Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas

Richard Nixon, 37° presidente de los Estados Unidos entre 1969 y 1974, renunció para evitar su destitución por ordenar espiar, en el edificio Watergate, al Partido Demócrata. Escandaloso delito que revelaron los colegas periodistas Carl Berstein y Bob Woodwar, en el Washington Post. “I am not a crook” (No soy un delincuente), dijo enfáticamente Nixon, en rueda de prensa, el 17 de noviembre de 1973 cuando le preguntaron por aquellos actos de espionaje. No sirvieron de nada aquellas palabras. El 9 de octubre del ’74, con una tan enorme como ensayada sonrisa de político profesional, blindado cuerpo y espíritu en un sencillo ambo azul con corbata al tono, levantó sus dos brazos, los extendió enérgicamente con los dedos en V de sus dos manos y subió al “Marine One” en el que voló, por última vez como Jefe de Estado, desde los jardines de la Casa Blanca. Una formación de militares disimuló que se fue en soledad. Protocolo. Ningún civil lo despidió. La noche anterior, cenó en la cocina de la sede gubernamental solo con el personal de servicio. La dimisión evitó no solo que lo destituyeran sino que fuera condenado y encarcelado. El 8 de setiembre de 1974, fue indultado por quien lo sucedió y fuera su vicepresidente, Gerald Ford. Veinte años más tarde, el 22 de abril del ’94, falleció. Fue inhumado en Arlington, junto con los héroes estadounidenses. Llamativo.

LA ENTREVISTA DE FROST

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En marzo de 1977, el periodista británico David Frost concluyó con Nixon una serie de entrevistas que, a la postre y especialmente por lo que comentaré, resultaron históricas. Tres años habían pasado desde el momento en que aquel helicóptero naval lo extrajo de la Casa Blanca. “Cuando estás en la presidencia –explicó Nixon al entrevistador ante una consulta puntual– a veces tienes que hacer cosas que no siempre son estrictamente legales, pero las haces porque son por el interés supremo de la nación”. Frost, claramente sorprendido, repreguntó: “Espere, si estoy entendiendo correctamente, ¿está usted diciendo que en determinadas situaciones el presidente puede decidir que algo es conveniente para el país y hacer algo ilegal?”. RN, fue claro y concreto: “Lo que digo es que cuando el presidente lo hace, eso significa que no es ilegal […] Eso es lo que yo creo. Pero me doy cuenta de que nadie más comparte mi opinión”. Contundente respuesta – enorme confesión– de un actor público que dedicó su vida al ejercicio profesional de la política desde el Partido Republicano o The Grand Old Party (GOP - Gran Partido Viejo). Sin embargo, aquella absurda mentira, de ninguna manera aparece como una excepcionalidad si se repasa la historia reciente de los Estados Unidos. Al menos cuatro mandatarios –John Kennedy (1961-1963); Lyndon Johnson (1963-1969); el mencionado Nixon; y, Gerald Ford (1974- 1977)– mintieron al pueblo americano sobre la Guerra en Vietnam, como lo reveló Daniel Ellsberg, un entonces analista del Departamento de Estado que trabajó para el secretario de la Defensa, Robert McNamara, al diario Washington Post y, más cerca en el tiempo popularizó Steven Spielberg con una buena recreación cinematográfica.

TRUMP Y LA “PURA COINCIDENCIA”

