el fuego. Los leños crepitaron. Chispearon. Acerqué los pies para que la tibieza los envolviera.
En veinticuatro amaneceres más se instalará el invierno en el Hemisferio Sur. La llegada del frío intenso preocupa. Aquí, allá y en muchas partes. Los datos que a cada minuto se conocen aplastan. Las muertes en Argentina se acercan a 77 mil. En Paraguay superan las 9 mil. En Chile, unas 30 mil. Bolivia, 15 mil. Uruguay, más de 4 mil. Brasil, cerca de 500 mil. La Parca, cada nuevo día, sale de ronda en el Mercosur y su vecindad.
La vieja mecedora la imagino como el más seguro y acogedor de mis refugios. El copón, cuando muy poco falta para que, por el misterio de la medianoche, el viernes deje de serlo para trocar en sábado sin que se queje porque solo vive un día cada siete, propone un italianísimo Sassicaia 2015, nacido y criado en Bolgheri.
Las uvas Cabernet Franc y Cabernet Sauvignon se sienten en el paladar. Mucho más cuando el fino envase se entibió junto al fuego y una pizca de canela se esparció sobre ese líquido rojo intenso. Mágico. Me envolvió el silencio.
El pensamiento voló. “Remotos acordeones/despliegan en la noche/sus pájaros de brumas/y un coro de fantasmas/que gritan en las sombras/preguntan y preguntan,/preguntan por qué lloro,/preguntan por qué canto…” Tangazo de Taboada y Mores. Líderes y lideresas de celofán acorralados, pensé. Los y las que fueron. Los y las que son.
¿Qué les pasa? Pienso que, desde la más supina ignorancia, en cada una de sus propuestas emergen esas palabras con las que quieren dar respuestas a las carencias colectivas. Como vendedoras y vendedores de baratijas, solo expresan esos términos medidos, sopesados y evaluados como los más aptos para que los sueños colectivos parezcan posibles, realizables y cercanos. Bienestar, salud, trabajo, calidad de vida, lo que se merecen.
Palabras que fueron vaciadas de contenido, casi sin peso específico, reparten donde quiera que se planten. Vendedores ambulantes de lo que no tiene precio: la ilusión. “Ideal para el bolsillo del caballero o la cartera de la dama”.
Pero llegó ésta pandemia para exponerlos y exponerlas. Sus vacíos cantos de sirena con los que saturan el espacio público para alimentar los sueños colectivos, emergen de aquella caverna con puertas de marfil que, 700 años antes de nuestra era, describió Homero. Borges [Jorge Luis], era recurrente con los sueños.
“NO ENGAÑAN A LA GENTE”
Líderes y lideresas del desconocimiento parecen no entender que, como El Tigre que describió don Jorge Luis y parafraseándolo, los pueblos que fueron y serán, están hechos para el amor, como lo percibió “Norah, una niña”.
A ellos engañan y no dan respuestas cuando más las necesitan. Dejen de intentarlo, quisiera gritarles. No engañan más a nadie. Entiéndanlo. ¡Váyanse al carajo! ¡Basta de farsa! “Si [(como afirma el griego en el Cratilo],/ el nombre es arquetipo de la cosa/en las letras de ‘rosa’ está la rosa/y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”. En cada letra de la palabra ‘pueblo’, está el pueblo.
Dejen de llamarnos gente. Me vi en un lugar abierto que tanto podía ser una enorme plaza como un campo o el propio más allá. Un tipo con bigotes cortitos, de baja estatura, me increpó.
“A mí, no, eh”, creo que me dijo a voz en cuello. ¿Qué deje de agraviarlas y agraviarlos? No lo hago. Se equivocan. Solo los describo. También los encuentro en cada palabra de ese poema borgiano sublime que es El Golem. Y tal vez, en muchos otros. ¿Qué hace lo que tiene que hacer? No me joda.
“Quisiera hacer otras cosas. Aquellas que prometí y me comprometí cuando caminaba cada calle en campaña y sin custodios. Pero no puedo. No pude imaginar esto que pasa”, explicó. “Al otro Borges, es a quien le ocurren las cosas”, recordé que alguna vez escuché del viejo Maestro que gustaba de recitar, en público, sus poemas preferidos. Nuevamente mi entorno cambió.
Como aquel flaco soñador descripto por Cervantes que muchos alguna vez quisimos ser, me vi “en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”. El calor apretaba en la campiña.
Me refugié del sol abrasador en la sombra de un viejo molino de viento. Una multitud avanzaba hacia el mismísimo punto donde me encontraba. Miré con atención. Descubrí que una querida amiga, académica de fuste caminaba con ellos. Con calzado de aldeana, anchas faldas y con un abanico enorme entre sus manos con el que mitigaba sus calores y el sofocón.
¿A dónde van, Alfonsina?, pregunte desde la vera del camino. ¿Qué quieren? “Queremos que los líderes y lideresas de la nada sepan que, como Don Quijote de la Mancha le explicara a Sancho, también nosotros, luchamos contra tres gigantes: el miedo [y la pavura, como canta Mercedes], que tiene fuerte raigambre y que se apodera de los seres y los sujeta para que no vayan más allá del muro de lo socialmente permitido o admitido; la injusticia, que subyace en el mundo disfrazada de justicia general, pero que es una justicia instaurada por unos pocos para defender mezquinos y egoístas intereses; y la ignorancia, que anda también vestida o disfrazada de conocimiento y que embauca a los seres para que crean saber cuando no saben en realidad y que crean estar en lo cierto cuando no lo están.
Esta ignorancia, disfrazada de conocimiento, hace mucho daño, e impide a los seres ir más allá en la línea de conocer realmente y conocerse. ¿Se entiende? Contra estos tres gigantes luchamos, amigo. Es buena causa, digna de encomio”, concluyó. Me puse de pie. Camino con ellos. De aquellos leños crepitantes, cuando abrí los ojos, solo quedó un montoncito de cenizas.