Por Ricardo Rivas
Periodista
Twitter: @RtrivasRivas
Caminar por las calles de China es atrapante. Pasado remoto, presente arrollador (en todo sentido) y futuro intrigante, se constituyen en una constante que no deja de apremiar a partir de la ignorancia o, para atenuar la producción de sentido que esa palabra encierra, desde la aceptación de que toda interpretación del tiempo que fue y del que habrá de llegar – siempre– se hará desde el conocimiento, las certezas y las dudas del presente.
Recuerdo una agradable mañana de agosto del 2018 haber llegado, con el querido amigo y maestro Shen An, a Monte Púrpura, en los arrabales orientales de Nanjing, ciudad que fuera la capital del Imperio del Centro hasta 1949, en la provincia de Jiangsu. Aquella lenta caminata fue enriquecedora. En su transcurso, supe de la relevancia que el Cielo tiene en la milenaria cultura china y aprendí también, en el tránsito a través de un bosque saturado de verdes, de aromas y de miles de pájaros, que en tiempos otoñales y primaverales, el color púrpura es el que lucen en sus vestimentas reyes, emperadores y nobles.
Más aún, a partir de la dinastía Han, entre el 206 y el 220 de nuestra era, el zisé [púrpura en mandarín] y el hóng [rojo] –que no son lo mismo– eran los colores únicos que vestían los emperadores. El mausoleo del fundador de la Dinastía Ming, Zhu Yuanzhang –emperador entre 1328 y 1398– se encuentra allí desde 1405. Sin embargo y pese a que el relato de An era atrapante, mi interés estaba puesto en saber sobre Qin Shi Huangdi, el primero de los emperadores chinos entre el año 221 y 210 antes de nuestra era, constructor de esa maravilla que se conoce como “el ejército de terracota” que custodia su tumba en las cercanías de la aldea de Hsien-yang, en la provincia de Shensi, y porque a él se lo señala como uno de los inventores [por llamarlo de alguna manera] del abrazo. Con una sonrisa, el maestro y amigo Shen explicó que unos 700 Km separan las tumbas de los dos emperadores y agregó que Qin Shi Huangdi “era un gran guerrero”, que “creó ejércitos con miles de hombres” y que, “después de vencer a todos sus enemigos, ordenó a sus soldados que en cada reunión que tuvieran con los vencidos los revisaran en detalle para verificar que no portaran armas escondidas entre sus ropas.
Para cumplir con aquella orden imperial, los militares, en cada encuentro, rodeaban a sus interlocutores con sus brazos [los abrazaban] y recién luego de saber que estaban desarmados iniciaban las conversaciones”. Historia real o legendaria, el abrazo, tal vez el más genuino gesto de amistad, emergió de la desconfianza y del miedo. El saludo con un apretón de manos, también lo es. Recuerdos de la República Popular China.
UNA MIRADA AL PASADO
Leer al entrañable amigo Hamurabi Noufouri –además de ser, en cada ocasión una oportunidad para aprender y aprehender– suele desatar la cordialidad e induce a la reflexión. Admito que, esta vez, no me tomó desprevenido. Desde varios días, una y otra vez, en nuestras habituales charlas, imprecisamente, dejo caer, como al pasar, que escribía sobre el confinamiento, “más allá de la pandemia” que nos agobia. De allí que en la noche de este lunes casi martes, el último de este año trágicamente histórico, por cierto, la vieja mecedora me contuvo leyendo a este doctorado salamanquino que, con sencillez, sin proponérselo ni proponérmelo, me indujo a mirar algunas emergencias epocales como supongo entre 1011 y 1021, lo hiciera “Al Hasan Ibn Al Haytham (‘El mejor hijo del Halcón’, más conocido en la Europa no árabe como Alhazén)”. Prueba –error.
La vida, en alguna medida, además de una fascinante aventura, a veces dramática, es experimental y –antes y después– también observacional. De allí que al mirar la pandemia y algunos de sus efectos –los que más parecen dolernos en nuestra humanidad acongojada y acojonada, como seguramente diría mi madrileño amigo el profe Javier Bernabé Fraguas– en perspectiva a través del “Al Bayt al Muzlim” (la “Cámara Oscura”) de mi ignorancia, emergieron más interrogantes que respuestas que no puedo eludir.
