(Sobre Las lámparas del lenguaje de Blas Brítez)
“Ahí viene mi lucero, decían las chicas”. Florentín, técnico reparador de faroles
- Por Mario Castells (*)
Dicen algunos darwinianos de la crítica que la literatura paraguaya de ambiente citadino suele ser un indicio claro de su progreso. Y que con este nuevo acontecer descuenta su rezago respecto de otras similares y/o vecinas. Más aún, algunos de estos comedidos expertos han hecho de “evaluar (el significado de este progreso) dentro de la historia y la evolución de la literatura paraguaya” su métier y nicho de mercado. Todos sabemos que aún la literatura escrita en guaraní es de raíz citadina y hasta Emiliano produjo gran parte de sus principales obras en el seno de la cultura letrada capitalina para revistas de tirada masiva y como empleado, vale decir, como escritor profesional que era (ver M. Castells La marca de Caín del guaraní paraguayo, 2011; R. Villalba, Periodismo guaraní, 2021).
Hoy celebramos la aparición de un volumen de cuentos desde tiempo esperado. Se trata de “La lámpara del lenguaje” (Editorial Rosalba, Asunción, 2021), libro de Blas Brítez. Un volumen de 7 relatos de ambiente urbano, con lo cual estaría dentro del inusitado impulso progresivo que aqueja a la literatura del Paraguay. No digo mal cuando destaco lo de “esperado” puesto que, tanto por sus textos antologados desde hace tiempo como también por su labor como periodista cultural en el diario Última Hora, Brítez viene dando muestras de inteligencia, sensibilidad y baquía intelectual. Y su pulso creativo no sufre el tosigo ramonfleitista que osifica el campo cultural del país.
Tal como señala él mismo en la “Breve nota introductoria”, los relatos fueron escritos entre el 2005 y el 2014. De allí también lo del sentido de la espera; varios de ellos, además, ya habían sido publicados. Y como notifica el autor y se enorgullece el articulista, quien suscribe, su texto “Antigüedades” (Gusano de seda N° 1, verano del 2015) fue publicado en una revista partidaria que dirigió en su único número de aparición.
Hubo transformaciones más o menos visibles en su escritura, incluso en aquellas historias que fueron previamente publicadas en el decurso de estos años, en antologías dispersas –”Un rencor vivo” (Caracas, 2006), “No hay culpa que dure cien años” (Asunción, 2012), “Atraco Fútbol” (Asunción, 2014)–, en alguna revista de la izquierda cultural y política latinoamericana, como es el caso de “Antigüedades” (Rosario, 2015).
Los relatos de Brítez, con ser urbanos, se montan y no en pelo sino sobre las mejores calchas al lomo de nuestra literatura. La raigambre roabastiana destaca no solo en algún que otro leitmotiv sino también en las formas, en el tiempo de los relatos y en los personajes que construye. Los parecidos con algunos textos de “El baldío” son claramente reconocibles. Un baldío sin exilio, es cierto, que traslada su contexto a una ciudad ultra-vital, como todo páramo, y forja su particularidad nutriéndose de una constelación de otros textos tutelares que formatean su sentido. Bardeemos eso de la angustia de las influencias porque es bola. Los ejes de acuerdo con los cuales se constituyen los relatos de “La lámpara del lenguaje”, más allá de los desplazamientos y reiteraciones, abrevan en el sistema de conjunto que le da coherencia: el canon de la literatura del Paraguay. De resultas, la unidad de estos relatos no es solo intrínseca sino que lo es respecto de su tradición. “La constitución de un sistema es obviamente resultado de la lectura entendida como proceso memorial, que reintegra los signos aislados y los pone en relación de orden y de sentido” (R. Campra, Lectura de un sistema textual. Los cuentos de Roa Bastos, 1983: 791).
El relato que abre el libro “No hay culpa que dure cien años”, por ejemplo, es tan roabastiano como su personaje narrador, periodista de investigación.
