La pandemia del coronavirus, todavía lejos de concluir, puso en jaque el sistema de organización social y político como ningún otro evento en la historia. El desarrollo de la tecnología permitió alcanzar una vacuna en menos de un año, pero, paradójicamente, la principal medida de profilaxis es un sistema del medio evo: la cuarentena. En el mundo se está pensando en cómo hacer para evitar nuevas crisis sanitarias asociadas a la destrucción ambiental.

Por Jorge Zárate

Jorge.zarate@gruponacion.com.py

Despedimos un año increíble que se entiende marcará el inicio de una nueva era en la humanidad. El encierro de las poblaciones es noti­cia en Europa y América del Norte y amenaza con reite­rarse en nuestras playas ante la amenaza de una nueva ola de la enfermedad, esta vez reforzada con mutaciones más virulentas del SARS-CoV-2, el nombre científico del mal. En Tokio se llegó en la semana al récord dia­rio de 1.300 casos y se espe­ran nuevas medidas de res­tricción a la circulación de la gente. En Italia, la población estará confinada hasta el 7 de enero y rige el toque de queda desde las 22:00.

En Brasil los médicos temen una nueva ola por el poco res­peto a las normas de preven­ción que obligaron a desple­gar policías y soldados para hacer cumplir la prohibición de reuniones. En Francia se anunció la llegada de la nueva cepa de covid-19 surgida en Sudáfrica, días después de detectar el primer caso de la cepa británica que es un 70% más contagiosa. Alemania tendrá confinada a su gente hasta el 10 de enero.

Entre tanto se desarrollan impresionantes operativos de vacunación que llevarán por lo menos tres años hasta inocular a una parte sustan­cial de los casi 7 mil millo­nes de habitantes del pla­neta. Aviones acondicionados especialmente cruzan los cie­los llevando las vacunas espe­rando que de esta manera se pueda ir poniendo fin a la dura realidad que la enfer­medad impuso. Unos 50 paí­ses ya comenzaron a vacunar a su población.

Vale señalar que China lidera los operativos, ya que aplicó más de 5 millones de dosis de vacunas experimentales y en la semana aprobó la vacuna de Sinopharm.

Rusia, Bielorrusia y Argen­tina vacunan con la Sput­nik V y Estados Unidos y Canadá aplican las de Pfizer y Moderna. Los 27 países de la Unión Europea comenzaron a vacunar y el Reino Unido logró inocular a 950 mil per­sonas. También comenzaron los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Bahréin, Qatar, Kuwait y Oman.

Singapur lo hizo en la semana, en tanto que India, Japón y Taiwán lo harán en el pri­mer trimestre del 2021, Fili­pinas y Pakistán esperarán al segundo, y Afganistán y Tailandia recién vacunarán a mediados del 2021.

África subsahariana y Ocea­nía todavía no tienen planes de vacunación, según reportó la agencia argentina Télam.

VINO PARA QUEDARSE

Teóricos y analistas asegu­ran que el mundo no volverá a ser igual, que los protoco­los de higiene permanecerán, que habrá que incorporar los tapabocas, la higienización de manos y el distanciamiento social como recursos perma­nentes de protección.

Están los que temen que nue­vos virus puedan atacarnos próximamente de no cam­biarse los modelos de pro­ducción.

Un equipo de científicos ingresará a Wuhan, donde se cree que comenzó todo en noviembre del 2019 para una investigación que determine la secuencia de origen de esta pandemia.

China dice que podría no haberse iniciado por deficien­cias propias, en la producción de carnes, sino en alimentos que importó de otros países. Este aserto ubicaría la pre­sencia del virus, antes, en otros lugares del mundo.

Como se sabe, este no es el primer coronavirus, y según alertan los especialistas, tam­poco será el último.

La expansión del consumo de carnes es entendida como la razón principal de este pro­blema que está encendiendo las alarmas.

El sociólogo portugués Boa­ventura de Sousa Santos plantea en su libro “El futuro comienza ahora: de la pande­mia a la utopía” la necesidad de repensar el estado de cosas.

“Esta pandemia marca el ini­cio del siglo XXI. Tal como el siglo XIX no empezó el 1 de enero de 1800, sino en el 1830 con la Revolución Industrial, o el siglo XX en 1914 con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917, el XXI comienza para mí con la pandemia, porque va a inscri­birse como una marca muy fuerte en toda la sociabilidad de este siglo. Y lo será por­que el modelo de desarrollo, de consumo, de producción que hemos creado, ha llevado a que no sea posible en este momento, por más vacunas que existan, poder salir de ella”, menciona.

