- Por Ricardo Rivas
- Periodista Twitter: @RtrivasRivas
- Fotos Gentileza R.Rivas
Unos pocos días atrás, el colega periodista Mauricio Weibel Barahona, un entrañable amigo chileno, un hermano del corazón y de la vida que descubrí al otro lado de la Cordillera de los Andes que nos une, denunció la persecución, espionaje y amedrentamiento a los que lo somete el Estado chileno a él y a su familia desde muchos años, ante el Relator Especial en Libertad de Expresión (RELE) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Pedro Vaca. Antes de hacerlo, las mismas violaciones a los derechos humanos con las que aún por estos días es victimizado las puso en conocimiento de los sucesivos presidentes de la Corte Suprema de Justicia de Chile, magistrados Haroldo Brito y Guillermo Silva; del actual fiscal nacional de ese país, Jorge Abbott; y, de quien precedió a Vaca en la relatoría interamericana, Edison Lanza, sin que los ataques cesaran.
OPERACIONES DE ESPIONAJE
Mauricio, presidente y fundador de la Unión Sudamericana de Corresponsales (UNAC), académico, periodista de investigación, capacitador y formador de periodistas, comenzó a ser acosado con operaciones de espionaje, seguimientos, amedrentamientos telefónicos anónimos, cuando escribía el primero de sus libros más vendidos, “Asociación Ilícita”, en el que dio a conocer “los archivos secretos” de la dictadura que comandó Augusto Pinochet Ugarte. Era el año 2012. Desde entonces, la persecución no cesa. Pese a ello, las investigaciones de Mauricio, hechas libro, tampoco. “Traición a la Patria”, en el 2016; “Los niños de la rebelión”, 2017; “Ni orden ni Patria”, 2018; el “Manual de Periodismo de Investigación de la Unesco”, 2019; “La caída de las AFP”, 2020, son los más destacados de sus trabajos. Sin embargo, fue “Milicogate”, una sucesión de actos de corrupción reiterados, cometidos por altos oficiales del ejército de Chile bajo el paraguas de la que se conoce como Ley Reservada del Cobre para financiar compras bélicas, que Mauricio investigó sin descanso y publicó con su firma en el diario The Clinic, lo que desató la ira de los delincuentes uniformados. Esas revelaciones fueron la base documental que posibilitó los procesamientos y condenas judiciales de cerca de 850 militares en actividad y en retiro. Entre ellos, cuatro comandantes en jefe de la fuerza ejército. Los datos sobre ilícitos recolectados, además de increíbles, repugnan. Un cabo, una de las jerarquías más bajas del escalafón militar, apostó 2.500 millones de pesos en un casino. La intervención judicial –fundada en esa investigación periodística– permitió al fisco chileno recuperar 4.500 millones de dólares.
LA INFORMACIÓN, UN BIEN PÚBLICO
La información –un bien público– siempre y en todo lugar en donde se desarrolle un Estado Democrático de Derecho también protege bienes públicos. La casa familiar de Mauricio fue asaltada en tres oportunidades. La redacción y oficinas de The Clinic, también. De esta última incursión, las cámaras de seguridad instaladas en ese medio grabaron los hechos y las caras de los delincuentes. Esos elementos incriminatorios fueron aportados a la Justicia. No pasó nada. Dos presidentes –Michelle Bachelet y Sebastián Piñera– ejercieron el vicariato popular mientras los sucesos relatados en contra de la libertad de prensa, violatorios de los derechos humanos de periodistas acaecían. Solo tuvieron palabras vacías para con las víctimas de tales delitos.
Nada que se conozca y haya sido efectivo hicieron para que cesaran las agresiones que, además de Mauricio, alcanzaron a los colegas Juan Cristóbal Peña y Javier Rebolledo, que también investigaban. A todos les robaron los ordenadores, los discos duros externos y los pendrives. A la corresponsal de The New York Times en Chile, Pascale Bonnefoy, quien indagaba temas de derechos humanos, también fue victimizada. Las fuentes periodísticas reservadas que aportaron valiosos datos fueron y son acosadas por los espías militares que recurren a cualquier recurso para delinquir contra periodistas, comunicadoras y comunicadores que revelan sus tropelías. Una de esas operaciones –escuchas telefónicas ilegales que justificaron sobre mentiras ante jueces venales– las comandó el general Humberto Oviedo.