Se distingue, obviamente, la cota autobiográfica. Pero es que hasta en eso coinciden. Este narrador viene del molde barrero de ese otro personaje, el periodista del diario El país que encuentra a mediados de los 40, buscando los chanchullos de Natalicio con la venta de tierras públicas, el libelo de Carmona en “El sonámbulo”. Pero no solamente, también abreva en las crónicas recopiladas por Francisco Gaona en el Tomo I de su “Historia Gremial del Paraguay” sobre las locuras de Barrett y Bertoto durante el 2 de Jara. Ni falta aclarar hace que el siguiente relato, “El manuscrito en el Bajo” es un homenaje al Carpincho. La fabulación, procedimiento habitual y remanido en Roa, continúa desde el magma de los setentas porteños que se tragaron el manuscrito de “Yo el Supremo” hasta el recoveco noventoso del barrio Ricardo Brugada donde activan esos descuidistas estafadores, el Guía y la Sombra.
“Un rencor vivo” trae a la memoria, desde el uso del epíteto, a Pedro Páramo… Rulfo de la mano de Roa… puesto que en su tándem de filiaciones también encontramos dispositivos que se ligan a textos como “El aserradero”. El regreso, la aporía del mito del Hijo Pródigo, es la forma que organiza el contenido de este cuento. “Antigüedades”, por su parte, tiene un estrecho vínculo con “El pájaro mosca” y con algunos remanentes de “Encuentro con el traidor”. La jerga suburbana de “Atraco fútbol” lo convierte en el texto más propio de Kike. “Un extraño en la ciudad” en cambio tiene un cariz bareireano. Recuerda al de ese personaje suyo, Boris. Lo mismo vemos en “La noche lateral”. El ADN nos muestra quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro bagaje cultural. No tiene nada de malo destacar las influencias; la literatura es mera reescritura. No hace falta mentar a Borges para valernos de una operación de lectura. Citar es omitir, decía el gran maestro kurepi.
Dejamos para otra oportunidad la crítica filológica, el recuento descriptivo del uso del lenguaje, el de los personajes y otras cuestiones importantísimas. Nos hemos enfocado en Blas Brítez, escritor paraguayo y su tradición. Quizás la cuestión con la que más acordemos con Roa (y en eso asumo que el autor de estos relatos me acompaña) es la de entender al escritor como simple compilador. El escritor no crea, sino que reúne y ordena materiales preexistentes, cuyo autor último es el pueblo (pueblo en el más psicobolche de los sentidos); el lector, en una tarea simétrica, los actualiza, asumiendo las contradicciones y la ambigüedad de la historia. Este libro de Kike demuestra que solo mueren los autores-individuos pero que sus breves iluminaciones, aun esos pequeños mitemas que encienden como lampium o farol mbopi, forjan un camino de luminarias, un sentido que se recompone lázaramente.
(*) Mario Castells
Escritor, traductor del guaraní y poeta. Miembro del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP-UBA). Ex coeditor de la editorial de poesía La Pulga Renga y actual editor del sello Cachorro de Luna. Autor de los libros: “Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal” (en colaboración con Carlos Castells, ensayo) Rosario: CEALC-UNR, 2010; “Fiscal de Sangre” (firmado con el heterónimo Juan Ignacio Cabrera, poesía), Rosario, Colectivo Editorial “La Pulga Renga”, 2011; “El mosto y la queresa”, novela ganadora del Premio Provincial de nouvelle “Ciudad de Rosario” 2012, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012; “Poemas” en Osvaldo Aguirre (compilador) Código Urbano, una muestra de la nueva poesía rosarina, e-book, Poesía Argentina, 2013; “Trópico de Villa Diego” (Crónica), Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2014; Lenguaje. “Poesía en lenguas originarias de América” (junto con Liliana Ancalao, Juan Chico y Lecko Zamora), Córdoba, Festival de Poesía de Córdoba, 2015.