Un fiscal enfrentaría el reto de su carrera al intentar esclarecer lo que sucedió en una casa en la ciudad de Fernando de la Mora. Un múltiple crimen, pocas pistas, pero un rastro sugerente.

  • Por Óscar Lovera Vera
  • Periodista

Fue un jueves 28 de julio del año 2005, en pro­medio las 21:00. El cumpleaños 67 del músico e imitador Quemil Yam­bay tronaba en estruendos pirotécnicos, abriéndose un lugar en aquel parsimonioso final de jornada, al menos hasta ese momento.

Quizás, eso turbó lo que ocurrió en una casa con­tigua, del lado sur de la ciudad de Fernando de la Mora, fue atroz. De vis­toso ladrillo visto e impo­nentes árboles, custodios de la entrada principal, la vivienda 4002 de la familia Gayoso lucía ese día como cualquier otra.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Repentinamente el barrio se enmudeció, fue abru­mador. Como si una orden oscura obligara a todos los vecinos a no emitir sonido. Una cuadra afa­sia, sin color, un día gris que enmutaba cómplice en esa ocasión. Solo una de estas casas, a lo largo de la derruida calle, tendría un particular motivo para callar, algo que ocultar.

Quizás no por mucho man­tuvo su mordaza, un carro de bomberos interrumpía esa pálida jornada, lo acom­pañaba la Policía y poco después un vehículo del Ministerio Público tam­bién estacionaba frente a esa casa. Aquel estruendo sacó de su parsimoniosa vida a los vecinos. Alar­mados se precipitaron a sus portones, se aferraron a ellos, colocando sus ros­tros entre las rejas, como prisioneros del rumor y la curiosidad corrosiva.

Algo sucedió que toda esa comitiva debía entrar a la casa, algunos pensaron que se trató de un incendio. Alguno de los chicos –había dos niños–, pudo ocasionar un accidente y los bombe­ros debían actuar. Pero, lo que más descolocaba era la presencia de un fiscal, ¿por qué uno? Se preguntaban los impertinentes vecinos.

Pronto se sabría la verdad, una masacre tuvo lugar. Aquellos bomberos, poli­cías y el agente fiscal reco­rrieron la escena que estre­mecía. Había sangre en varias partes de la casa, en el suelo y en las paredes, un desorden, muy poco quedó en su sitio.

¿Qué pudo ocasionar todo esto?, todos estaban muer­tos. Una familia entera asesinada en la casa, ¿fue un robo, una muerte por encargo? La llamada lo hizo una persona que no se iden­tificó, notificó a la Policía y desde ahí se comunicaron con las otras instituciones, la denuncia decía estruen­dos, gritos y poco después el silencio aterrador.

–¡Aún respira, esta mujer aún vive!– Gritó un bom­bero, mientras otro cru­zaba la puerta principal en busca de una camilla para llevarla con prisa al Hos­pital Central del Instituto de Previsión Social, en el barrio Trinidad.

–¡El hombre también está vivo!– Algunos pasos que condujeron –después– a la habitación del matrimo­nio permitió a otro bom­bero encontrar a otra per­sona más. El pulso era débil, pero aún respiraba. Los bomberos lo llevaron al Hospital de Trauma, en la ciudad de Asunción.

Sin mucha explicación y con el solo propósito de encontrar a más sobrevi­vientes de aquello que no podían explicar, la Policía y el fiscal continuaron reco­rriendo la casa. Siguieron un rastro de sangre, como si por instinto hayan ima­ginado que ello lo dejaron de adrede.

¡QUÉ HORROR!

Cada paso que daban los investigadores era con cautela. En esos primeros minutos de recorrer la casa aún no comprendían qué sucedió. No querían borrar evidencias y debían ser lo menos invasivos posibles. En el pasillo que conducía a las habitaciones encon­traron los cuerpos de dos adultos, Victorino Morel, y unos metros más ade­lante, en la puerta de una de las habitaciones, una mujer. Ella era Mariana Fernández, de 84 años de edad y el hombre era su esposo de 90 años de edad, un excombatiente de la Guerra del Chaco. Lo supieron por los docu­mentos que encontraron en esa primera habitación registrada. Ambos fueron asesinados con insólita brutalidad.

Con cuatro personas encon­tradas, faltaría por regis­trar toda la casa, estimaron que eso era todo, pero no. El trayecto de sangre obligó a los intervinientes a seguir hacia una habitación contigua, la última por verifi­car. Esa escena fue la peor de tolerar.

El cadáver de dos niños, acostados en la cama. El televisor encendido frente a ellos, estaba en el canal de las caricaturas. En el suelo había platos rotos, con restos de comida. El asesino los sorprendió cuando cenaban y veían el televisor. La salpica­dura en la pared, cerca de una ventana, indicaba que al momento de apuñalar­los aplicó una violencia demencial y sistemática. Los dos pequeños eran Emilio Nahuel y Ernesto Luis, de dos y cinco años. Eran hijos de la pareja auxiliada.