La fina copa de tubo, colmada de burbujas refrescantes de Carpené Malvolti Rosé Cuvee Brut, trocó en fundamental cooperante. Mis ojos se clavaron allí, donde la imaginación carece de alambrados. Sobre ese punto mismo donde el pensamiento tira por la borda sin miramientos a quienes quieren imponer miradas únicas. “¡Fuera de aquí! ¡Basta de prohibirnos, de impedirnos!”, creo haber gritado a voz en cuello. ¿Onírico? Es posible. Los interpelados me miraron con la frialdad que sólo es posible descubrir en los ojos de los líderes y lideresas de la nada. Me ignoraron. Como a millones.
Después de muchos meses de asegurar que luchan sin descanso contra el virus, de confinarnos una y otra vez, de aislarnos o distanciarnos socialmente, los números de la tragedia les estallan en la cara hasta desafiarlos: 81,5 millones de infectados; 22,4 millones aún activos; 1,8 millones, han muerto. ¿Impericia, imprudencia, negligencia, negociados, descaro? La duda global crece. Una y otra vez en punto “zifr (vacío o número cero)”, creo que diría Hamurabi. Recordar –volver a pasar por el corazón– a quienes murieron y/o parieron en soledad, atenaza el alma.
LA VIDA SIN ABRAZOS
Los momentos extremos son los que permiten descubrir que misericordia y miserable solo coinciden en su raíz etimológica pero son dos palabras bien distintas. El comportamiento frente a las miserias es lo que define, designa o significa. Lo uno o lo otro es una decisión. De la otredad o propia. Alcohol, jabón y aislamiento. Como 3 mil años atrás. Nada nuevo. No salga. No vaya. No se acerque. No me toque. No lo toque. ¡Lávate las manos! ¡Quédate en casa! ¡Quedarse en casa, salva vidas! ¿De qué hablan? ¿A quiénes hablan? ONU Hábitat, en mayo pasado, reportó que 1.800 millones de personas carecen de un hogar donde quedarse y 3 mil millones no tienen agua para la higiene personal. 2020, el año del brote.
¿Será 2021 el tiempo del rebrote? ¿Se prolongará la sensación de miedo, de pánico, de peligro que sólo podremos evitar, al parecer, si dejamos de ser sociales? El ya cercano 21 de enero será, una vez más desde 1986, el Día Mundial del Abrazo. Entonces, Kevi Zaborney, creador de la efemérides, la impulsó cuando advirtió que en Clio, su comunidad en Michigan, Estados Unidos, la gente había dejado de abrazarse y besarse en la vida cotidiana. Se preocupó. Sabía de la importancia del afecto social, del encuentro, de la amistad, del amor. Abrazar es un gesto amoroso. El abrazo es también un saludo. Como lo son los besos. Las caricias. El amor contiene. Con abrazos se festejan y celebran los éxitos deportivos. Con abrazos se acompaña, se contiene, se solidariza, cuando llega lo peor. “Nadie puede y nadie debe vivir sin amor”, pregona Fito Páez.
TOMAR DISTANCIA
La crisis de projimidad se profundiza con la distancia que se nos exige hasta con concretas amenazas de arrestos y procesos judiciales. El “juntos somos más” no pocas veces amedrenta, acobarda al poder. Una multitud de opinadores y opinadoras, pobres, ricas o ricos, como el mismísimo Bill Gates sostienen que “en la nueva normalidad, el trabajo a distancia, la educación a distancia… la distancia, finalmente, llegaron para quedarse”. Los sitios para la comercialización de sex toys crecen en consultas y ventas. Meses atrás, José Barletta, médico infectólogo argentino, subsecretario de Estrategias Sanitarias en este país, recomendó el sexo virtual durante el confinamiento por la pandemia.
“En este escenario [de aislamiento y distanciamiento sociales], las herramientas que hoy tenemos disponibles como las videollamadas, el sexo virtual, el sexting, pueden ser una buena alternativa”. Bill Di Blasio, alcalde de Nueva York [417 mil infectados; y, 25 mil muertos] comunicó que “no besarse es mejor”. Numerosos funcionarios del deficiente sistema de salud norteamericano, por su parte, proponen que “tú eres tu pareja sexual más segura”. El infectólogo estadounidense Anthony Fauci, asesor del presidente Donald Trump, piensa que para que dos adultos pasen una buena noche “se pongan una mascarilla y charlen un poco”.
