- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
El próximo 15 de marzo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos escuchará a la periodista colombiana Jineth Bedoya Lima, en audiencia pública. No será un hecho más, seguramente, el que comenzará a juzgar el más alto tribunal de las Américas. “Hay que buscar justicia por el caso de secuestro, tortura y violencia sexual que tuve que afrontar el 25 de mayo del 2000”, explica Bedoya Lima, en un breve video que hizo circular a través de su cuenta en Twitter. “Llevar mi caso ante un tribunal internacional –agrega– no solamente es reivindicar lo que me ha sucedido a mí, como mujer y como periodista [sino que es] abrir una puerta de esperanza para miles de mujeres y niñas que, así como yo, tuvieron que afrontar la violencia sexual en medio del conflicto armado colombiano por parte de todos los actores armados”.
UN TERRITORIO DE VIOLENCIAS
Alguna vez leí en la revista Soho, una crónica escrita por Jineth. Tal vez, aquella lectura, la haya realizado en el 2010. Me pegó fuerte. Especialmente porque aquella mujer, a la que entonces no conocía más que por lo que sobre ella contaban –con admiración y respeto– colegas de Colombia, relató su tragedia en primera persona. Precisó que, desde el ’95, investigaba junto con un maestro del periodismo latinoamericano, Jorge Cardona, “el tráfico de armas”, a la vez que “la venta y compra de secuestrados”, en el marco del conflicto armado colombiano que no tiene parangón en nuestra Sudamérica que, pese a ello, muchos y muchas insisten en sostener que se trata de “una región de paz”. Los números, la estadística, aunque solo apunten al caso colombiano, dicen lo contrario. Es un territorio de violencias. El Registro Único de Víctimas (RUV) da cuenta que, en poco más de medio siglo de guerra interna en ese querido país, cerca de 9,2 millones de personas fueron victimizadas. De ellas, 4,6 millones son mujeres. El dato abruma. Las agresiones, en casi todos los casos, fueron sexuales. Estremece. De hecho, un grupo inter y transdisciplinario que produjo un informe nacional sobre violencia sexual en el conflicto armado, lo tituló “La guerra inscrita en el cuerpo”. Nunca más exacto. En aquel contexto trabajaba el periodismo por aquellos años. Profesión de riesgo. Jineth, por entonces, como periodista de diario El Tiempo, llegó hasta la puerta de la Cárcel Modelo de Bogotá, para una entrevista. Tres mercenarios la interceptaron. Se la llevaron secuestrada a punta de pistola. Durante casi 20 horas, fue torturada y violada. Refiriéndose al matón que comandaba el grupo, relata que “por enésima vez puso su pistola sobre mi sien, la cargó y luego de golpearme, me obligó a abrir los ojos los más grande que pudiera: ‘míreme bien la cara hijueputa; míremela porque no se le va a olvidar nunca’. Esa fue su sentencia y luego vino la ejecución. Sentí un frío helado por todo el cuerpo y el miedo se me sembró en el pecho […] Tenía apenas 26 años y mi vida deshecha por tres mal nacidos”. Para qué agregar más. Sin embargo, una de sus frases, no abandona mi memoria: “Me tomó mucho tiempo para dejar de sentirme sucia y muchos años para permitir que un hombre me volviera a tocar. Una violación no es un puño o un golpe, es un delito que nos destroza la vida”. Estremece.
TRAUMAS EN SILENCIO
La medianoche de este viernes, cuando la tragedia de Jineth invadió mis reflexiones, me encontró en mi querida Asunción, aunque sin mi vieja mecedora ni tampoco el copón con algún vino noble y seductor para acompañar las reflexiones. Hasta el 2009, Bedoya Lima elaboró sus traumas en silencio. Desde entonces, una y otra vez, repite aquella trágica historia hasta convertirla en bandera que levantan mujeres y niñas victimizadas, como ella. En el 2012, el presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, le entregó el premio al coraje. En el transcurso de una entrevista televisiva, Jineth, reflexiona. “Pensar si se puede volver en el tiempo, si hay algo que no hubiera hecho esa mañana del 25 de mayo [contiene el llanto] es una pregunta que siempre me va a doblar, que siempre me va a doler mucho porque yo daría todo por volver a esa mañana del 25 de mayo [parece que mira lejos, aunque sus gestos dicen que su mirada y sus reflexiones, solo están clavados en aquella historia de su historia]. Obviamente, lo cambiaría todo, obviamente no iría a esa entrevista, no hubiera estado parada allí, en la puerta de esa cárcel, aquella mañana. Pero el tiempo no se puede volver [atrás]. Ya ocurrió. Lo que tengo que pensar es en el hoy y en el ahora. Es lo único que tengo: hoy y ahora”. Mira con firmeza a quien la entrevista. Domina su voz, cuando tiende a quebrarse. Las agresiones sexuales a mujeres y niñas en el marco del conflicto armado colombiano, son una deleznable práctica sistemática.