La Justicia, apremiada por la repercusión social de los hechos que hicieron públicos las investigaciones periodísticas, tendrá poco trabajo para incriminarlo y una enorme tarea, en el caso de que quiera y pueda mirar hacia otro lado. Jueces y juezas también son espiados. Entre ellas, Romy Rutherford, investigadora de la corrupción militar. Los militares se quejan públicamente. Tan increíble como antidemocrático. La democracia no va por buen camino en Chile. La reforma constitucional en ciernes esperanza. Me cuentan respetables colegas que “el presidente Piñera envió al Congreso un proyecto de ley que amplía las facultades de las fuerzas armadas sobre la población civil, incluidos los defensores de los derechos humanos y los periodistas”. Preocupante. No debería ser aprobada. “Sin un periodismo de investigación vigoroso, toda sociedad puede convertirse en una dictadura del dinero y el olvido”, sostiene Mauricio.
Me apropio del concepto. Lo hago mío. Desde este instante será otra de mis banderas. Con Weibel Barahona solemos hablar mucho y largo. Su historia familiar –que es parecida a la de muchas y muchos latinoamericanos– es dramática. La palabra impunidad es parte de su desarrollo psicofísico y afectivo. José Arturo Weibel Navarrete, “El Checho”, su papá, el 29 de marzo de 1976, fue detenido y desaparecido cuando junto con su esposa, María Teresa Barahona Muñoz, llevaban los niños a la escuela. Treinta perpetradores “disfrazados de civil se llevaron a quien era nuestro padre, esposo, hermano y amigo. No volvimos a verlo”, me dijo Mauricio, una tarde en el Museo de la Memoria de Santiago de Chile. Aquel día pude ver sus lágrimas mientras sus ojos estaban clavados en una vieja foto en la que está con El Checho. Lloré con él. Los perpetradores asesinos de aquel dirigente político de Chile, afiliado al Partido Comunista, están confesos de aquel crimen desde hace cuatro décadas, pero nunca fueron condenados.
IMPUNIDAD, ESA NUBE NEGRA
La palabra impunidad –como una nube negra cargada de negatividad– opaca el cielo chileno. Mauricio lo sabe y, justamente por ello, quiere correrla con más y más información. Ese bien público al que todos y todas tenemos derecho a acceder para informarnos y para informar. Los cambios siempre son posibles. En eso pienso esta noche de viernes otoñal refugiado en la vieja mecedora. El copón me oferta un Pizarras Pinot Noir 2018, un vinazo chileno de excelencia. El sábado, imparable, irrumpe con un silencio que retumba y favorece la reflexión. Así recordé que, en 1991, Namibia, desde unos pocos meses, tenía nueva Constitución. Sus, por entonces, 800 mil habitantes eran gobernados por Sam Nujoma, primer presidente democrático, electo el 11 de noviembre de 1989. Se mantendría en el cargo durante tres períodos. Los acontecimientos se desarrollaban con una dinámica inusitada.
La reina Isabel II del Reino Unido de la Gran Bretaña visitó oficialmente esa nación políticamente en desarrollo. Semanas antes, Namibia se integró al Commonwealth. Varias guerras quedaban atrás. Con nuevas formas y nuevas prácticas, en procura de más democracia y mayor calidad institucional, un grupo de hombres y mujeres periodistas, bajo el paraguas institucional de la Unesco, participó activamente del seminario para la “Promoción de medios de comunicación africanos independientes y pluralistas” que organizaron junto con aquella agencia multilateral para el diseño de políticas públicas. De aquel cónclave, emergió –el 3 de mayo– la Declaración de Windhoek (la capital de Namibia) que –apoyada en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos– es, desde entonces, un verdadero hito para la libertad de prensa, de expresión, de acceso a la información pública.
Taxativamente, aquel documento liminar consigna que “el establecimiento, mantenimiento y fortalecimiento de una prensa independiente, pluralista y libre son indispensables para el desarrollo y mantenimiento de la democracia en un país, así como para el desarrollo económico”. Puntualiza y define como “prensa independiente” a aquella “sobre la cual los poderes públicos no ejerzan ni dominio político o económico, ni control sobre los materiales y la infraestructura necesarios para la producción y difusión de diarios, revistas y otras publicaciones periódicas”; y, reconoce –en aquel año– que “la tendencia mundial hacia la democracia y la libertad de información y de expresión es una contribución fundamental a la realización de las aspiraciones de la humanidad”.