EL JUEGO DE BORGES
La imaginación, siempre a mano, como recurso estratégico para relatar una política pública cuando no hay nada para ofrecer más que estadísticas y el encierro obligatorio para todas y todos. Años atrás, Jorge Luis Borges, convocado como conferencista por la editorial alemana Abrazos [nada menos], con sede en Sttutgart, confesó ante su público: “Juego a no ser ciego y sigo llenando mi casa de libros. Aunque no los vea siento su gravitación amistosa”.
El producto de la imaginación también puede ser un indicador relevante a la hora de mensurar la capacidad intelectual. El silencio de la madrugada es profundo. El espíritu, necesariamente, se aquieta. Tal vez sea real que no hay otro camino. Quizás, de la peor manera el mercado evidenció su inutilidad para responder con eficiencia, calidad y calidez a una demanda extrema del sistema de salud global. Crónica de un resultado anunciado desde cuando promediaban los ’80 en el siglo pasado y se avanzó –casi siempre por las malas– contra el Estado de Bienestar.
Tal vez haya llegado el momento de, por lo menos, abrazarnos con el cuidado y las responsabilidades emergentes de la idea de la solidaridad, de la amistad, de lo social, de lo que significa encontrarnos para que no nos arrolle la soledad a la que se nos somete. Sé de muchas y muchos que entienden que ha llegado la hora de poner fin a la sumisión. De las y los que piensan y sienten que el SARS-COV-2 no puede llevarse puesto al amor que siempre es un remedio recomendable. “La muerte siempre está en camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llegará parece restarle finitud a la vida.
Lo que odiamos tanto es esa terrible precisión. Pero como no sabemos, nos toca creer que la vida es un pozo sin fondo. Sin embargo, las cosas ocurren solo un determinado número de veces, en realidad, muy pocas. ¿Cuántas veces más recordarás cierta tarde de tu infancia, una tarde que forma una parte tan entrañable de tu ser que ni siquiera puedes imaginar la vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces más. Quizás ni eso. ¿Cuántas veces más verás salir la luna llena? Quizás veinte. Y, sin embargo, todo parece ilimitado”, reflexionó y escribió Paul Bowles.
RESISTIRSE A LOS DOGMAS HEREDADOS
Desde la Antigua Grecia poiesis frente a tejné. Nada nuevo. Tengo la convicción de que escritores y poetas, también cuentan con recursos para la sanación. “Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos./Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta./Me engañan y yo debo ser la mentira./Me incendian y yo debo ser el infierno./Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo./Mi alimento es todas las cosas./El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo./Debo justificar lo que me hiere./No importa mi ventura o mi desventura./Soy el poeta”, padece y reclama resignado Borges en “El cómplice”. Estremece.
Mi hermano de la vida y del corazón, Hamurabi Noufouri, en Clarín, un puñado de días atrás, propone “resistirse a dogmas heredados [impuestos desde muchos meses, en este caso] como lo hizo Alhazén, leyendo nuestros confinamientos de hoy a la luz de otros como el de él, [porque] puede iluminar salidas de los confinamientos mentales producidos por la condición póstuma que acarrea poner en manos de otros, no solo la interpretación del Mundo, sino la de la propia Diversidad Cultura”. Acuerdo.
Líderes y lideresas de la nada –discúlpenme, así los percibo– sepan que no estoy solo cuando creo saber lo que hacen cuando no saben qué hacer. Me esfuerzo por comprenderlos. Los ecos libertarios del Mayo Francés del ’68 –que como sostiene el centenario maestro Edgar Morin, “sigue siendo un electroshock”– resuenan hoy con más fuerza que nunca. Entiéndanlo. No son pocos los indicios que permiten a Morin imaginar que, pese a los cambios epocales, “viviremos otros mayos del 68” y, por ello, “hay que cambiar la hegemonía de lo cuantitativo por la de lo cualitativo”. Mucho más en salud donde calidad no puede ni debe escindirse de calidez. Procuro ser realista y les pido lo imposible. Comprendan y asuman que no somos el covid ni mucho menos la pandemia. Somos personas y sujetos de derecho. Aunque parezcan olvidarlo.