Jorge Daniel Torres, el único sospechoso del asesinato, estaba acorralado, aunque él no lo sabía. El comisario Sosa sentía que cada vez estaba más cerca de cerrar el caso y presentía que hurgando en la casa de su objetivo encontraría la clave para esclarecer el crimen. Aunque aún faltaba explicar por qué lo mató.

  • Por Óscar Lovera Vera
  • Periodista

–Fiscal Fernández, ne c e s it amos entrar a la casa. Tenemos la dirección y es en Trinidad. Creemos que puede aún estar ahí, si esperamos más existe la posibilidad que escape –Sosa exigió la orden para entrar a la casa, un día más era dar oportunidad para que su sospechoso huyera a cualquier punto, incluyendo salir del país, ahí sería aún más complejo.

–Comprendo comisario, déjeme tratar con el juez y vemos de obtenerla lo más pronto posible. Lo mejor sería vigilarla, si está ahí entonces no podrá ir a otro sitio –respon­dió Fernández y fue a dialogar con su par, la fiscala Martínez. El tiempo les ganaba el paso, la noche se había entregado y por la madrugada las relacio­nes diplomáticas tenían un precio superior, la molestia.

LUNES, 27 DE ENERO. 9:00 AM

La orden no estuvo en el momento que querían. Se sen­tían frustrados, los jueces no emitían órdenes exprés y eso les generó una avalancha de críticas en los medios. Todos tenían sus tapas centradas en el crimen, los titulares de los noticieros rotaban cons­tantemente golpeando con la frase “sin resultados en la bús­queda del autor del crimen”. Los investigadores sabían que ese tipo de presión les volaría en mil pedazos; de recibir una llamada del superior debían dar respuestas inmediatas, todo con el objetivo de frenar los embates noticiosos.

Solo en la mañana del lunes recibieron el documento, al fin tenían la venia judicial para entrar a la casa y registrarla. Fueron sin muchas esperan­zas, pero con el procedimiento de siempre. Asumir que aún podía estar dentro de ella y reaccionar con violencia.

Llamaron a la puerta, una y otra vez. ¡Policía de Homici­dios! Se escuchaba retum­bando en la vivienda. La puerta se abrió lentamente descu­briendo detrás de ella el juve­nil rostro del hombre a quien buscaban, era Jorge.

–¿Usted es Jorge Daniel Torres? –interpeló el fiscal mientras abrió una carpeta de color azul oscuro, con la mano derecha extrajo un documento y se lo entregó.

–Es una orden para allanar su casa, bajo la sospecha de estar vinculado al crimen del señor Jorge Martínez Ayala. Nos puede dejar pasar o podremos hacerlo a la fuerza haciendo uso del documento judicial, señor Torres.

Jorge lo miró al fiscal, y por un momento pareció perdido, no estar frente a ellos. Pudo ima­ginar escapar o negarse a que ingresen, probando la rudeza de la Policía. Sin embargo, se hizo a un lado sin decir mucho, solo respondió con oraciones cor­tas a las preguntas del fiscal y el jefe Sosa. Jorge solo atinó a decir que podría demostrar que no estuvo en la casa de su maes­tro aquel sábado por la tarde.

Pero su coartada pronto cae­ría por el propio peso de los cabos que dejó sueltos. Sosa lo miraba fijamente mientras Jorge ocultaba la cara interna de su mano para no mostrar las heridas que le fueron sanadas un par de días antes. Un grito desde la habitación del sospe­choso sumaría aún más elo­cuencia a su constreñida duda.

–Comisario, venga, mire. Es la computadora que mencionó la mujer, la notebook, misma marca y color. La contraseña que entregó María permi­tió ingresar al computador, y con anuencia del fiscal, com­probaron que los archivos almacenados en el escritorio de la máquina pertenecían al músico, cada uno de ellos.

LA CERTEZA

Con sonido del zumbido uní­sono de un enjambre, los reporteros rodearon la oficina de Investigaciones de la Poli­cía. En ese sitio estaba espo­sado y oculto en una celda, para no ser asediado con pre­guntas que pudieran compro­meter toda la investigación. Tuvieron mucha suerte en encontrarlo, no dejarían que una declaración interrumpa lo que hasta parecía ser un caso policial cerrado.

–Fiscal Teresa Martínez ¿Qué encontraron en la casa de este joven y por qué lo detuvieron? –mencionó una voz detrás del micrófono que sostenía.

