• Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

La cotidianidad, con frecuencia, sor­prende para mal. “Nada nuevo”, sostiene el amigo Óscar Flores. La historia está tachonada de momentos amargos. Ver­gonzosos. Richard Nixon –37º presidente norteame­ricano, del Partido Republi­cano–, quien también había sido vicepresidente y sena­dor en ese país, se vio obli­gado a renunciar al cargo el 9 de agosto de 1974, luego de cometer una larga lista de delitos que admitió. Entre ellos, el de espiar –en el edi­ficio Watergate– al Partido Demócrata. Apoyó y finan­ció, entre otras operaciones secretas, el golpe de Estado que el 11 de setiembre de 1976 derrocó al presidente de Chile, Salvador Allende, que resultó muerto en aque­lla jornada que marcó el inicio de la dictadura cívi­co-militar que comandó el genocida Augusto Pinochet Ugarte. Miles de víctimas de desapariciones forza­das. Nixon abandonó la Casa Blanca con deshonor. Su sucesor, Gerald Ford, quien fuera su vicepresidente, lo indultó. Más deshonor. El 22 de abril de 1994 murió. Fue homenajeado con un fune­ral de Estado e inhumado en el cementerio de Arling­ton, donde descasan los res­tos de los héroes estadouni­denses. “Fiera, venganza la del tiempo…”, canta Gardel.

Dios Jano, protector del Estado en Roma, veía hacia adelante y hacia atrás. Bifronte vigilaba en toda dirección. Veía el pasado y el futuro.

GISCARD D’ESTAING

Valery Giscard d’Estaign fue presidente de la Ter­cera República en Francia entre el 27 de mayo de 1974 y el 21 del mismo mes, de 1981. Durante su mandato, golpes de Estado en la entonces lla­mada “África francófona”, el financiamiento encubierto a trágicos y patéticos déspo­tas dictadores en ese conti­nente e incontables actos de corrupción fueron prácti­cas habituales. Uno de esos tiranos, autoproclamado “Su majestad Bokassa I, emperador de Centroáfrica, mariscal de Centroáfrica, apóstol de la paz y servidor de Cristo Dios”, entre 1965 y 1979, protegido, primero y derrocado por Francia, des­pués, a través de la opera­ción secreta llamada “Barra­cuda”, que concretaron los paracaidistas, herido en su amor propio, dejó trascen­der al semanario Le Canard Enchaîné, el 10 de octubre de 1979, que había obsequiado a Giscard con diamantes y pagado las deudas partici­padas del mandatario y su “desagradecida familia” en algunas empresas. Tiempo después, de puño y letra, el mandatario francés, durante una recepción que ofreció Bokassa en París, en el Libro de Oro de la reunión, consignó: “Para mi pariente y mi amigo, el presidente vitalicio de la República Centroafricana. Jean Bedel Bokassa”.

Ventilados aque­llos actos de corrupción, Giscard d’Estaing mintió sucesivamente al pueblo de Francia para eludir su even­tual responsabilidad polí­tica, penal y social. Aquel jefe de Estado que deshonró su mandato e incumplió con su juramento falleció el 2 de diciembre del 2020 a los 94 años. El actual presidente francés, Emmanuel Macron, al igual que sus homólogos ex mandatarios Nicolás Sar­kozy y François Hollande, lo despidieron con elogios. Lo categorizaron como “un político del progreso y la libertad” y como “un gran europeo”. 41 años pasa­ron desde que Bokassa I, su “pariente y amigo”, reveló aquellos actos de corrup­ción. Charles Romuard Gar­des, Carlos Gardel, nacido en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890, vuelve a la carga. “Fiera, venganza la del tiempo…”.

Carta de Richard Nixon a Donald Trump: “Usted va a ser el ganador”.

CONTAMINADOS DE CORRUPCIÓN

Corruptos. Indignos. Aquí, allá y acullá. No pareciera que existan barrios en la aldea global descontami­nados de corrupción. El lumpenaje, como define la Real Academia Española de la Lengua (RAE) a ese “grupo social que atenta sin ningún tipo de princi­pios contra la seguridad de los individuos o colectivi­dades, bajo un ánimo rapaz y delincuencial”, siempre acecha y procuran, sus inte­grantes, vincularse. El 12 de diciembre de 1987, Richard Nixon le escribió a Donald Trump, al que no conocía: “Querido Donald. No vi el programa, pero mi esposa (Patty Nixon) me dijo que estuvo fantástico en el show de Phil Donahue (…). Como podrá imaginar, ella es una experta en política y predice que el día que decida com­petir por ser presidente de Estados Unidos, usted va a ser el ganador”. Visionaria, la señora Nixon. “En todas casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas”, decía nuestra abuelita, doña Jua­nita, que nunca leyó “El Quijote”, texto donde con­signó aquel dicho Miguel de Cervantes Saavedra. El silencio me invade. La vieja mecedora, poco o casi nada, se mece. Con los ojos entre­cerrados imaginé, una vez más, caos frente a cosmos. ¡Más de lo mismo!, pensé. En el copón, Pétrus, Pome­rol, un tinto de excelencia de uvas merlot criadas con dedicación extrema en Bur­deos, me condujo a búsque­das más profundas. El valor de la memoria.