–Lo que ocurrió aquí es terrible. El que hizo esto tenía un motivo para ven­garse de toda la fami­lia. Hay sangre por toda la casa; mesas, paredes, cortinas y sillas. Supongo que una de las víctimas se arrastró buscando ayuda. Podríamos presumir que la madre, por una cuestión de instinto. No tengo duda que el autor de esto es alguien o muy cercano a la familia o que mantuvo una disputa fuerte con uno de ellos. Verifiquemos toda la casa y luego veamos si la pareja tiene antecedentes o alguna amenaza reciente, mencionó el fiscal al jefe de Policía que lo acompañaba.

UN RASTRO SUGERENTE

El forense finalmente llegó a la casa, luego de la noti­ficación fiscal. El hom­bre vestía su clásica bata blanca y con los guantes de blanco puestos, dispuso analizar cada cuerpo con la intención de corroborar que motivo oscuro había provocado matar. Su relato comenzó con el mayor de los hijos, Ernesto Luis. Fue apuñalado en siete ocasio­nes. Una de ellas es la prin­cipal, y ella fue infringida en el pecho, lo que provocó su muerte directa. Hay heridas defensivas en los brazos y las manos, lo que nos demuestra que intentó detener los ataques.

En el cuerpo del más pequeño de los niños, Emilio Nahuel, fueron dos penetraciones de un arma blanca, un cuchi­llo de cocina presumible­mente; ya que los cortes no demuestran desgarros en la piel como si lo hubiera hecho un cuchillo con dientes. Esas laceracio­nes son el pecho y otro en el cuello. Esto lo fulminó.

En cuanto a la mujer, adulta, promedio de ochenta años. Identi­dad: Mariana Fernán­dez. Tiene una herida en la cabeza, con entrada y salida. Ella fue atacada mientras dormía, pero aún no puedo determinar qué hacía en la entrada de la habitación. El varón de noventa años, en prome­dio, identidad: Victorino Morel con heridas de arma blanca, mismo cuchillo de filo limpio en el cuello y un disparo de arma de fuego en el pecho. Con esto el forense cerró su informe y se retiró. La orden de lle­var los cuerpos a la mor­gue llegó después para una inspección minuciosa ante algunas cuestiones que aún no cerraban.

El reporte proveniente de los hospitales no tardó más de tres cuartos de hora. Gloria sobrevivió pese al despiadado ataque que sufrió. Recibió heridas del mismo cuchillo en los ojos, brazos y el tórax, a esto se le suma un proyectil en la pierna. La mujer perdió la vista. La esperanza de los investigadores es que pueda relatar qué desató la demencial acción.

Desde el Hospital de Emer­gencias Médicas, los médi­cos elevaron su informe sobre Luis Gayoso, el esposo de Gloria. Tenía una herida en el pecho provocada por el arma blanca y un disparo en la cabeza, en la sien, parien­tal derecho. Esto llamó la atención del fiscal.

–El disparo en la cabeza, ¿fue con la misma arma o hay algo más, doc?– con­sultó el fiscal, tenía del otro lado al médico que recibió a Gayoso en la sala de cirugías.

–Por ahora es difícil de precisar fiscal, pero la des­cripción que me proveyó el forense que estuvo en la casa hace que –quizás– se trate del mismo.

El fiscal quedó bacilante en su tesis primaria. Para él, era lógico un ataque con furia de ladrones que ingresaron a robar. Algo de valor y toda la fami­lia de testigo no podría sobrevivir, esto como pri­mer punto, como segundo podría hablarse de una venganza. Motivado por algo que envolvía a la fami­lia completa, debió ser pro­vocado por una persona del entorno cercano, al que todos conocían. Por eso intentó no dejar testigos.

Pero estas dos conjetu­ras eran desarmadas por el disparo en la sien. Salvo que el ladrón o el sicario haya querido imponer una coartada para desviar la atención. Solo quedaba examinar nuevamente toda la escena para deter­minar qué ocurrió.

Desde la casa los peritos de Criminalística agregaron una porción más de incer­tidumbre. Las cerraduras no estaban violentadas, de hecho, ningún acceso a la casa. El que mató debió ser un conocido de la familia o al menos fingir ser un visi­tante inesperado. El telé­fono móvil del fiscal vibró insistente en su bolsillo, el médico del Hospital de Trauma era el recurrente.

–Hola doctor, te escucho ¿algún dato nuevo?, res­pondió el fiscal.

–No fiscal, lamento infor­marte que Gayoso falleció. De hecho, sus probabilida­des de vida eran muy esca­sas al ingresar. Hicimos todo lo que pudimos, pero no hubo caso…– afirmó el médico.

Con la muerte de la quinta víctima, solo quedaría una testigo. La única que podía revelar qué ocurrió en esa infernal noche.

Continuará…

Déjanos tus comentarios en Voiz