Por Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com
Hoy tomo esta selección de páginas de Cuadernos de barrio del 2020 del diario impreso y hago un recorrido por el pasado de este año viejo que empezaba luego de un memorable viaje a una fiesta de fin de año de los amigos de la calle Gondra del barrio San Vicente. ¿Quién podía imaginarse bajo aquel enorme taruma despidiendo el 2019, el oscuro presagio de lo que sería el 2020? El primer artículo del año titulado “Viejos veranos asuncenos” evocaba lugares de Asunción a partir de antiguas pinturas de artistas paraguayos. En la primera entrega, un fresco domingo en Ita Enramada en 1964, un memorable cuadro de don Ignacio Núñez Soler que me remitió al céntrico barrio donde naciera, bien de clase bien media, donde no había piletas familiares para darnos un chapuzón de verano y donde sólo los vecinos más pudientes iban a algún club y otros niños pasábamos las vacaciones en la vieja moderna pileta del Cristo Rey y otros en la de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Una fresca aventura barrial de finales de los años 70 y principios de los 80 de aquellos céntricos barrios asuncenos.
Siguiendo esos antiguos recorridos vacacionales por rincones asuncenos sin tiempo, llegué al encuentro imaginario entre un “un pintor asunceno y un viajante escocés”, para luego ir hasta el Parque Caballero invitado por dos viejas pinturas de ese solariego recanto, la primera de Herminio Gamarra Frutos denominada “Mujer con sombrilla amarilla en el Parque” y la segunda una vieja pintura del italiano Héctor Da Ponte que me remitió a una de las guaranias más populares del Paraguay, “Yo no sé por qué”, de autoría de Délfor Boggino. No me pregunten qué tuvo que ver Délfor en este paisaje, “Yo no sé por qué” me vino a la mente, a veces el arte es simplemente un viaje sin calles, sin tiempos y sin respuestas.
AMORES ASUNCENOS DE ANTES
Es difícil volver a leer lo que uno escribió hace ya casi un año. Es como volver a verse, pero es también como aquel hijo que se fue y después de un tiempo vuelve al lugar donde nació. Es eso lo que siento al releer “Amores asuncenos de antes”, una historia nacida a partir de una desteñida postal enviada por Juan Silvano Godoy a su amada en 1904 que reza: “El espacio y el tiempo son una verdad, pero no en una tarjeta postal”.
¿Cuántas cartas de amor habrán recorrido la Asunción de finales del siglo XIX? No lo sé, pero sí conocí una que terminó en arquitectura, en una afrancesada fachada construida a principios del 1900 como promesa de amor, en donde aparece un nombre infaltable en los romances de aquella época, el de Anselma Heyn Denis. El joven Carlos Sosa estaba perdidamente enamorado de esta señorita y debido a ello realizó una casa con uno de los zaguanes más hermosos de la Asunción sobre la calle Nuestra Señora de la Asunción casi Humaitá, pero que la legendaria Anselmita no aceptó, como tampoco el amor del joven. Una triste historia de amor no correspondido que sin embargo tomó otra forma convertida en una bella arquitectura y que hoy sigue siendo testigo de toda una época.
LA PARTIDA DE JORGE NASTA Y LA VIEJA ESCOLINHA DE ARTE
Fueron los principios de marzo muy difíciles para mí ante la partida del amigo Jorge Nasta, en aquel momento estaba escribiendo sobre la “Escolinha de Arte” y ante esa noticia decidí cerrar esa página y recordar a Jorge de esta manera: “Disculpen pero a veces las partidas traen a la mente muchas películas entrecruzadas, todas juntas y sin tiempo. En ese momento me vino a la mente un hit de los años 60, ‘Banco de Colegio’ de Totó Speciale, interpretado por el grupo ‘Los Toppers’, al cual Jorge Nasta pertenecía”.
Sigo “recorriendo mi propio recorrido” y paro un rato en un artículo denominado “Desde un rincón del barrio Ciudad Nueva hasta los vericuetos de la vieja Escolinha”, en ese barrio de dos pisos recalo en su planta baja, en el legendario Centro de Estudios Brasileños de la esquina de Mcal. López y Perú, en cuyo viejo teatro dio sus primeros pasos el exitoso programa “Camino al éxito” en 1981 y donde además se presentaron grandes concertistas paraguayos y extranjeros del siglo XX, el lugar donde conocí al maestro de dibujo Livio Abramo, uno de los padres de la epopeya del arte moderno brasileño que decidiera dejar su gran urbe artística, la cosmopolita San Pablo, a finales de los años 50 y vivir con su familia, enamorado de una lenta pero poética Asunción y dibujarla hasta el final de sus días en 1992.
CUADERNOS EN PANDEMIA
A finales de marzo se inicia la cuarentena total y estos cuadernos se convierten en “Silencios de barrio”, una serie que empezó con “El refugio en la vieja manzana”, un viaje a un imaginario rincón de mi antiguo barrio donde digo: “A veces las guerras invisibles nos llevan al pasado, que dicen que siempre fue mejor, yo no lo sé. Permítanme ir un rato al bosque. ¿Pero a cuál? A ese imaginario que se llama ‘libertad’, ahí de donde venimos todos, nuestro propio origen, el único que nos queda, hoy ‘vuelvo al barrio y estoy contento de verdad’, parafraseando al músico Birabent”. Después vendrían otros artículos como “El silencio del paisaje” a partir de un paralelo entre el pintor italiano Giorgio De Chirico, que a principios de 1900 pintaría vacíos paisajes, presagiando con su obra la “Primera Guerra Mundial”; y el paraguayo Michael Burt pintando en los años 90 un paisaje asunceno vacío, que evoca el distanciamiento humano, que paradójicamente se convirtió en una ausencia que es presencia y que fue la constante en el paisaje en los primeros meses de la pandemia, plazas, veredas, barrios o ciudades vacías en tiempo real, tanto en Roma, Bogotá, Madrid o Asunción tenían un elemento en común, la tremenda ausencia del ser humano. Luego vendría “Silencio de barrio”, un homenaje a dos últimos antiguos vecinos de la avenida España casi Gral. Santos que partieron en esos días, Brunhilde Guggiari de Masi y Leandro Von Prieto, de familias antagónicas políticas pero que siempre se respetaron demostrando así la buena convivencia ciudadana a pesar de las diferencias.
Y AL FINAL, EL SILENCIO DE LOS ÁRBOLES
El “Silencio de los árboles”, una mirada al paisaje de las calles vacías en cuarentena a partir de una obra de Soler de 1948 –a veces en silencio se ven mejor los árboles– y fragmentos de una poesía de Edna Frigato que dice: “Benditos sean los que se dirigen con suavidad y gentileza, hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma”, parafraseando a esta poetiza yo digo hoy: “Benditos sean los árboles que llegan a nuestras vidas en silencio para no despertar nuestros fantasmas, para no resucitar nuestros miedos en estos difíciles tiempos en los ultimísimos días de este 2020 que seguirá el próximo domingo con más paseos por el pasado de estos “Cuadernos de barrio”.