En la antigua Roma –donde también la corrupción aso­laba– adoraban a Jano, un dios mitológico, protec­tor del estado. Aquella dei­dad tenía dos caras. Jano Bifronte veía hacia ade­lante y hacia atrás. Vigi­laba en toda dirección. Veía pasado y futuro. La mitolo­gía romana lo consideraba Janus Pater (Dios de Dioses). Era muy importante. De allí que el primero de los días de cada mes y durante todo Januarius (enero) se lo hon­raba. Pacifista, los templos en su honor estaban siem­pre abiertos en tiempos de guerra y cerrados cuando la paz. Claramente, si asumi­mos la guerra como la más grave de las corrupciones, aquella práctica era una señal. Una advertencia que debiera ser inolvidable. Por su bondad –especialmente con otras dos deidades, Cro­nos (Saturno) y Zeus (Júpi­ter)– Janus fue recompen­sado con la bifrontalidad, que le permite conocer el pasado y el futuro.

Julian Barbour, en “punto Jano”, se interroga y desafía. ¿Y si el Big Bang no es el origen del tiempo? ¿Es razonable pensar que el tiempo es unidireccional? Paradoja y dilema.

¿VAMOS O VENIMOS?

¿Vamos o venimos? Exten­dida está la idea de asumir la vida como un viaje de ida. De no regreso y, más aún, sin aludir siquiera a un posible retorno, se produce –como sentido común– la inevita­bilidad. “Volver”, así dicho, solo parece una expresión poética de Gardel y Alfredo Lepera. ¿Quién puede ase­gurar ir o venir, lo uno o lo otro, ambos, como certeza? ¿Tiempo, sinónimo de vida? Dilemático. “El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos”, nos recuerda Pablo Milanés. ¿Advertencia? Para muchas y muchos, vivir y morir son esencia de la temporalidad. Finalmente, tiene que ver con creencias, con mitos, con dogmas. Bienvenida la diversidad. Enriquece.

“De Él venimos y a Él retorna­mos”, dice el versículo corá­nico, me explica el habibi Hamurabi Noufouri, un hermano de la vida y del corazón que desde muchas décadas aplaca mis angus­tias por desconocimiento y agrega: “El eterno retorno, a todos nos iguala”, por­que “todos somos viajeros desde que fuimos expulsa­dos del Paraíso”. Recordé que Umberto Eco, laico, en un intercambio epistolar con Carlos María Martini, sacerdote jesuita y carde­nal de la Iglesia Católica, en 1995, sostiene: “Estamos viviendo (aunque no sea más que en la medida desatenta a la que nos han acostum­brado los medios de comu­nicación de masas) nuestros propios terrores del final de los tiempos, y podríamos decir que los vivimos con el espíritu del bebamos, coma­mos, mañana moriremos, al celebrar el crepúsculo de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino de un consu­mismo irresponsable”. Mar­tini responde: “La historia ha sido vista siempre más claramente como un camino hacia una meta fuera de esta, que no inmanente a ella (…) la historia posee un sen­tido, una dirección de mar­cha, no es un mero cúmulo de hechos absurdos y vanos”. Tiempo, siempre el tiempo. Vida, siempre la vida. His­toria, en ese contexto, una cronología vital y temporal en una sola dirección.

