Si como afirmaba Ricardo Piglia: “Una sociedad existe porque hay una base de relatos comunes (pues) no hay vínculo concebible sin relatos compartidos”. Vale afirmar que tampoco hay comunicación sin significados socialmente consensuados.

  • Por Hamurabi Noufouri (*)
  • Fotos GENTILEZA

Uno que lamentar y condenar, que urge subsanar, es el que le da al término “africanizado” el racismo rioplatense, pues siempre lo será emplear el gen­tilicio de una identidad colec­tiva para descalificar, degra­dar o difamar, ya que para eso requirió antes ser deshumani­zada de algún modo. Máxime cuando no podemos echarle la culpa al diccionario que solo le asigna el significado de “dar carácter africano”.

Así quedó demostrado por la expresión “africanizado conurbano”, empleada por un veterano periodista en la reciente editorial de un matu­tino porteño, confirmado luego por los encomiables rechazos locales, pero quien sabía que al hacerlo no corría ningún riesgo de que se sos­pechara que con ella buscaba vincular, por ejemplo, el ani­llo productor de conocimiento que configuran las universi­dades nacionales del conur­bano de la ciudad de Buenos Aires con las tres primeras universidades del mundo no menos africanas ni universi­dades por usar el árabe como idioma de enseñanza.

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Universidad de Al Azhar, El Cairo, Egipto.

UNIVERSIDAD DE FEZ

De hecho, la Unesco consi­dera como la más antigua a la Universidad de Qarawiyyin, hoy centro de referencia en ciencias naturales, fundada en 859 en Fez, Marruecos, por la jurisconsulto Fátima al Fihri, en cuyas aulas estu­diarían musulmanes, judíos y cristianos de Averroes y Mai­mónides hasta el papa Silves­tre II, cuando aún no lo era, pero gracias a lo cual será quien introduzca los núme­ros arábigos en Europa junto al concepto del cero. Los mis­mos que hoy usamos.

Si bien se supone que Fátima la nombró con ese gentilicio en homenaje a sus conciuda­danos emigrantes de la ciudad de Qayrawan, cabe la posibili­dad de que lo hiciera en memo­ria de quienes fundaron en 737, en esa urbe de Túnez, la Universidad Al Zaytuna, de cuyos claustros egresaría en el siglo XIV Ibn Jaldún, crea­dor de la sociología y la histo­ria como disciplinas científi­cas. Completa esta tríada la universidad que se funda en El Cairo en 975, en memoria de otra Fátima: la hasta hoy lla­mada Al Azhar (“La resplan­deciente”), por ser tal el sobre­nombre de esa hija menor del profeta Muhammad.

El papa Silvestre II.

Aún cuando sería más cierta y rigurosa esta vinculación, lo cierto es que invertir el eje de jerarquías nunca es solución, pues solo cambia de signo al mismo etnocentrismo geocul­tural, pero no su lógica de asig­nación de grados de humani­dad o “sobre-humanidad” por pertenencia espacial o croma­ticidad epidérmica antes que por conductas y competencias.

Sí sería mucho más difícil asignar significados negati­vos si esta fuera información trasmitida por la Educación Pública Rioplatense, pero para la que nunca deja espacio o lugar su sobreabundancia de contenidos para formar­nos como sociedad de un solo abuelo blanco y europeo, omi­tiendo los al menos otros tres abuelos: Indo, Afro y Árabe.

Fátima al Fihri.

BATALLA RIOPLATENSE

Modificar esa despropor­ción etnocéntrica produ­cida por los mismos Esta­dos que luego penalizan las conductas racistas que se la usan como referencia es una “madre de todas las batallas” rioplatense, que aún aguarda que algún gobierno de la región la libre con éxito.

Sin ponerle fin a esa grosera y excluyente desproporción de contenidos de esa edu­cación pública que en cual­quiera de sus niveles sea de gestión estatal o privada, aún nos enseña a vernos como sociedad de ese solo abuelo, que no cause, posibilite o per­petúe consensos semánticos negativos sobre los “abuelos” que excluye. Pues cuando se omite lo que se conoce, en rea­lidad se oculta y ya sabemos que eso anula las distancias entre la negación y la negati­vización en la medida que la sobreinformación sobre ese “único” abuelo deja claro cuál es el lado correcto de la histo­ria y el mundo de la “familia humana”.

Incompetencia intercultu­ral según la cual se admi­nistra conceptualmente por racialización confesional de lo propio y lo ajeno, lo nacio­nal y extranjero, la normalidad y anomalía, el bienestar y el malvivir, la civilización y la barbarie, etc., bloqueando así el camino para la adqui­sición de competencias interculturales sin cuyo conocimiento, adecuado y relevante sobre culturas y creencias, se torna imposible el reconocimiento del otro en nosotros para “sacar esa fuerza de la desdicha propia y ajena con miras a conver­tirla en baza del reto”, con­forme a la expresión que Goytisolo extrae de André Malraux, “para transformar el destino en esa conciencia que no sacrifica el juicio indi­vidual al prejuicio institucio­nal o colectivo”.

Negarse a librar esta con­tienda nos condena, como casi siempre que el racismo embiste, a enfocarnos solo en el dedo del sabio, y no en la la Luna que indica con él, por lo que terminamos creyendo que comiéndonos al caníbal acabamos con el canibalismo. Que condenando al racista ponemos fin al racismo.

* Hamurabi Noufouri es doctor por la Universidad de Salamanca y director del doctorado y la cátedra Unesco en diversidad cultu­ral de la Universidad Nacio­nal de Tres de Febrero.­

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