Por Óscar Lovera Vera, periodista
“Lobo” Martínez fue asesinado a finales de enero del 2003. Como principal sospechoso estaba su asistente, un joven de 25 años a quien vio salir presuroso la mujer de la víctima. La Policía necesitaría de muchas evidencias para lograr sostener su teoría, la primera que apuntaría a una venganza.
Las cargadas nubes sucumbían al irreverente paso de la noche, ella se apoderaba de cada rincón de aquel derruido callejón del popular barrio. Aunque el contraste lo ponían las luces de los automóviles aparcados en el sitio, los reportes, vecinos, la Policía y forenses con sus luces, cada uno ponía el contraste de luz para que aquello agregue morbosa teatralidad a la muerte del músico.
El cuerpo de “Lobito” estaba cubierto, rodeado por la Policía forense y el médico que debía dar su primer informe de lo que ocurrió. La Policía local rodeó la casa para evitar que vulneren el sitio, debían precautelar lo más que pudieran hasta tomar todas las muestras posibles.
Los noticiarios atormentaban con la noticia, todo se centraba en los reportajes frente a la vivienda y conmocionaban los títulos al pie de la pantalla “Atroz crimen de ‘Lobo’ Martínez”; la música de suspenso seguía los pasos del relato del cronista que a su vez asechaba con el micrófono a todos los que le tenían cara de familia o amigo, ¿cómo los distinguían? Es una raza especial.
Toda esa presión provocó que sumen a más investigadores – entre ellos– el comisario Néstor Sosa, un veterano en el Departamento de Homicidios. Su primera pregunta fue si faltaba algo en la casa. María respondió el auto y la computadora, ambos de la víctima. El único sospechoso era el técnico informático y estudiante de “Lobo” Martínez.
–Señores, busquen ese auto, dicten orden de captura por la frecuencia y que cierren Central hasta que aparezca, ¿se entendió? –ordenó Sosa a sus ayudantes. Creyó que el automóvil no iría lejos, al menos si el autor de semejante crimen fuese sagaz.
Sosa dejó de lado su primera acción, estimó que ello generaría elefecto que quería: acorralar alsospechosoyaque–almenos– lo tenía identificado. Quedaba hallar la causa de la muerte y comprender el contexto.
Doctor, ¿qué tenemos? –se dirigió el policía al médico, mientras el forense terminaba de arrojar sus guantes de látex a un improvisado basurero patológico en su maleta de instrumentos.
–Comisario, la cuestión es compleja. Este hombre está irreconocible, aunque su pareja asegura que es él por su fisionomía y otras cuestiones muy particulares, y hasta obvias.
Pero, sin duda el asesino ocasionó un daño múltiple en el rostro, aunque hay uno puntual en el parietal, en el cráneo. Es una herida bastante profunda y la asestaron en varias ocasiones, el arma que utilizó es uno pesado de larga hoja, podría ser un machete o un cuchillo de carnicería. Pude determinar un primer golpe en la espalda, de ahí se puede deducir si la acción a traición era para generar sorpresa. Las heridas cortopunzantes están en las piernas, brazos y en el pecho, probablemente fueron provocadas porque intentó defenderse también con ferocidad, las marcas delatan ello. Lo importante aquí son las heridas defensivas en las manos. Eso puede darle la pista que busca, el asesino debería estar herido con varios cortes, en el rostro y brazos. La causa de su muerte es politraumatismo de cráneo y shock hipovolémico.
–Comprendo doctor, gracias. Oficial, busquen en la casa si falta un arma con estas características, hoja larga y pesada. Tal vez un machete o cuchillo de carnicero, pudiera ser de aquí o el asesino llegó armado. Aunque dudo, porque la casa no fue violentada en las puertas o ventanas; definitivamente la víctima lo conocía muy bien.
MÁS SANGRE
–¡Comisario! ¡Encontramos el auto! –Una voz interrumpió la conversación por lo bajo que mantenía el jefe Sosa con el forense.
–¿Dónde mi hijo? –contestó interpelando el investigador.
–Barrio Jara, señor. En la calle Zanotti Cavazzoni. El sedán blanco, Daewoo, quedó abandonado en esa intersección, con las puertas sin seguro… –detalló el suboficial.
–Pedí a Criminalística que vaya a ese sitio y tomen muestras. Hablen con los guardias del sanatorio que está en ese lugar y con los taxistas, pidan filmaciones, todo lo que sirva para saber quién se bajó del coche y con quién fue –replicó Sosa–, al tiempo de disculparse por la interrupción y abandonar la casa. Debía trasladarse hasta su nueva pista, pudiera ahí encontrar las respuestas que buscaba.
Todo el escenario mórbido ahora se trasladaría a ese sitio. Fue notable la cantidad de sangre impregnada en los asientos, zócalos, la palanca de transmisión y el volante. Aquella estaba seca, pero a la vista, su color –pese a ser negruzco– resaltaba en el tapizado y lo pegajoso lo hacía más visible.
Para ese entonces, la fiscala Teresa Martínez y Rafael Fernández estaban al tanto de todo lo que ocurrió. Ambos dieron su visto bueno para que traigan el equipo para determinar si aquello eran las manchas que creían, sangre.
–Tenemos el luminol, jefe –dijo uno de los oficiales de Criminalística,
–adelante muchachos, procedan.
El equipo era luz negra, para simplificar su acción. Solo que la reacción la toma con fluidos biológicos, como por ejemplo sangre. Dentro del habitáculo se encendió como noche vieja, todo estaba impregnado de sangre humana; no solo lo que sus ojos alcanzaban a identificar.
Las muestras fueron llevadas al laboratorio para confirmar si era la de “Lobo” Martínez. Sosa comenzó a irritarse por tantos rastros sueltos y con la premisa de quién pudiera estar detrás de todo, pero aún sin poder arrestarlo.
–¿Hay testigos de lo que pasó aquí señores? –interrogó algo impacientado– el hombre, mientras se acomodaba con la mano el mechón de cabello canoso, impertinente, ocupando parte de su rostro.
–Los taxistas de la esquina hablan de un cliente al que llevaron, uno que bajó de este coche, aunque no identifican si fue el conductor o acompañante. Seguimos el sendero de sangre hasta el interior del sanatorio y después de la alerta que le pasamos a los muchachos de la prensa, un médico se acercó a comentarnos que hizo curaciones en el área de Urgencias, fue a un joven de edad promedio.
–¿Descripción? –volvió a inquirir Sosa, con su sabida forma de interpelar a sus subalternos. Ácido y áspero. Demandante y vehemente
–Ese es el punto, jefe. Ambos relatos coinciden bastante con la descripción que dio la pareja de la víctima. Podría tratarse de su alumno. Misma estatura, complexión y las heridas en las manos.
Y ¿a dónde lo llevaron? ¡Vamos muchachos, terminen de hablar! El taxista reportó que lo dejó en una vivienda en el barrio Trinidad, señor. Aquí a unos pocos kilómetros. Lo incierto es que resultó hace bastante tiempo. Ahora tengo las 3:00 comisario, el reporte del conductor habla mucho antes de la medianoche. Con suerte aún lo encontraremos.
Continuará…