Y agrega: “Entraremos en un período de ‘pandemia inter­mitente’: confinamos-des­confinamos, donde el virus tendrá mutaciones, habrá una vacuna eficaz y otra no, vendrán otros virus. El neoextractivismo, que es una explotación de la natu­raleza sin precedentes, está destruyendo los ciclos vita­les de restauración, y por eso los hábitats se ven afectados con la minería a cielo abierto, la agricultura industrial bru­tal, los insecticidas y pestici­das, la contaminación de los ríos, el desmonte de los bos­ques... Esto, junto al calenta­miento global y la crisis eco­lógica son lo que hace que cada vez más los virus pasen de los animales a los huma­nos. Y los humanos no esta­mos preparados: no tenemos inmunidad, no tenemos cómo enfrentarlos”.

El propio director de la OMS Tedros Adhanom Ghebreye­sus alertó: “La historia nos muestra que no será la última pandemia… Gastamos dinero cuando estalla la crisis, pero cuando se acaba, nos olvida­mos y no hacemos nada para prevenir la siguiente. Es el peligro de los comportamien­tos a corto plazo”.

Y agregó: “Todos los esfuer­zos para mejorar los sistemas sanitarios resultarán insufi­cientes si no van acompaña­dos de una crítica de la rela­ción entre los seres humanos y los animales, así como de la amenaza existencial que representa el cambio climá­tico, que está convirtiendo la Tierra en un lugar más difícil para vivir”.

En idéntico sentido se mani­festó Mark Ryan, jefe del programa de emergencias de la OMS, al advertir esta semana que la pandemia que sufrimos “no es necesaria­mente la más grande” que podemos esperar y estimó para el coronavirus: “el esce­nario probable es que se con­vierta en otro virus endé­mico que seguirá siendo una amenaza, pero una amenaza de muy bajo nivel en el con­texto de un programa de vacunación global eficaz”.

Alertó entonces: “Este virus es muy transmisible, mata gente y ha privado a mucha gente de sus seres queridos, pero su prevalencia es comparablemente baja con res­pecto a otras enfermedades emergentes”, indicó. “Esta es una llamada de atención. Estamos aprendiendo ahora cómo hacer las cosas mejor: ciencia, logística, capaci­tación y gobernanza, cómo comunicarnos mejor. Pero el planeta es frágil. Vivimos en una sociedad global cada vez más compleja. Estas amena­zas continuarán”.

¿DEJAR DE CRECER?

En octubre pasado, David Rotman planteó en la pres­tigiosa publicación estadou­nidense MIT Technology Review que debería tomarse en cuenta a los que plantean revisar el “crecimiento eco­nómico”.

Pide allí que se eche una mirada a los teóricos que sostienen que es esta idea la fuente de los serios problemas que sufre la humanidad. “La economía basada en el creci­miento descontrolado del PIB sin tener en cuenta el impacto ambiental de los países, ni su cobertura sanitaria y educa­tiva para sus ciudadanos, ha fracasado. La única forma de mejorar el futuro es con tec­nologías capaces de solucio­nar los grandes problemas de la sociedad”, apunta. La idea central es que el mundo tiene la capacidad e inteligen­cia de crear soluciones para las mayorías, pero que eso no ocurre por imperio de unas pocas empresas.

Lo describe citando a Daron Acemoglu, economista del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, su sigla en inglés). El especialista pide una “nueva estrategia de cre­cimiento” destinada a crear las tecnologías necesarias para resolver nuestros pro­blemas más urgentes.

“Acemoglu opina que el creci­miento actual está impulsado por grandes corporaciones comprometidas con las tec­nologías digitales, la auto­matización y la inteligencia artificial (IA). Esta concen­tración de innovación en unas pocas empresas dominantes ha aumentado la desigual­dad y, para muchos, el estan­camiento salarial”, explica.

Acemoglu es uno de los auto­res de “Por qué fracasan los países”, un texto que analiza el impacto de la equidad en la prosperidad.

La tesis del decrecimiento comenzó a plantearse en los años 70 y viene cobrando fuerza ante el descalabro cli­mático y social que resultó expuesto por la pandemia. “Parte del problema es la inca­pacidad de imaginar que el capitalismo puede ser hecho de una manera diferente, que pueda funcionar sin tostar el planeta”, dice la economista de Harvard Rebecca Hender­son, citada por el sitio chileno Interferencia.cl.

El sueco Andreas Malm en su libro “El murciélago y el capi­tal. Coronavirus, cambio cli­mático y guerra social (Errata Naturae, 2020)” se pregunta: si pudimos parar el mundo por la emergencia sanitaria, ¿por qué no hacerlo ante una emergencia climática?

