• Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

¿De qué se trata el olvido? ¿Cómo y qué será transitarlo? ¿Es posi­ble sostener que está bien o mal olvidar? ¿Es un derecho olvidar? Enorme dilema en esta noche de viernes, refu­giado en la vieja mecedora, cuando nada ni nadie puede detener al sábado. Olvidar es parte sustancial en la cons­trucción de la memoria. La de todas y todos y, la pro­pia. Se decide qué olvidar. Se decide qué recordar. En los últimos años, especialmente, con fuerte presencia en los medios, cada 11 de marzo, Astor Piazzolla recupera presencia en la Argentina. Se lo homenajea. Es la fecha en que nació en 1921. Un siglo atrás. Músico y ciudadano del mundo, por su obra tan gigan­tesca como incomparable, recupera su argentinidad que nunca perdió ni quiso perder. “Soy argentino, mi naciona­lidad es argentina”, repetía en cada entrevista cuando le preguntaban y precisaba que era, “de Mar del Plata”.

Nonino, Nonina y Astor adolescente.

CIUDADANO PRESENCIAL

Sorprendente, aunque no tanto, cuando se trata de una personalidad que, pese a vivir en París, donde se encontrara, se le conce­día ciudadanía presencial. Aquí, en Mar del Plata, esta­ban, seguramente, algunos –no todos– de sus recuerdos más preciados. Sin embargo, como marplatense, no olvi­daba su condición de pibe callejero neoyorquino. “Fui criado en Nueva York y tuve calle desde muy chico”, recor­daba que alguna vez le dijo el colega Horacio de Dios en cada ocasión que mencionaba a Astor quien, según ese cro­nista veterano, “recordaba de memoria a sus compañeros de entonces: Nuncio, Nino, Joseph y Rocky Graciano”. Italianitos. Como él y cientos de miles de migrantes que buscan en todas partes esa especie de tierra prometida para ser. Tal vez, de aquellos días, hayan emergido de su alma los compases tristes, de lenta cadencia, de “La camo­rra”, una de sus obras. Eran tiempos bravos aquellos que el pibe Astor transitaba, en cada una de sus travesuras, cerca del Central Park, en la calle 92 Oeste de Manhat­tan. Sangre y crueldad se amalgamaban en las calles cuando algunas familias irlandesas e italianas dis­putaban supremacías en el crimen organizado.

Astor, un pibe de las calles de Nueva York en el film “El día que me quieras”, junto con Carlos Gardel y Tito Lusiardo (segundo desde la derecha).

“ALMA DE VALIJA”

Vivir migrando. Migrar para vivir. Más de una vez, Facundo Cabral, querido amigo al que extraño, enorme creador popular, a quien la Unesco lo declaró “Mensajero Mun­dial de la Paz” en 1996, que fue vecino en Mar del Plata hasta que, en el 2011, viajó a Guatemala para no regresar, sostuvo que “Astor Piazzolla tenía alma de valija. No era de aquí ni era de allá, sino de todas partes”. Aguda defini­ción que, de alguna forma, pone en palabras a las y los que migran. Piazzolla entre ellos y ellas. No son de nin­gún lugar y son de todas par­tes. ¿Músico genial y viajero incansable? ¿Por qué no? En Mar del Plata se lo recuerda, formalmente, con dos bus­tos y miles de fotos viejas con Nonino y Nonina o, con Dede Wolff –su esposa por varios años– Diana y Daniel, hija e hijo de la pareja. En esta ciu­dad, nació en un lugar que ya no existe. Don Roberto Cova, arquitecto e historiador afi­cionado, alguna vez me dijo que “en una casa de la calle Rivadavia al 2500, casi con seguridad en la vereda de los números impares, nació Astor, donde su familia, inte­grada por Vicente ‘Nonino’ Piazzolla y Asunta ‘Nonina’ Manetti, vivieron muy poco tiempo”. El jueves del cen­tenario de Piazzolla, el que­rido amigo Nino Ramella, colega periodista, marpla­tense nativo que ya no vive aquí pero, como Aníbal “Pichuco” Troilo, siempre está volviendo, me envió dos fotos con un breve comen­tario que, más tarde, posteó en FB. “Una de las casas que tuvieron los padres de Pia­zzolla, todavía está en pie en (la calle) Alberti 1555/61, entre Sarmiento y Alsina. Allí funcionó la confitería Nueva York, donde el genio hizo su primera presentación profe­sional con el Quinteto Azul. Junto a la confitería estaba la vivienda, que la familia ocupó desde 1937, cuando regresa­ron de Estados Unidos. (Pia­zzolla tenía 16 años) junto a la puerta se ve tallado, por Astor y Nonino, el nombre de ‘Diana’, con el que bauti­zaron esa casa en homenaje a la hija de Astor. Allí, también, es donde murió y fue velado Nonino”.

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Alberti 12550/61: Aquí vivió la familia Piazzolla desde 1937, cuando regresaron de Estados Unidos. Nonino murió y fue velado en esta casa en 1959. Hoy es una fábrica de empanadas.

“EL TIEMPO PASA”

Apenado, el amigo, describe que “hoy, allí, hay una fábrica de empanadas con sus pare­des pintadas de amarillo” y reflexiona: “El tiempo pasa y nosotros solemos ayudar a los imperdonables olvidos”. Pro­pio de quienes migran, ese lugar fue uno de los puntos que hermanan, en el corazón desamparado de Astor a Nueva York con Mar del Plata. En la 92 Oeste de Manhattan, ence­rrado en el living, en poco más de una hora compuso “Adiós Nonino”, cuando en 1959, supo que su papá había fallecido en esa casa que lleva el nombre de su nieta y está pintada de un amarillo fulgurante que las­tima los ojos y el recuerdo. Así Astor veló a Nonino en Nueva York y en Mar del Plata. Con música elaboró su duelo. Ese gran homenaje que, desde entonces, suena, resuena y no deja de sonar. Astor, era su propia patria, su propia nación, su propio país. No conocía de fronteras. Astor es el Zeitgeist de un tiempo en que el mundo cambió para siempre. Es el tipo que, en una sobremesa en la cantina Pierino –uno de sus amigos– en la esquina de Billinghurst y Lavalle, en el barrio del Abasto, me dijo, mirándome fijamente con aquellos ojitos achinados por los que lo apodaban “El Gato”, que “el tango lo van a salvar los roqueros”. Se inicia­ban los ’70, en el siglo pasado. Muchos años más tarde supe qué me dijo. Astor es el tan­guero que no dudó en musi­calizar a Borges (Jorge Luis), ese orillero interrupto, cuchi­llero imaginario, obsesionado por el coraje, para que la más alta poesía, con la más mara­villosa de las músicas las can­taran “El Polaco” Goyeneche o Edmundo Rivero, tangue­ros indiscutidos, si los hay. Tal vez, al querido Astor le haya pasado lo que al tango. Tuvo que consagrarse en Europa para que el aplauso y la ova­ción lo tuvieran como des­tinatario. Para que muchos y muchas de las que en 1969 abuchearan y arrojaran monedas a “La balada para un loco”, en el Festival Bue­nos Aires de la Canción, se arrepintieran de aquel sacri­legio y, en el cada día, mien­tras caminan por cualquier calle porteña, descubran que al tararear, admiten estar “piantao, piantao”. Piazzolla estuvo, está y estará más allá de cualquier homenaje. Para­fraseando a Borges: “Buenos Aires no te olvida, Astor que fuiste y serás”.

Alberti 1555/61, cuando nació Diana Piazzolla, Nonino, su abuelo y Astor, su papá, grabaron su nombre en la casa.

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