Por Arturo Peña - Fotos: Archivo/Gentileza

El tradicional pesebre está puesto en el hogar, adornado con luces, flores y frutos y envuelto en el aroma de flor de coco. Está a la espera de la Navidad, aguardando la hora de los abrazos y los buenos augurios, en unas fiestas que, más que cualquier otro año, tendrán un carácter íntimamente familiar. Se acaba un año que nos puso a prueba –y lo sigue haciendo– como sociedad, como personas, y se inicia otro que presentará los mismos desafíos, probablemente. Por ello, es el momento de renovar esperanzas.

“Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”, escribía el escritor argentino Julio Cortazar en su inmortal “Rayuela”. De todas las palabras que nos han acompañado a través de este año, en las conversaciones y en los titulares de los medios: cuidado, distancia, incertidumbre, temor, dolor... volver a poner delante de la lista la palabra esperanza es un ejercicio más que necesario en este momento. Ejercicio por demás difícil, teniendo en cuenta un escenario con no muy buenos augurios de parte de los voceros de la salud. Y si bien estas fiestas de Navidad y Año Nuevo –que en el imaginario siempre representan cierres y aperturas de nuevos ciclos– no nos traen la certeza de una situación mejor a corto plazo –según las frías y desalmadas estadísticas– tienen, sin embargo, el enorme valor de darnos esperanza.

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Tengo recuerdos vívidos de las navidades en mi infancia, de cuando en mi casa se hacía aquel pesebre enorme –muy tradicional entonces– con una infinidad de figuras, elementos, frutas y la infaltable flor de coco. Vaciábamos íntegramente una pieza que daba al patio, la cubríamos totalmente con ramas de las que colgábamos guirnaldas de todo tipo y cualquier elemento llamativo que se tuviera a mano. En el centro del ramaje, el Niño, José y María, rodeados de figuras: los Reyes Magos con sus camellos, los pastores y sus ovejas, animales de cerámica, de plástico y hasta el infaltable chanchito-alcancía con los colores representativos de algún club de fútbol. También sandía, melón o piña, que se utilizaban como adornos en una especie de ofrenda a la Navidad. Del montaje participaba toda la familia, incluso vecinos. Ver aquella obra terminada, con las luces titilantes dándole el toque final, traía –recuerdo– una sensación de enorme satisfacción mezclada con deseos de un tiempo mejor.

En la tradición cristiana, el pesebre tiene una fuerte connotación de esperanza. El niño Jesús, llegando al mundo en un pequeño establo, en un tiempo de gran turbulencia, pero visitado sin embargo por reyes del Oriente que vinieron a honrar su llegada, habla del nacimiento de algo nuevo y diferente. En la Navidad paraguaya, el pesebre –incluso por encima de su significado religioso– sigue siendo una suerte de momento de encuentro –como aquel pesebre de infancia–, de reflexión, un momento de sentir fe en la vida.

EL ESPÍRITU NAVIDEÑO

Carlos Echeverría es un joven artesano aregüeño. Él, como muchos trabajadores del arte, vivió junto a su familia un año de mucha incertidumbre, pero que en los últimos meses volvió a cobrar esperanza con la venta exitosa de sus pesebres.

“Esos primeros tres meses todos nos quedamos con miedo. Yo vengo de una familia de artesanos, desde mis abuelos, mis padres trabajan en esto, así como mis hermanos. Y llegó un momento en que no vendíamos nada por la cuarentena. Pero pudimos aguantar, nunca perdimos la fe en que iban a cambiar las cosas. Con la apertura de las fases el movimiento volvió en Areguá. Se comenzaron a vender muchas planteras, por ejemplo. Faltaba todo. La gente, al parecer, como se quedó más en sus casas, empezó a hacer mucha jardinería”, cuenta.

Carlos preparó también una serie de pesebres que tiene su toque personal, “con un estilo más naif”, como él mismo lo define. Con artesanas de Areguá, Itá y Tobatí montó la feria Jeguata, donde se exponen pesebres y artículos navideños. Las ventas van muy bien. “Vendí casi todos mis pesebres, realmente me fue bastante bien. Gracias a esos ingresos pude alquilar un negocio un poco más grande, donde estoy más a la vista”, explica.

“Mucha gente no se preparó porque era todo muy incierto si se iba a hacer la feria o no, si se iba a volver a la cuarentena. Pero yo opté por prepararme, por eso tenía varios pesebres y otros trabajos para cuando volvió el movimiento”, agregó. Su madre también tiene un puesto de venta en la Expo Pesebres, en la avenida principal de la ciudad. A ella igualmente le está yendo muy bien.

Para el joven artesano, el hecho de que la gente, a pesar de pandemia, del miedo y la desazón por la que está pasando, se haya acercado igual a comprar su pesebre es un símbolo de que hay esperanza. El hecho de que la gente no deje de lado esta tradición a pesar del momento tan difícil es una señal de que el espíritu de la Navidad está ahí a pesar de todo”, afirma.

ESTRELLA DE BELÉN

Según el relato bíblico, la estrella de Belén guió a los reyes magos del Oriente hasta esta ciudad para ser partícipes del nacimiento de Jesús. “Y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo”, señala Mateo en su evangelio.

Para los astrónomos, este fenómeno en el cielo Belén se habría tratado de la alineación de Júpiter y Saturno, lo cual produce un brillo muy especial en el firmamento. “Las alineaciones entre estos dos planetas son bastante raras, ocurren una vez cada 20 años, aproximadamente, pero esta conjunción es excepcionalmente rara debido a lo cerca que parecerán estar los planetas entre sí. Tendría que retroceder hasta justo antes del amanecer del 4 de marzo de 1226 para ver una alineación más cercana entre estos objetos visibles en el cielo nocturno”, explica a la revista Forbes Patrick Hartigan, especialista astrónomo de la Universidad Rice, Estados Unidos.

Es así que el 2020 se despedirá con un fenómeno celeste que ocurrió por última vez hace casi 800 años. La gran conjunción se volverá a dar como aquella noche sobre el pesebre de Belén ¿Señales del destino? Podemos creer o no. Aunque bien vale el momento para asombrarse, para regocijarse, para sentirnos más unidos que nunca y desearnos lo mejor, darnos esperanza.

La feria Jeguata.
El artesano Carlos Echeverría.

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