Ningún sistema democrático se destruye por las acciones de un solo protagonista. Cuarenta y siete años pasaron hasta nuestros días desde el revelador encuentro Frost- Nixon. En ello pensaba, cerca de la medianoche del pasado viernes, sentado en la vieja mecedora con el copón rebosante con un Château Montelena Napa Valley Cabernet Sauvignon del 2016. Definitivamente, son muy buenos los vinos rojos californianos. Donald Trump nada tiene que ver con el ecosistema de la política. Sí con el de los negocios. No es afecto a la transparencia ni a la verdad, por lo menos, como claro concepto opuesto a la mentira. Tampoco a los organismos multilaterales que su país ha impulsado desde siempre, ni al cumplimiento de normas ni leyes. Ahora lo sabe Estados Unidos y el resto del mundo. Todo permite imaginar que muchos de los más exitosos relatos cinematográficos no son solo producto de la imaginación de enormes creativos. El parecido con la realidad no es “pura coincidencia” sino el acceso a inmejorables fuentes. Son tramas verosímiles a la luz de las noticias cotidianas. Como consecuencia directa a las restricciones que se nos imponen ante la pandemia de SARS-COV-2, una buena parte de la ciudadanía –aquí y en todas partes– procura en las plataformas de streaming acotar las angustias inevitables que provoca el prolongado confinamiento. El consumo de las 21 plataformas de contenidos más relevantes en el mercado crece exponencialmente. Hasta el último trimestre del 2020, un total de 769,8 millones de nuevos suscriptores, respecto del 2019, comenzaron a consumir, especialmente, Netflix y Disney. Los servicios SVoD (subscription video-on-demand) parecen ser, entonces, una de las opciones preferentes de quienes, en la Aldea Global, pueden adquirir ese tipo de propuestas audiovisuales, porque forman parte del 59% de la población global –cerca de 4.540 millones de personas– que dispone de conexión a la Internet y no se encuentran en el 13% –unos 1.000 millones de habitantes– que carecen de suministro de energía eléctrica según, en este último dato, un exhaustivo reporte que produjo la Agencia Internacional de Energía (AIE), junto con otros organismos multilaterales. De allí que las imágenes del pasado 6 de enero en Washington DC se parecen demasiado a un capítulo posible de la caída del imperio americano cuando se observa que un grupo de supremacistas blancos enardecidos por una arenga del presidente Trump atacaron el Capitolio.

¿FICCIÓN O REALIDAD?

En los primeros minutos, no fue sencillo discernir si se trataba de ficción o realidad. Cientos de horas frente a la que alguna vez fue la TV y hoy son dispositivos, indujeron a la duda que, por cierto, no se extendió más que unos minutos. En el allí y entonces, estábamos frente a un acontecimiento real. Exitosas ficciones (¿ficciones?) como “Homeland” (2011, ocho temporadas) o, “Zero Dark Thirty”, en nuestra región conocida como “La noche más oscura” (2013), por ejemplo, que tienen muchos puntos de contacto con misteriosas operaciones especiales que desarrollan en secreto de Estado las fuerzas norteamericanas (Navy Seals) o la CIA (Central de Inteligencia Americana) en el mundo, aunque con dudas y certezas en las audiencias, producen sentido hasta el punto de que un criminal puede ser significado como un valiente que solo cumple con su misión heroica “para proteger al pueblo americano” y “defender su estilo de vida”. The american way of life. Quien quiera ver –o volver a ver– “La noche más oscura”, sabrá que las tropas especiales norteamericanas aplican torturas a prisioneros en centros de detención ilegales. Conocerán además que Osama Bin Laden y algunas personas que lo acompañaban, no murieron en combate en la madrugada del 2 de mayo del 2011, en Abbottabad, Pakistán. Recientemente, el suboficial jefe Eduard Gallaher, durante el transcurso de una Corte Marcial a la que fue sometido y resultó absuelto por asesinar con su cuchillo reglamentario a un niño de 11 años herido, al que se sindicó como perteneciente al Estado Islámico, en el 2017, en Mosul, fue defendido por un grupo de abogados liderados por Timothy Parlatore que hicieron su trabajo por encargo del presidente Donald Trump –el comandante en jefe– que públicamente lo categorizó como “un héroe”. La serie “Fauda” (2015, tres temporadas); “Olympus has fallen” (2013); o, en particular, “House of Cards” (2013, seis temporadas), por sólo mencionar algunos títulos destacados posibles de ver una y otra vez, no se quedan atrás. El arte de lo posible se presenta como que posible, es todo. Algunas décadas atrás, muchas y muchos imitaban a las y los protagonistas del cine. Deseaban parecerse a ellas y a ellos. Desde algunos años atrás, aquel deseo parecería haberse invertido. Es muy difícil, por cierto, a la luz de lo sucedido en el Día de los Reyes Magos en Capitol Hill, no encontrar imaginarios parecidos entre Frank Underwood –el inescrupuloso ocupante de la Casa Blanca en House of Cards, en la ficción– y su protagonista, Kevin Spacey, desactivado en el mundo del espectáculo por varias denuncias en su contra en el contexto del #MeToo, en la vida real, con un mandatario inescrupuloso –inimaginable hasta el 2017– ocupante de la poltrona más poderosa del planeta, sobre el que, desde muchos años, se conocen acciones, por lo menos, parecidas. Releí un tuit: “These are the things and events that happen when a sacred landslide election victory is so unceremoniously & viciously stripped away from great patriots who have been badly & unfairly treated for so long. Go home with love & in peace. Remember this day forever! (Estas son las cosas y los eventos que suceden cuando una victoria electoral aplastante y sagrada es despojada de manera tan brutal y sin ceremonias de los grandes patriotas que han sido maltratados e injustamente durante tanto tiempo. Vete a casa con amor y en paz. ¡Recuerda este día para siempre!)”. Es palabra de Donald Trump cuando la muchedumbre enardecida irrumpió en el Capitolio –el Congreso de los Estados Unidos– para impedir que Joe Biden fuera formal y legalmente consagrado jefe de Estado electo en ese país. Algunas y algunos de ellos, los más vehementes y violentos, son supremacistas blancos declarados, que se consagran en favor de la discriminación, la xenofobia, el racismo, la islamofobia y no dudan en avanzar contra personas en situación de tránsito. Grave.