“El pangolín es un buen ejem­plo de esta obsesión por con­vertir cualquier cosa en mer­cancía. En los años noventa, un kilo de este animal se pagaba en el mercado chino a 14 dólares; en el 2016, a unos 600 dólares el kilo, e incluso 1.000 dólares en algunos res­taurantes. Hoy es el mamífero más traficado del mundo y uno de los cabezas de cartel de este festival pandémico. Y cuando hablamos del tráfico de pangolines no hablamos de la rareza o el vicio de unos pocos asiáticos, sino de los lujosos caprichos de millona­rios de todo el mundo; Alema­nia, por ejemplo, ha sido seña­lada como uno de los puntos de tránsito clave en su comer­cio. Un mercado sin coto es una amenaza para todos, incluido el mercado mismo.

O en palabras de Malm: “La acumulación descontrolada de capital es lo que zarandea con tanta violencia el árbol en el que viven los murciélagos y los otros animales. Y lo que cae es una lluvia de virus”.

Malm lo resume así: “La eli­minación del CO2 no encaja de manera natural con el marco del Estado-nación. La guerra contra el covid-19 podía concebirse como una guerra clásica, valién­dose de toda la paraferna­lia del orgullo nacional –una nación que se protege, como en otros momentos, de peli­gro de la historia; un pueblo que se cobija en el bastión del Estado–, mientras que una guerra contra el CO2 ten­dería a salirse de ese marco. Sería una guerra en benefi­cio de los nuestros y también de los demás. Ante todo, sería una guerra para salvar a los pobres”.

Las citadas son tomadas del sitio Contexto y Acción, (ctxt.es) donde lo entrevistó Anto­nio Pineda. “Si las cosas con­tinúan como ahora, la gente del futuro tendrá sus pro­pios desastres de los que preocuparse. No necesita­rán leer sobre lo que pasó en el 2020. Este libro es mi modesto intento de zarandear a la gente y decirles ‘mirad, si creéis que es una mierda vivir encerrado o si están llo­rando la pérdida de alguien querido que acaba de morir de covid-19, o si vosotros mismos habéis enfermado, quizá os gustaría saber qué lo ha cau­sado y cómo podría evitarse’”, dijo el experto sueco.

LA “LOCOMOTORA CHINA”

China será la única gran eco­nomía que crecerá en el año de la pandemia. Fue un 5% inte­ranual y se prevé que sea de un 8% para el 2021, según pro­yecciones del Fondo Moneta­rio Internacional (FMI).

Sin embargo, es interesante mirar el 14° Plan Quinquenal y la Visión 2035 donde a pesar de las cifras antes citadas, se destaca como objetivo: “El reemplazo del crecimiento de alta velocidad por un cre­cimiento de alta calidad”.

El enunciado parece contrade­cirse con el objetivo de duplicar su PIB para alcanzar a los paí­ses desarrollados en términos per cápita en el 2035, enten­diendo que en los próximos 15 años China debería tener para lograrlo un crecimiento anual promedio del 4,7%.

Innovación, la revolución verde, la estabilidad interna, proyección internacional fue­ron otros temas apuntados por Xi Jinping. Lo hizo seña­lando que solo en el último lustro más de 75 millones de ciudadanos rurales salie­ron de la pobreza y se gene­raron más de 60 millones de empleos urbanos.

El presidente chino, al pre­sentarlo propuso la intro­ducción de un mecanismo de reconocimiento de la salud mundial, una especie de pasaporte sanitario, basado en códigos QR. También rei­teró su llamado a una “globali­zación económica inclusiva”, sin políticas proteccionistas o unilaterales, y la lucha contra el cambio climático.

A pesar de las palabras, los números no parecen respal­dar la idea de un necesario repensar del crecimiento.

Quizá, la única manera de evi­tar nuevas pandemias.

SIN AVIONES

Una imagen del mundo son los aeropuertos vacíos. Los aviones estacionados a la espera de la reactivación de los vuelos hacen pensar en cómo será el transporte después de esta crisis.

El modelo de apiñar pasajeros, sustentado en el costo de los combustibles, entrará en crisis y la industria lo sabe. Es que fueron los vuelos los que produjeron la veloz propagación de la enfermedad, al punto que ante la aparición de nuevas cepas en Londres, Johanesburgo, la cancelación de viajes desde estos destinos fue inmediata.

Las pérdidas para las aerolíneas fueron millonarias. La Asociación Internacional de Trans­porte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) estimó en US$ 157.000 millones lo que dejarían de percibir las empresas entre el 2020 y el 2021.

Unas 16 aerolíneas dejaron de operar o se declararon en bancarrota ya a mediados de año, mientras unos 2 mil aviones quedaron parados.

JUEGOS ONLINE

La impresionante dependencia de los medios electrónicos es ya una preocupación. No solo teléfonos, computadoras portátiles, que fueron los elementos de más alta demanda durante el año que paso.

La venta de videojuegos explotó en los países con poblaciones con mayores ingresos económi­cos, al punto que las nuevas consolas de Nintendo Switch, PlayStation 5 y la Xbox Series X se vendieron casi de manera inmediata este año cuando fueron presentadas.

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