JULIAN BARBOUR

Julian Barbour, académico en física, retirado de la Uni­versidad de Oxford, pone en duda que el tiempo se des­place en una sola direc­ción. Lo expone en su más reciente obra, a la que titula “El punto Jano”. ¿Por qué no? Si el todo se expande en múltiples direcciones y crea estructuras, ¿es razonable, desde el pensa­miento, condenar al tiempo para que viaje exclusiva­mente hacia adelante? Un dilema de amplio espec­tro. Más aún en estos tiem­pos de muerte que pare­cieran envolver al planeta. La aldea global, pintada con el color de la tragedia. “La vida es un misterio”, y desde esa perspectiva hay que “vivirla como tal”, me dijo a través de una video­llamada de WhatsApp el amigo Pablo Sisterna, aca­démico en física de la Uni­versidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP). Casi medianoche de viernes, cuando lo llamé. “Aprende a vivir y sabrás morir bien. (Porque) si no conocemos todavía la vida, ¿cómo va a ser posible conocer la muerte?”, peroraba Confu­cio. “Hay que estar abier­tos a todas las ideas, a todas las vocaciones; a todas las creencias (y, descreencias, pensé respetuosamente); a todas las religiones y a lo que dicen cada una de ellas; a todas las ciencias y a lo que dicen cada una de ellas”, agregó. Simple y llana, la Real Academia Española define vida como el “espa­cio de tiempo que trans­curre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte”. La defi­nición une vida y tiempo. ¿Sinonimia? Tal vez. Pen­sares. Decires. Pareceres. Dudas. ¿Vamos o venimos? Complejo. Más aún con nuestro querido idioma –el español– en el que ser y estar son parte del mismo verbo. Complejo. Mencioné a Barbour como disparador de reflexiones e interrogan­tes. Sonrió. No son pocos los que sostienen que, como la vida, el tiempo también es ir. Algunos estudiosos de la física no acuerdan. El cono­cimiento, en procura de nuevos saberes, complejiza. “El hombre es producto de sus pensamientos”, sos­tiene Gandhi y alguna vez agregó: “Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir por siempre”. Dilemas y para­dojas. “Ya lo ves, todo en el mundo es inquietud”, escribió Mariano Mores. ¡Un capo!

“El punto Jano”, una nueva teoría sobre el tiempo. ¿Va o viene?

SISTERNA: EL TIEMPO NO EXISTE

Sisterna evocó que conoció a Julian Barbour “en un con­greso de física en la Univer­sidad de Tübingen, Alema­nia. En los primeros años de la década del 2000, vino a la Argentina. Estuve con él en Buenos Aires, en La Plata, y aquí en Mar del Plata. Vis­tió con su esposa el Museo del Mar y quiso conocer la colección de caracoles de mi papá. Por entonces publicó ‘The end of time’. Sostiene que el tiempo, como entidad fundamental, no existe. En el 2013 lo visité en Oxford. En sobremesa, sostuvo que como las teorías fundamen­tales de la física son simé­tricas en el tiempo, pueden ocurrir en una dirección o en otra. Fue más allá. Sostuvo que el Big Bang no es el ori­gen del tiempo. Antes, dijo, hubo toda una historia simi­lar a la nuestra que transcu­rrió hacia el pasado. Yendo hacia atrás en el tiempo. Muy difícil de concebir, pero…”.

Enmudecí. Es posible que apunten hacia él los dedos índices de quienes lo señalen por poseer un pensamiento anárquico o, al menos, revo­lucionario. ¿Caos vs cos­mos? Miguel León Portilla, filósofo e historiador, en el 2007, explicó en el diario El País: “Caos (chaos) significa en griego abismo, desorden, espacio vacío y, por exten­sión, el estado original del universo”. Puntualizó tam­bién que a “lo que llamamos universo, con todas sus rea­lidades visibles e invisibles” Pitágoras lo designó “con el nombre de cosmos (kós­mos)”. En ese contexto, sen­tenció: “Si el universo es una realidad ordenada, en la que cada cosa tiene su lugar, todo puede llegar a explicarse, todo tiene una razón sufi­ciente y todo está sujeto a la ley de causa y efecto”. Bar­bour desafía.

Por sobre las certezas, propone la incer­tidumbre. Édgar Morin, en tono crítico, sostiene que la educación “permanece ciega ante lo que es el cono­cimiento humano, sus dis­posiciones, sus imperfec­ciones, sus dificultades, sus tendencias tanto al error como a la ilusión”. Agrega que el conocimiento “debe aparecer como una nece­sidad primera que serviría de preparación para afron­tar riesgos permanentes de error y de ilusión que no cesan de parasitar la mente humana”, porque, a la pos­tre, “se trata de armar cada mente en el combate vital para la lucidez”. Desde mi más profunda ignorancia, imaginé a Barbour, cons­tructor de paradojas, abo­cado a ese desafío desa­fiante. Barbour y Morin sacuden la ciencia. Si la hipótesis de Julian se veri­fica, cobra renovado sentido la esperanza. ¿Habrá habido justicia antes del Big Bang?

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