Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas
La primera vez que llegué a Capri –esa maravillosa isla sureña italiana rodeada de las increíbles aguas turquesa y trasparentes del Tirreno que solo tornan en un azul soñado cuando se navega el interior de la Gruta Azuel– no supe con claridad en qué pensar. Con un ristretto, sentado en torno de la Piazza Umberto I, revisé lo enormemente mucho que desconocía de ese destino tan particular por donde pasó la historia. Me largué a caminar lentamente y sin rumbo. Dejé atrás aquel magnificente monasterio devenido en museo construido allá por 1371 por el conde Giacomo Arcucci, al que se conoce como la Cartuja de San Giacomo, aunque mi deseo era arribar, en el menor tiempo posible, a Villa Jovis –que el romano emperador Tiberio ordenó levantar para honrar a Júpiter– porque allí vivió, en su juventud, quien lo sucediera en el imperio, Calígula [Cayo Julio César Germánico], al que algunos –con absurdos e inaplicables argumentos actuales– señalan como el primero de los populistas de la historia. Allí, el joven, convencido de que “El Hombre Consagrado del dios Tiber” [Tiberio], asesinó a su padre, mascó su odio hasta que puso fin a la vida de su protector.
“UNA VÍVORA ENTRE LOS PECHOS DE ROMA”
Alguna noche invernal en Mar del Plata, el querido Chiche Véspoli, enorme contador de historias, cinéfilo, cuyos padres arribaron a esta ciudad poco más de un siglo atrás desde Sorrento –a unos 30 minutos de viaje hasta Capri– contó en una sobremesa memorable en su “Trattoría Napolitana”, un clásico de la gastronomía marplatense imperdible, que “Calígula parece que pagó a los pretorianos que custodiaban a Tiberio y lo asesinó”. En su lengua natal coronó su atrapante relato: “L’assassinato sapeva che lo avrebbe tradito”. Levantó su copa. Brindamos por la vida y se retiró. No le agradaba trasnochar. Algunos historiadores e historiadoras aseguran que –”El emperador triste”, como también algunos lo mencionan– en el mismísimo instante en que designó a Calígula el futuro “primer ciudadano ejemplar de Roma”, comentó entre sus allegados: “Estoy criando a una víbora entre los pechos de Roma”. No se equivocó. Chiche fue protagonista de un relato verosímil. El tercer emperador resultó un cruel tirano. Sin límites. El historiador Dion Casio contó que no eran pocas las oportunidades en que Incitato –así se llamaba su caballo– comía en la misma mesa que Calígula. Otro relator de aquellos tiempos, Suetonio, consignó que el emperador anunció su deseo de nombrar cónsul y sacerdote a su amadísimo equino. No tuvo tiempo para hacerlo. En el propio Senado de Roma, la Eterna, se organizó su muerte. Sus pretorianos lo mataron disciplinadamente. El Imperio comenzaba a caer. La caída era directamente proporcional al incumplimiento de la Ley y el Derecho Romano que se estudia hasta nuestros días. Solo fue cuestión de tiempo, pensé con los ojos entrecerrados. El sol estremecía. Descansé. Sentado en una suerte de escalón natural que conduce hasta los imponentes “Faraglioni”, Luciano Pavarotti ocupaba imaginariamente mis oídos. “Vide ‘o mare quant’è bello/ Spira tantu sentimento/ Comme tu a chi tiene a mente/Ca scetato ‘o faie sunnà/Guarda qua, chistu ciardino/Siente, sì sti sciure arance/Nu profumo accussì fino/Dinto ‘o core se ne va...” Tal vez, haya dormido una breve siesta al paso.