–Las evidencias recolectadas en la casa de este muchacho, la computadora, prendas de vestir y fotos, una cantidad de cosas que hemos recolectado para su estudio… –contestó la fiscala sin entrar en detalles que pudieran comprometer su juicio en la investigación.

Sin embargo, Sosa vio la oportunidad y encaró con más deta­lles la pregunta, lo que pudo ver en esos días era una trama de asesinato con algunas teorías, pero apuntando a lo mismo: una venganza, no un robo.

–Investigativamente en un caso como este siempre mane­jamos presunciones, porqué no hipótesis. Primeramente, lo que se presumió es que el señor “Lobito” Martínez al tener una pareja, nueva, joven y él 50 años, pudo tener celos de su mujer y su alumno, una relación. También Jorge tenía una esposa joven y pudo, por­qué no, “Lobito” tener algo que ver con esa mujer, por eso pudo cometer ese delito. Por otro lado, uno nunca puede dejar de lado todas las hipóte­sis, y esa podría ser un crimen pasional. Una relación entre los dos que terminó mal.

Nosotros recibimos informa­ción sobre el tipo de sangre encontrado en la casa y el auto­móvil, pertenecen a la víctima y nuestro sospechoso, no hay nadie más que ellos dos. Otra certeza que tenemos, luego de la pericia hecha a la máquina, es que “Lobito” estaba sentado, utilizando su computadora. El ataque fue por la espalda, el pri­mer golpe de ellos, dejándolo mal herido sobre el teclado, ahí encontramos sangre y ello completa la teoría. Al caer al suelo se produjo la pelea entre ambos, por mucho tiempo y mucha violencia. “Lobito” intentó eludirlo, pero muy débil no pudo lograr escapar.

Por último, señores, el arma que se utilizó para asesi­nar cruelmente a este hom­bre fue un machete que uti­lizaba el músico para limpiar el jardín. Lo encontramos en la casa, con rastros de sangre de ambos y huellas dactilares de Jorge Daniel Torres –cerró su relato con elocuencia a los medios. Para Sosa era un caso policial concluido.

¿UN SOCIÓPATA?

Jorge negó cada detalle que el jefe Sosa y los fiscales señala­ban en las conferencias que daban a los medios o los deta­lles del crimen que los perio­distas filtraban en sus páginas. En su primera declaración ante la Policía relató con mucha tranquilidad y segu­ridad envidiable un asalto del que fue víctima, uno feroz que le dejó muy malherido al punto de requerir ayuda médica para curar las heridas en sus manos. Lo que no pudo demos­trar es aquel acto, nada estaba registrado en las cámaras que sí lo filmaron cuando subió al taxi que lo llevó a su casa.

Sus padres no asumieron la posibilidad de que aquel muchacho educado, con muchas aspiraciones en las carreras de informática y la música, fuera capaz de incu­rrir en semejante arrebato.

Él, por su parte, nunca asu­mió la responsabilidad, jamás se arrepintió y hasta el último momento de su declaración ante los jueces negó que haya sido el asesino de su maestro.

“LA TEORÍA DE JOHN LENNON”

El 4 de enero del 2006, la con­dena para Jorge Daniel Torres recibiría su confirmación. La Corte Suprema de Justicia esta vez se expediría sobre el asunto, debido a las tantas veces que el abogado del acu­sado presentó recursos ape­lando el fallo del tribunal a mediados del 2003.

Después de esa resolución, uno de los abogados querellantes, Adolfo Jorge Kronawetter, expuso una singular teoría para explicar una hipótesis poco conocida y, tal vez, recha­zada por los puritanos y curti­dos agentes policiales. La llamó la teoría de John Lennon, para­fraseando a siquiatras sobre la posibilidad en que una per­sona al admirar mucho a otra, no puede llegar a ser lo que es esa otra, despertando su frus­tración que desemboca en la exploración de su perfil ase­sino. Para ese abogado Jorge estaba siguiendo los pasos de su maestro, “Lobito” Martí­nez, pero ese sábado discu­tieron como consecuencia de una desavenencia que tuvieron cuando el joven informático trajo un programa para hacer arreglos musicales, lo que no fue del agrado de su mentor y desató la ira tal y como, supues­tamente, Mark Chapman se sintió al no poder aspirar a ser como su ídolo Lennon el 8 de diciembre de 1980 cuando des­cargó cinco disparos sobre el cuerpo del ex Beatles.

Jorge, hasta el 2018, residía en la casa de sus padres, en la ciudad de Luque. Obtuvo la libertad condicional tras compurgar 13 años de prisión. Sus padres lo siguen negando como un asesino, quizás él aún lo haga…

FIN

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