Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
Era un 25 de agosto, alrededor de las 6 de la tarde, cuando Héctor vio a su padre tendido en una calle llamada Argentina, en la ciudad de Medellín donde había ejercido como médico toda la vida. Inerte. Con la mirada fija en el cielo que ya oscurecía. La sangre todavía caliente brotando inexorable del cuerpo acribillado.
Los gritos, el sollozo de su madre. La confusión, las sirenas, y el golpe punzante en el centro de su cuerpo, como un ardor físico, protestando esa pérdida que dolería para siempre. La injusticia. La impotencia. Las lágrimas calientes rodando en su mejilla. El tacto de aquel traje que siempre le había gustado, y aquel acto inconsciente de hurgar sus bolsillos. Como si en ellos hubiera una pista de lo que había pasado.
Héctor cuenta que ni siquiera recuerda claramente lo que ocurrió aquella tarde del 25 de agosto de 1987, ni en que momento revisó el traje de su padre. Lo cierto es que lo hizo y en el encontró un poema, escrito a mano. Su mano. Firmada con unas iniciales: JLB.
“Ya somos el olvido que seremos
el polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.
Con el tiempo supo que su padre lo había leído en la radio unos días antes. Por eso lo cargaba consigo. Como una suerte de presagio tal vez. O como una resignación de lo inevitable en la fragilidad absoluta de este mundo. Y en su caso, más inminente todavía: pues con los años de compromiso y denuncias, se había hecho de múltiples enemigos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte, y las endechas.
El médico colombiano Héctor Abad Gómez era un respetado miembro de su comunidad. Idealista. Comprometido. Experto en salud pública, docente y periodista, nunca tuvo miedo de denunciar las injusticias. Fue él quien impulsó aquello del año rural obligatorio para los médicos recién graduados e inventó las promotoras rurales de salud. Fue él quien participó de las primeras campañas de vacunación masiva, y cuando en Colombia las cosas se pusieron violentas, fundó el comité de defensa de los derechos humanos, desde donde denunciaba las desapariciones forzadas y secuestros de las guerrillas de las FARC y las detenciones arbitrarias y torturas cometidas por las fuerzas militares de Colombia.
Ya le habían advertido que estaba en la mira. Que aquellas opiniones, por las buenas o por las malas, callarían. La familia le pedía que ya dejara los reclamos y se dedicara a cultivar esas rosas que tanto le gustaban, que diera paz a sus días. Pero el doctor no pactaba con el silencio, aunque supiera el riesgo en el que incurría. Tenía ese desapego de quién sabe qué tiene una misión bien clara en la vida.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso, con esperanza, en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
Y ahora ahí estaba. Occiso bajo ese cielo indiferente que oscurecía. Lo habían emboscado esa mañana. Pidiéndole que fuera a hablar al funeral de un amigo también asesinado. El doctor le creyó a la señora que vino a buscarlo y caminó con ella, hasta que aparecieron los sicarios. El resto fue confusión, dolor y sirenas. La muerte inerte en el pavimento y aquel poema que sería inscripto como epitafio en su tumba.
Ya somos el olvido que seremos…
Pero su hijo Héctor no estaba dispuesto a que su amado padre se esfumara tan fácilmente del laberinto nebuloso de los recuerdos, y decidió inmortalizar su vida, su valentía –y su muerte– en un libro. Con la frase del poema tituló su obra, que fue adaptada al cine con el mismo título.
El olvido que seremos ha recibido en marzo del 2021 el premio Goya a la mejor película iberoamericana. Imperdible registro de amor, compromiso y familia.
*En agosto del 2014, el crimen de Héctor Abad Gómez fue declarado delito de lesa humanidad, al comprobarse que el asesinato fue parte de un perverso plan del narcotráfico, en complicidad de grupos paramilitares y agentes de seguridad del Estado, para evitar el ascenso político de otras posturas.