---- CAPRI Y EL PODER
La espalda contra la roca con los ojos fijos en un cielo tan diáfano como increíble, me llevó a preguntarme por qué ese paraíso atrae tanto a quienes aspiran al poder o lo detentan. Tiberio lo hizo. Cientos lo imitaron. Están en pie de igualdad con aquellas y aquellos que procuran ver a todas y todos, y ser vistos. A través de los tiempos, la historia parece repetirse. Varios aspirantes a emperadores de imperios que ya no son, elijen Capri. El historiador norteamericano Thurston Clarke –biógrafo del presidente John Fitzgerald Kennedy– contó alguna vez al medio español El Mundo, que “Patrick Bouvier Kennedy (hijo de Jack y Jackie) apenas sobrevivió 39 horas después del parto. Pero su muerte golpeó de un modo especial al presidente, que lo acompañó durante la agonía y lloró luego la pérdida a solas en la sala de calderas del hospital. Quienes estuvieron presentes en el funeral recuerdan el desconsuelo del mandatario y su despedida en el cementerio de Holyhood. Pero también su voluntad de que el luto no interfiriera en la agenda de la Casa Blanca”. El puto poder y la absurda ficción de que emperadores, monarcas, mandatarios y jefes de Estado no deben llorar en público. Agrega Clarke: “No era la primera vez que el presidente perdía un hijo. Siete años antes había nacido muerta su primogénita Arabella en un suceso muy similar. Pero entonces Kennedy no estaba al lado de su esposa sino rodeado de mujeres en la isla de Capri y solo volvió a casa después de que un amigo le dijera: ‘Saca tu culo de ahí y vuelve junto a Jackie si quieres ser presidente’”.
No pueden llorar, pero sí pueden mentir para parecer buenas personas. Paradójico. El 22 de noviembre del ’63, en Dallas, Texas, fue el tercero de los mandatarios estadounidenses asesinado. Casi como los emperadores romanos. La vieja mecedora apenas se movía. El copón, cerca de la medianoche de este viernes casi sábado, me regala un Bruno Giacosa Barolo Riserva Le Rocche del Falletto Double Magnum 2012. Hecho y criado en el Piamonte, poco más de 900 km al norte de Sorrento es, sin embargo y con prudencia, un excelso inductor a la reflexión humana y humidificador de la memoria. Regresó Pavarotti: “E tu dici: ‘Io parto, addio!’/T’alluntane da stu core/Da sta terra de l’ammore/Tiene ‘o core ‘e nun turnà/Ma nun me lassà/Non darme sto tormiento/Torna a Surriento/Famme campà...”. Me vi navegando en el Tirreno que, vale recordarlo, junto con el Jónico, el Egeo y el Adriático son parte del Mediterráneo. Se podría afirmar que una buena parte de la historia y de los imperios fueron bañados por sus aguas. Los emperadores los cruzaron una y mil veces para hacer incansablemente la guerra y pocas veces el amor. Y allí está la vieja Atenas que encierra en su Monte Olimpo el Templo de Zeus.