Desde ese supuesto –luego verificado en su totalidad– los investigadores de aquellas tragedias, en primera instancia, se propusieron analizar “cómo, en momentos de incursión, integrantes de grupos paramilitares, guerrilleros y de la fuerza pública, han usado la violencia sexual sobre los cuerpos estigmatizados, que son equiparados con los territorios estigmatizados en los que se encuentran”. Luego, verificaron que “corresponde al inicio de la consolidación [de] los paramilitares [que] de manera más selectiva, identifican a las personas que son consideradas enemigas y establecen que sus cuerpos resultan incómodos para sus proyectos de control territorial y, sobre ellos, se usa la violencia sexual para acallarlos”. Finalmente, los analistas precisan que “a la violencia sexual ejercida sobre los cuerpos de las adversarias” las fuerzas regulares y paramilitares de Colombia, perpetran “crímenes de particular sevicia”.
UN MENSAJE
Cuando aquellas bestias dejaron a Jineth, gravemente herida física y psíquicamente, tirada en una ruta, fueron claros con sus amenazas. “Este es un mensaje para todos los periodistas colombianos”. Veintiún años después del ataque, Jineth será escuchada por los jueces de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hasta el momento en que comience a exponer frente a esa tribunal internacional, Bedoya Lima trashumó incansable y en soledad los tribunales de su país para denunciar a Miguel Ángel Arroyave y a Ángel Custodio Gaitán, los fallecidos jefes de aquella banda delictiva parapolicial que ordenaron a un cómplice, Mario Jaimes Mejías, apodado en aquel mundo de hampones como “El Panadero”, que, junto con otros dos compinches, Alejandro Cárdenas Orozco, alias JJ, y Jesús Emiro Pereira Rivera, alias Huevoepisca, acometieran contra ella. Soledad. En el 2011 –una década atrás– recurrió con su caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIHD), que recién lo aceptó el 30 de julio del 2014. Soledad. El 26 de setiembre del 2014, el Ministerio Público colombiano dictaminó: “A Jineth había que sacarla de en medio; ella era un estorbo para la consecución de estos propósitos criminales […] es a partir de allí, cuando la organización ilegal paramilitar que se había conformado con los reductos privados de su libertad y operaba desde la cárcel, empieza a fraguar un macabro plan criminal”.
La pesquisa judicial determinó que “días antes del secuestro, una reunión que fue convocada por Arroyave y Gaitán” en el interior de la cárcel, de la que “participaron desde su inicio ‘El Panadero’; Juan de Jesús Pimiento, alias Juancho Diablo; José Enrique Osorio, alias Carracas; George Paredes Rojas, alias Pablo; Jhon Jairo Polo, alias Águila, y Luis Alberto Medina Salazar, alias Cristo Malo o Negro Julio”, para planificar los delitos contra la joven reportera. Como alguna vez lo consignara el diario El Espectador, desde “ese día Jineth Bedoya fue declarada objetivo militar” y debía ser atacada. En ese mismo dictamen la fiscalía categorizó el calvario de Jineth como “delito de lesa humanidad”. Soledad. El 7 de mayo del año pasado –casi dos décadas después del trágico ataque que sufriera– los delincuentes de lesa humanidad, Cárdenas y Pereira, fueron condenados a cumplir 30 y 40 años de prisión, respectivamente, por el ataque contra la periodista. Ya no estaba tan sola. “En 19 años de dolor, de soledad, de revictimización, en esta lucha sin tregua, muchas veces escuché que ‘me lo busque’, que ‘lo inventé’, o que ‘me gustó’. Quiero decirles que la violación es el peor crimen que se puede cometer contra un ser humano. No nos lo buscamos. Dimos un gran paso contra la impunidad”, dijo Bedoya Lima conocida la sentencia en Colombia. Aquella soledad que Jineth Bedoya Lima padeció, por su garra, valentía y entereza dejó de ser. Miles de mujeres y niñas tienen voz en su voz. “No es hora de callar”, dice incansablemente desde el inicio del siglo 21, cuando fue victimizada. Ahora, es la Corte Interamericana la que no debe callar. Será Justicia. Estoy contigo, compañera, amiga y maestra de vida.