Hoy Toni Roberto nos trae la historia de un antiguo bonsái que fuera obsequiado por el Sr. Kanasawa, dueño del legendario Jardín Japonés, al joven Diego Capurro y que le fuera robado en el barrio Gral. Díaz de Asunción, recuperado milagrosamente.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Caminando por la calle Yegros en las alturas del barrio General Díaz está una casa muy particular, una especie de “art decó paraguayo” con “revoque parís”, que posee un importante retiro de la calle. En ella habita la cuarta generación de los Capurro, una conocida familia asuncena que hace unos años pasó por una muy particular historia que aquí les contamos.
El matrimonio Capurro Fernández tiene cuatro hijos varones, uno de ellos es Diego, que es odontólogo y epidemiólogo que hoy reside en Canadá, quien desde muy chico es aficionado a la colección de bonsáis, por ello frecuentaba el Jardín Japonés sobre la avenida Félix Bogado, cuyo dueño era el señor Kanasawa, un inmigrante japonés que había llegado al Paraguay desde muy lejos, muchas décadas atrás, buscando nuevos horizontes.
LA GRAN AMISTAD ENTRE KANASAWA Y CAPURRO
Con el tiempo, Capurro Fernández se hizo muy amigo del propietario de este local a tal punto que en el 2003, siendo ya muy mayor el señor Kanasawa, le obsequia al joven Capurro su joya más preciada, el bonsái más antiguo de su colección que había plantado al llegar de aquellas lejanas tierras de Oriente. Es así que desde ese día el arbolito tenía el lugar más importante en la vieja casi centenaria, fachada de la casa de la calle Yegros. Un importante pedestal hacía lucir aún más este “pequeño árbol” que era “el deleite a los ojos” de todos los transeúntes que pasaban enfrente.
EL HURTO DEL BONSÁI
Un día cualquiera del 2011 una tarde se percata de la desaparición de tan importante joya. Ese fue uno de los días más tristes de Capurro y a partir de ahí empezó la búsqueda y la estrategia para recuperarlo. Para lograr encontrarlo él había confeccionado un anuncio que rezaba lo siguiente: “Se me ha robado uno de los arbolitos que tenía en el patio de la casa y que los que pasaban por acá podían verlo y disfrutarlo diariamente”.
“Es una planta que tiene muchísimo valor sentimental para mí, pues perteneció a una persona a quien yo aprecié muchísimo y de la cual he aprendido mucho”.
“Pido por favor a las personas que lo llevaron que me lo devuelvan, han causado un gran perjuicio sentimental a una persona que quiere las plantas y disfruta cuidándolas”.
Como parte de la campaña de comunicación, el afectado también colocó un cartel con el citado texto colgado en la verja de la vieja casona. A partir de entonces, los transeúntes, los vecinos y toda la gente que pasaba frente a la casa se solidarizó con la causa, todos preguntaban, otros investigaban en el barrio para dar con la pieza.
EL LADRÓN ARREPENTIDO
Un día, una persona tocó el timbre y le dijo que sabía donde estaba el añejo bonsái, y pidió a Capurro que lo acompañara. Fueron caminando hasta el Mercado Municipal Número 5 de Barrio Obrero, sito en las inmediaciones de Chile y Atenas, pero al llegar al lugar, la persona que le había indicado el sitio le dijo que él no podía llegar hasta el lugar, sin embargo, él mismo le enseñó el camino hasta un pequeño local de dicho centro comercial. En un momento dado del recorrido hacia el sitio que le había indicado, el acompañante desapareció misteriosamente, dejando que el ansioso dueño del bonsái robado llegara así a recuperar el preciado arbolito exactamente en el sitio en que le dijo el acompañante que iba a hallarlo.
Sin lugar a dudas el guía para hallar el arbolito era el propio ladrón, quien al ver toda la “conmoción barrial” por tan grande pérdida, se arrepintió y decidió contarle a Capurro, sin confesar el hurto, para que recupere su joya, el recuerdo tan querido que le había obsequiado el inmigrante japonés una década antes. Y así, el bonsái volvió a su hogar de la calle Yegros. Pero no todo termina ahí, porque otros dos ejemplares fueron robados en otras dos ocasiones posteriores y también fueron recuperados milagrosamente.
Hoy, esta valiosa pieza ya no forma parte de la fachada de la vieja casa que fuera construida a mediados de los años 20 del siglo pasado en el legendario barrio Gral. Díaz. Sólo queda el pedestal vacío como testigo del “atribulado destino” de este bonsái obsequiado por el señor Kanasawa al joven Capurro que lo conserva escondido “quien sabe dónde” como símbolo de una gran amistad entre el joven paraguayo y el anciano japonés.