UNA HORRIBLE PESADILLA
Atrapado lector –no un estudioso– de historias mitológicas, varios de aquellos dioses a los que una y otra vez signifiqué como crueles y perversos, aparecieron delante de mí. Conspiraban. Tántalo, presidía un banquete entre hambrientos que miraban. Se negó a revelar el menú. A su derecha se sentaba un personaje que con mirada amenazante y un extraño peinado que dejaba caer un mechón rubio sobre su frente, exigió saber si acaso el plato principal era el que ordenó. Pese al secreto –cual misterio de Estado– verificó que sí lo era. El anfitrión cocinó a su hijo y lo ofreció como manjar. En el acto, Tántalo fue enviado por Zeus a un lugar en donde padecería para siempre de hambre y sed, pero no podría alcanzar ni tocar agua o comida. El niño fue resucitado y permaneció en el Olimpo para siempre. Inmediatamente después, fue Anteo el que se corporizó. Hijo de Poseidón y Gaia, inmortal mientras alguna parte de su cuerpo siempre tocara la tierra, como un truhán asaltante de caminos, asesinaba desprevenidos caminantes y coleccionaba sus calaveras. A un costado de un camino secundario y polvoriento, nuevamente se veía, vivamente entusiasmado, al rubio con mirada amenazante que aplaudía y festejaba cada asesinato. Hasta que llegó Hércules que venció al criminal. Me sentía molesto. Inquieto pero, como atrapado por Oneirosis –al parecer hijo de los gemelos Hipnos– la pesadilla resultaba brutal. Despiadada. Frente de mí se paró la salvaje Hecate. “¿Qué quieres?”, pregunté. “Simplemente, que veas lo que verás y no lo olvides”, respondió. Me dio la espalda. Del brazo con el desagradable rubio de mirada amenazante, se lanzó a perseguir –como lo cuenta la mitología– a niños, niñas y mujeres en situación de tránsito, migrantes, desplazados, con el apoyo de una manada de perros aullantes. El rubio, nuevamente, aplaudía. Vitoreaba. “¡Sin piedad con ellos!”, gritaba a voz en cuello. Comencé a volver en mí. Desde una nebulosa, una voz que imaginé como la que podría ser la voz de los tiempos, repetía como una letanía: “No hay lugar en el Olimpo para perversos, malignos ni miserables”. Creo haber despertado. Recordé de una charla reciente con mi colega –periodista y profesor universitario– Marcelo Cantelmi, una afirmación que, horas más tarde escribió en Clarín: “El antecedente extremista que deja Donald Trump, con el significativo caos de la toma del Capitolio y el rechazo del ex mandatario y decenas de legisladores republicanos a reconocer la valía de las elecciones, es un daño interno que repercute de modo aun peor en las relaciones internacionales de EEUU. Estamos pasando de un presente de disrupción a otro de destrucción”, advierte [el diplomático republicano Richard] Haas que retoma la idea de otros observadores sobre la irrupción de un “pos americanismo”, fenómeno que crece no tanto por el desarrollo visible de otras potencias sino también debido a los daños que EEUU se hace a sí mismo. Ese proceso se mide en la merma de la influencia global norteamericana [¿Es bueno o es malo, me pregunto para la Aldea Global]. Y si hay algo que no es claro es si el nuevo presidente podrá revertir esa tendencia o de esto se tratará en adelante la historia.
TENDENCIAS INQUIETANTES
Profundo analista transnacional que siguen con atención las cancillerías de los países centrales, comprometido con el periodismo preventivo, revela que “la World Values Survey, la Encuesta Mundial de Valores que desde hace cuatro décadas explora los valores y opiniones de la gente a nivel mundial, registró que en 1995 un 25 por ciento de los estadounidenses sostenían como una buena idea la de tener un líder fuerte que no deba preocuparse por el Parlamento y las elecciones”. Como en China o en Venezuela. Esa proporción, de por si alarmante, ha ido aumentado de manera constante. Para el 2017, eran ya 38 por ciento los estadounidenses abrazando estas creencias autocráticas. Espanta. Preocupa. Desalienta. Where’s America going? Where she drags the world? Washington, es una ciudad muy especial. Particular. Ningún edificio, en ella, puede ser más alto que la cúpula del Capitolio. Desde lo simbólico, nada debe superar su poder que, desde siempre, se vincula con la cima más alta. Nadie, por encima de Capitol Hill. El miércoles que viene, Joe Biden será el 46° presidente de los Estados Unidos. Deberá gestionar un legado enormemente tóxico. El 44° jefe de Estado en ese país, Barak Hussein Obama, en la página 446 de “Una tierra prometida”, sus memorias, con brutal claridad y con todas las letras confiesa: “Cada vez que uno abre un cajón de la Casa Blanca, se encuentra un sándwich de mierda”. Esa afirmación, no es mitológica. Interrogante: ¿Podrá Biden invocar a Zeus, castigar para siempre al cagador y volver a poner en valor al Olimpo como, seguramente, lo soñaron los que allá llaman “Los padres fundadores”?.