EL DERRUMBE

Algunos países europeos –Francia, Reino Unido, Alemania, España– hicieron oír sus voces para manifestarse críticamente por los sucesos en Washington DC. Con la excepción de Venezuela, ningún país iberoamericano ni del Caribe se expresó –a favor o en contra– de esos actos delictivos que la tele global puso a disposición de quien quisiera ver lo que allí sucedía. “Venezuela condena la polarización política y la espiral de violencia que no hace sino reflejar la profunda crisis por la que actualmente atraviesa el sistema político y social de Estados Unidos” expresó el ministro del Poder Popular para Relaciones Exteriores, Jorge Arreaza. Interesante. Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), con 97 palabras, hizo saber su “condena y repudio” al “atentado contra las instituciones” norteamericanas y exhortó a “recuperar la necesaria racionalidad” para “cerrar el proceso electoral conforme a la Constitución” estadounidense. No se constituyó en lugar alguno un “Grupo de…” que hiciera el seguimiento de un acontecimiento al que coincidentes analistas categorizan como “tentativa de golpe de Estado”, “anarquía” o, “situación insurreccional”. No todo se mide con la misma vara, pensé. Vladimir Putin (Federación Rusa), Miguel Díaz-Canel (Cuba) y Xi Jinping (República Popular China), aún hoy, sin comentarios. En el mediodía de este viernes, a las 12:44 (hora del Este norteamericano) Trump –sin mencionar a quien lo sucederá, Joe Biden– emitió un nuevo tuit: “To all of those who have asked, I will not be going to the Inauguration on January 20th” (A todos los que me han preguntado, no iré a la inauguración el 20 de enero). “Estas tragedias nos han recordado que las palabras importan y que el poder de la vida y la muerte reside en la lengua”, acusó y advirtió un puñado de horas antes Barry C. Black, el capellán del Senado de ese último mensaje. Desde Washington, dos fuentes republicanas –influyentes aún, pese a sus avanzadas edades que me pidieron no identificarlas, que conocí en 1992– explicaron que el mandatario “quiere irse cuanto antes de Estados Unidos porque no podrá indultarse a sí mismo, como aún lo desea. Las cortes lo rechazarán y varios juicios penales y políticos en su contra avanzarán hasta poner en riesgo su libertad”. Especulaciones con fundamento. Mientras el imperio más poderoso del siglo 20 se derrumba. Por sus acciones e inacciones, Trump no merecerá epopeyas, etopeyas ni se construirá con su legado relato épico alguno. Tal vez sí una crónica policial. Su enconada resistencia para abandonar la Casa Blanca no debería sorprender. Confucio (Kung Fu-Tse, 551 - 479 antes de nuestra era) sentenció que “es más fácil apoderarse del comandante en jefe de un ejército que despojar a un miserable de su libertad”. ¿Trump lo sabrá? God bless America. It will?

Nota de la redacción

Luego del cierre de esta nota, ante los graves sucesos de violencia que se registraron en el Parlamento norteamericano, en Washington DC, se expresaron de manera crítica a través de comunicados oficiales recibidos en la redacción de La Nación, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y la República Argentina.

Presidente Richard Nixon abandona la Casa Blanca el 9 de octubre de 1974. Renunció para evitar ser destituido por el Caso Watergate.
Frank Underwood - Kevin Spacey, en House of Cards. Corrupción y crimen en el más alto nivel de la Casa Blanca.
Confucio: “Es más fácil apoderarse del comandante en jefe de un ejército que despojar a un miserable de su libertad”.
Capellán Barry Black: “El poder de la vida y de la muerte reside en la lengua”.


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