- Por Ricardo Rivas
- Periodista Twitter: @RtrivasRivas
El silencio nos envolvió a todas y todos los que escuchábamos. Había lágrimas. O, tal vez, un poco más. Creí percibir que el querido colega y amigo Pepe Costa se quebró. En la pantalla del ordenador vi que, con premura, buscó un matecito para –supongo- desatar ese nudo en las gargantas que, como a él, nos enmudecieron. “Hola Pepe que tal, muy buenos días. Aunque esta es una manera de decir. ¿Verdad? Porque para mí éste [llora] es el día más triste de mi vida porque hoy, hace un año, que le perdí a Leo [Veras]. Que lo callaron por su trabajo. Para mí, es muy difícil seguir adelante sin él”. Fueron las primeras palabras que compartió con nosotros Cintia González, la viuda de Leo.
ES LA VIDA ¿VERDAD?
La conexión para que se agregara a la sala de zoom falló una y otra vez. Un bajón. La escuchábamos a través de un mensaje de audio en WhatsApp. “No está siendo fácil. ¿Pero… es la vida, verdad?, añadió con voz entrecortada pero firme. Sabía con precisión el peso específico de cada palabra que expresaba. Recordó que “Leo, hizo su trabajo y, por eso, lo mataron” y confesó que para ella, “es una pena, que se pasaron un año [investigando] y, hasta hoy, no tengo respuestas. Así que, como ya dije en varias oportunidades, son tantas las preguntas que me hago a diario pero… ninguna, [no tengo] ninguna respuesta. [Estoy] Sin, ninguna respuesta”.
“HISTORIA CONOCIDA”
A Leo Veras, los sicarios lo mataron con once balas de 9 mm que perforaron su cuerpo y lo remataron con otro disparo que destrozó su cabeza cuando procuraba escapar del ataque. Estaba derrumbado en el suelo de la vivienda familiar. Historia conocida. Solo da cuenta de la crueldad paga que estos criminales venden a los autores intelectuales de este tipo de delitos que siempre están protegidos por algunas de las sombras que proyectan sobre ellos los que detentan y abusan de poderes para camuflar negocios ilegales y transnacionales. Ante nuestro silencio profundo Cintia añade: “Nadie se imagina el dolor que yo paso día a día [estalla en llanto, casi como que se ahoga, pero se esfuerza y sigue] por haberle perdido a él, porque él era mi todo”. Cuando los asesinos irrumpieron en la casa de Leo y Cintia la familia cenaba.
“Él fue una excelente persona para quienes le conocieron. Tuvo muchos amigos de verdad. Hizo bien su trabajo y, por el hecho de hacer bien el trabajo que él hacía, lo callaron. [Contiene el llanto] Interrumpieron nuestra mesa familiar. En mi familia, que nunca más va a superar todo eso [solloza], ese día lo pasamos solos ante Dios. [Pero advierte que, sin embargo] estamos muy de pie”. Escuchamos como respiró para recomponerse y seguir. No eran necesarias las preguntas. Los que la oíamos, Emmanuel Colombié, de Reporteros Sin Fronteras (RSF); Santiago Ortiz, del Sindicato de Periodistas del Paraguay); Angelina Nunes, del Programa Tim Lopes y de la Asociación Brasileña de Periodismo de Investigación (ABRAJI, por su sigla en portugués); Guilherme Canela, jefe de Libertad de Expresión y Seguridad de Periodistas de UNESCO, con despacho en París, supimos que éramos testigos de un momento sagrado. Hablaba, desde el alma, una mujer desgarrada. Profundamente herida. La reunión preveía que debatiríamos, en el contexto de la constituida Mesa para la Seguridad de Periodistas y bajo el lema “No se mata la verdad matando periodistas”, qué hacer y cómo hacerlo, para enfrentar el flagelo de las violencias que, solo en el Paraguay, arrebató la vida de 19 comunicadores profesionales. Destruyeron 19 familias. No sé por qué recordé al Nano Serrat. Supongo que mi corazón estrujado procuraba una descompresión.
“Nada tienes que temer/Al mal tiempo buena cara/La Constitución te ampara/ La justicia te defiende/La policía te guarda/El sindicato te apoya/El sistema te respalda/Y los pajaritos cantan/Y las nubes se levantan…” No sirvió de mucho. “Lo que les quiero pedir, realmente –clamó Cintia- es que, a través de ustedes, se pueda hacer justicia porque yo, sola, no puedo. Estoy más perdida que no sé qué, porque no tengo el apoyo de nadie. Está siendo muy difícil”. Más silencio. Como explicarle que, en los últimos años, “cada cuatro días, en algún lugar del mundo, asesinan a una o a un periodista. Con agradecimiento reveló, “de corazón”, que “a través de tu apoyo [Pepe] pude, por lo menos, saber algo de lo que está pasando, de lo que hay del caso, de lo que están haciendo con la investigación. Sola no consigo saber nada [porque] nadie, nunca, se me acercó a decirme en qué situación se encuentra el caso.
Necesito el apoyo de ustedes para que se resuelva el caso de Leo. Para que se haga justicia. Yo sé que [llora con desconsuelo] si fuera uno de los compañeros de él [el asesinado] él no dejaría de balde [esa muerte]. Él iba a investigar, iba a sacar…” Algunas y algunos mirábamos hacia abajo. Creí ver alguna compañera que tomaba notas. Cintia hacía catarsis. Se desahogaba. Nos arrojaba con sus sentimientos. Hasta descubrí que, en voz baja, también se puede gritar. “A Leo, prácticamente, mucha gente ya se lo olvidó. Porque [dice comprensiva] acá, en la frontera, no es fácil que uno [el periodista) haga el trabajo. Es difícil. Me pongo en el lugar de cualquier otra persona que tema por su vida porque [por lo que pasó y pasa aquí]… no puede hablar, verdad?” Nos recordó que estudia medicina. Que, “en agosto” terminará sus estudios. Con dignidad pidió trabajo, “para que me pueda mantenerme y mantener a mis hijos” y, con un suspiro profundo, se despidió agradecida.
“SÓLO CON JUSTICIA...”
Costó volver al zoom que tuvo un antes y un después de Cintia. La música volvió para ayudarme. Imaginé la increíble voz de Jairo, artista popular, cordobés argentino, a quien más de una vez París homenajeó en tiempos de exilios: “Solo con justicia, solo con justicia/Nos haremos dueños de la paz/Quiero que mi país sea feliz/Con amor y libertad”. Te quiero, Cintia. A vos y a tus hijos. Y, en vos y en tus hijos, a todos los hijos, las hijas, las viudas y los viudos que cayeron asesinados y dejaron sin voz a nuestros pueblos y a la democracia, que tanto nos cuesta construir. Asumámoslo, “la libertad de expresión está bajo fuego”, como denunció Canela. Las y los periodistas también. En ese contexto, sentenció: “Ante el homicidio de un o una periodista tenemos un doble asesinato. El de la persona y el de la libertad de expresión”. ¡Basta!