Corría el año 1939 cuando a Ramón Sixto Ríos se le cruzó el amor que lo marcaría de por vida. A los 27 años ya tenía fama de eximio guitarrista y andaba de gira por el interior de Argentina, cuando llegó a Humbolt, una pequeña loca­lidad de Santa Fe, para actuar con un grupo de teatro en el Club Sarmiento.

Como siempre, Ramón salió al escenario y recorrió el público con una mirada rápida antes de empezar el show. Y de pronto, entre la gente apiñada, estaba ella: un ángel con la melena rubia y los ojos claros en medio de la aglomeración. Inmedia­tamente supo que no podría sacarle los ojos de encima y sin dejar de mirarla comenzó a cantar. Ella, por su parte, se dio cuenta que él la obser­vaba y le sonrió. Esa noche, Ramón cantó para ella y ni bien terminó su número, se apresuró en bajar del escena­rio a buscarla, pero ella había desaparecido.

Por eso, al día siguiente, cuando volvió a verla en una fiesta, no dudó en sacarla a bailar en el minuto en que la vio. Sin mucho preámbulo, le estrechó la mano y acercó su cuerpo al de ella y en ese tango compartido se ena­moraron los dos. Recién ahí, Ramón supo que ella se lla­maba Mercedes, que era hija de inmigrantes alemanes y que se encargaba de un tambo con su madre y su hermana desde que su papá murió.

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El amor se instaló rápido en esos cortos días, hasta que el músico tuvo que continuar su gira y llegó el momento de decir adiós.

- Voy a volver –prometió él. Y mientras tanto te voy a escri­bir.

Y así sellaron el pacto, y a Mercedes empezaron a lle­garle cartas desde los dis­tintos puntos del país. Hasta que Ramón un buen día vol­vió como había prometido, ya con los anillos para con­cretar la unión, pero a ella le asustó la idea del compro­miso y no lo aceptó.

Derrotado, pero sin perder las esperanzas, Ramón le siguió escribiendo y Merce­des respondiendo, hasta que un buen día ella dejó de con­testar. Confundido y embria­gado de nostalgia, él no supo cómo olvidarla y desde el fondo del alma le brotó la más bella canción de amor. “Que dulce encanto tienen, tus recuerdos Mercedita… Aromada florecita, amor mío de una vez…”. La música sen­tida inmediatamente pegó en las radios y pronto se convir­tió en un hit nacional. “Y así nació nuestro querer con ilu­sión con mucha fe…”, y Ramón entonces sintió que había sal­dado las cuentas con el olvido “porque la flor se marchitó y muriendo fue” y se casó con otra mujer, de quien desafor­tunadamente enviudó dos años después.

El tiempo siguió su curso y pasaron cuarenta años, hasta que un buen día en los años ochenta, una revista de Bue­nos Aires publicó un repor­taje con una entrevista a Mercedes Strickler, donde contaba lo de la música que en su juventud le había dedi­cado el gran guitarrista y compositor. Todavía con­servaba su belleza a pesar de la forzosa vida del tambo, y cuando Ramón la vio en la revista, sintió un vuelco en el corazón. Sabía exacta­mente el cajón del escritorio donde conservaba la direc­ción de Mercedita, que había guardado todos esos años, y tomando un papel y una lapi­cera le escribió.

Concretaron el encuentro al poco tiempo, y aunque hubiera pasado una vida, él no dudó en volver a pedirle matrimonio cuando la vio. Pero Mercedes nunca tuvo la voluntad de casarse –con él o con nadie– y de nuevo lo rechazó. Aunque esta vuelta ya no hubo dolores, ni silen­cios ni separaciones, sino una estrecha amistad que siguió por medio de cartas y llama­das hasta que el músico falle­ció un 25 de diciembre del año 95, con 82 años de vida y 55 de devoción.

Porque”a pesar del tiempo transcurrido es Mercedita la leyenda que hoy palpita en mi nostálgica canción”.

* Como último acto de amor, Ramón Sixto Ríos donó a su musa los derechos de la música, que hoy en día es considerada – junto con “Samba de mi espe­ranza”– el tema más popular de la música folclórica argentina.

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