Hay una advertencia al ini­cio del documental “Adentro de Revolber Vivo en Tacumbú 2009” que dice: “Este material fue grabado con escasos recur­sos en cuanto a luces, audio y cámaras de alta calidad por motivos de seguridad, ya que el concierto fue realizado en una cárcel sin todas las garantías de seguridad. La Producción”.

Luego se ve toda la parafer­nalia del ingreso de la pri­mera banda de rock para­guayo que pisó el mayor penal paraguayo, el de Tacumbú. Músicos, “plomos”, cáma­ras, sonidistas, luces, mana­ger, productores ingresan al presidio formando fila y son cacheados por los guardia­cárceles. La historia debería empezar por el final en donde los músicos están viendo el documental de Metallica –filmado en el 2003– para promocionar su álbum “St. Anger”, grabado en la cárcel de San Quintín, California.

El documental de Revolber muestra la larguísima espera (más de tres horas) para el ingreso al penal y el evidente nerviosismo de la docena de hombres –entre músicos y técnicos– del grupo, que son “tapados” con bromas, chas­carrillos y risas. “Nadie debe llevar short, zapatillas, cin­tos. Solo cédula en el bolsillo”, advierten los productores. #Luego, ingresan al encie­rro: es un ambiente sombrío, de barrotes y jaulas humanas.

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En las imágenes, grupos de internos se cruzan con la banda. Rolfi Gómez (teclados) cuenta que un preso le gritó: “¡Eh! ¡Peê piko Rolling Stones mba’e!” (risas). Juanpa Ramírez (bajo) relata que –minutos antes de ingresar– se enteraron de que un grupo de internos haría de guardias de seguridad de la banda dentro del penal. “Los nervios se notaban demasiado en todos”, apunta.

La incógnita de Patrick Alta­mirano (voz) era: “¿será que van a aceptar esto? ¿Será que les va a gustar? No había un precedente”. A Roberto Ber­nal (batería) le pareció desa­fiante: “Ver los materiales de cómo es la cárcel, te da un poco de miedo”, titubea. Ya más al fondo de Tacumbú, “me asustó la forma en que nos observaban: parecía­mos un grupo de bichos en un enjambre”, cuenta Willy Chávez (guitarra).

Tacumbú fue una experien­cia trascendental para la banda. La cárcel es como un país paralelo en donde pasan mil cosas y en donde se repro­ducen con más violencia las castas, las clases sociales, las categorías y estratos son más definidos y evidentes. El temor común: que un grupo de internos los tomen de rehén o cualquier otro tipo de drama, absolutamente posible en ese mundo para­lelo. A alguien se le ocurrió preguntar si se conseguía un “joint” de marihuana: “Sí, y cuesta 1.000 guaracas”, fue la respuesta. Hasta aparece un preso y dice: “¿No pode­mos entrar dentro del bafle?” para una posible fuga, ante la risa de sus colegas.

El contratiempo: alguien se robó uno de los cables prin­cipales que conecta todo el sistema de sonido, sin el cual era imposible el con­cierto. “Y tuve que salir del penal para ir a buscar el cable a casa, acompañado solamente de un celador. Y los internos se me lanza­ron encima. Ahí pagué por todos mis pecados”, cierra Marcelo Arriola, el produc­tor de sonido de Revolber.

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