EL DÍA DE LA LIBERTAD DE PRENSA
Dos años más tarde, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó que, aquella fecha, trocara en efemérides, para que cada año reflexionemos sobre la libertad de prensa a la que también se conoce como la más relevante para que la libertad de expresión, en todas sus formas, construya derechos y empodere. ¿Qué ha pasado desde Windhoek, en nuestra región? ¿Cómo están en el fin del mundo -como hasta el mismísimo papa Francisco categoriza a ésta zona remota de la Aldea Global- la libertad de prensa, respecto de los estándares internacionales y de la Agenda 2030 de Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS)? Según la Clasificación Mundial de Libertad de Prensa 2021 con el que se sintetizan los resultados del monitoreo global que desarrolla la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF) –entre 180 países- Brasil está en la posición 111; Bolivia, 110; Paraguay, 100; Argentina, 69; Chile, 54; y, Uruguay, 18. Namibia, tiene sentido saberlo, está en el puesto 24.
En el 2020, estaba en el 23. Veamos nuestra región. Con excepción de Bolivia, que un año atrás estaba 114 –avanzó 4 lugares–; Uruguay, que avanzó un puesto; y, Paraguay, que se mantuvo en la misma posición, la situación es de desmejora generalizada. Incluso en los países que subieron en la tabla. Así las cosas, RSF destaca que, en Argentina, “cuando denuncian casos comprometedores, y en particular la corrupción de la clase política, los periodistas y medios argentinos tienen muchas posibilidades de que los denuncien ante los tribunales civiles por calumnias o por difamación”. “Las amenazas y agresiones a periodistas y a radios comunitarias son frecuentes en Paraguay. Los autores de estos ataques suelen ser las organizaciones criminales y las autoridades locales, que gozan de gran impunidad.
Los periodistas son agredidos durante las manifestaciones, víctimas de actos de violencia. Es muy peligroso investigar temas relacionados con el narcotráfico y la corrupción en la frontera con Brasil y Argentina, los periodistas que lo hacen pueden pagarlo con su vida, como le ocurrió al periodista brasileño Leo Veras, asesinado en febrero del 2020″. Sostiene el informe que en Bolivia, “cuando se les considera molestos, los periodistas bolivianos son víctimas de procedimientos judiciales abusivos”. Sobre Brasil, reporta que “sigue siendo un país muy violento para la prensa donde los profesionales de la información pueden ser asesinados por su trabajo”. Precisa la información que “en la mayoría de los casos, los reporteros, conductores de programas de radio y blogueros asesinados abordaban o investigaban temas relacionados con la corrupción, las políticas públicas o el crimen organizado en ciudades pequeñas y medianas del país, en las que son más vulnerables”.
Sobre Uruguay, apunta que “entre el 2015 y el 2020 se registraron casos de periodistas que sufrieron amenazas, intimidaciones y presiones políticas cuando investigaron casos delicados en los que estaban implicados funcionarios de la presidencia de la República; los periodistas de investigación también padecieron presiones judiciales”. Sobre Chile, puntualiza que “no se respeta el secreto de las fuentes periodísticas y [que] aún es difícil abordar ciertos temas, como la corrupción de los políticos y las reivindicaciones de las comunidades Mapuches, en conflicto con el Estado chileno desde hace cerca de 200 años”. Agrega que “el periodista Mauricio Weibel fue víctima de una operación de espionaje ilegal por haber revelado, en el 2015, un caso de malversación de fondos en el ejército chileno” y que, “desde el 2019, los reporteros que cubren las protestas vienen sufriendo frecuentes ataques y agresiones, y carecen de protección”.
Abruma. Duele. Entristece. Desesperanza. ¿Por qué son periodistas, comunicadoras, comunicadores las víctimas? No, porque son la voz de los que no tienen voz y porque silenciarlas y silenciarlos, atemorizarlos y atemorizarlas, inducirlas e inducirlos a la autocensura apunta a acallar a la sociedad civil y, en particular, a los sectores vulnerables. Así llegamos, una vez más, al próximo Día Mundial de la Libertad de la Prensa. Para esa efemérides, la Unesco propone, como lema: “La información como bien público”. Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, el 24 de noviembre del 2020, lo dijo sin titubeos: “La información es un bien público y, en tanto bien público, necesita apoyo público”.
En ese contexto, se apunta a debatir sobre “medidas para garantizar la viabilidad económica de los medios de comunicación”; a diseñar “mecanismos para garantizar la transparencia de las empresas de Internet”; y, a trabajar para “mejorar las capacidades de alfabetización mediática e informacional que permitan a la gente [la sociedad a] reconocer y valorar, así como defender y exigir, al periodismo como parte fundamental de la información como bien público”. La fuerza de las audiencias. ¿Soportarán líderes y lideresas de la nada que al periodismo –que trabaja para todos y todas– la sociedad en su conjunto lo asuma como de todos y todas? La seguridad y la vida de muchas y muchos, que son la voz de los y las que no tienen voz, fueron, son y serán parte sustancial de la información a producir y que -como bien público- se propone “defender y exigir”.