Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

El reloj marcaba 1:13 de la tarde el miércoles, cuando twitter lanzó la primicia: “Ahora” –decía un diario argentino en su página– “Murió Diego Armando Maradona”.

Incrédula, le di click al enlace inmediatamente, para encontrarme con la noticia sangrada en una crónica. Leí los detalles. La foja de vida. La gloria, las caídas. La muerte y el indulto, en fin, la poesía. Imaginé lo que sería para los argentinos el tremendo golpe de este final cantado pero prematuro, en un año ya de por sí tan difícil. ¿Cómo mueren las deidades? y ¿Cómo procesan esa muerte los simples mortales?

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Maradona nunca fue mi dios, pero sé que para quienes profesan la religión del fútbol estaba y estará por siempre en el podio de los inmortales. Para los argentinos y para el mundo. Y también para algunos que no siguen los ritos de las catedrales domingueras donde los partidos se duelan, pero que han sentido siempre particular afinidad con ese 10 albiceleste, como mi querida amiga Yuki: la talentosa ilustradora que hace tiempo me acompaña en la aventura de ponerle imagen a mis letras.

Varias veces hemos discutido sobre ese su profesado amor hacia el Diego. Sus alcances, sus implicancias. Claro que pensé en ella después de leer la noticia. Y no dudé en hacer la llamada amistosa a sentirla.

–¿Cómo estás? -pregunté asumiendo que ya lo sabía.

–Es muy fuerte– contestó y entonces surgió la propuesta.

–¿Te animás a contarme lo que estás sintiendo ahora mismo por escrito?

(Que si hoy es el día en que murió dios bien vale la pirueta mágica que salta de la ilustración y en el arte en las letras se vuelve crónica. )

Lo que sigue es el relato de ella:

“No soy futbolera, no soy argentina, pero soy maradoniana. El apellido del astro del fútbol más grande de la historia, que se convirtió en gentilicio. Un ‘pibe’ como dicen en su país, que jugaba en una canchita de un barrio marginado de la Argentina y cumplió su sueño de ser campeón del mundo.

Pero no soy maradoniana por sus habilidades futbolísticas que son sin duda emocionantes y fuera de serie. Creo que Maradona es más que eso y comparto con la mayoría de los argentinos ese amor por los héroes imperfectos. Un tipo que tocó el cielo y muchas veces Dios, su tocayo, le estrechó la mano. Mi admiración viene de ahí, que con La Mano de Dios encima no haya sucumbido a la presión de la indignación burguesa que le exigió desde siempre, no sé con qué derecho, que se convirtiera en un embajador de las buenas costumbres y de las buenas maneras. Y él, con esa picardía popular que le caracterizó, respondió que la pelota no se mancha.

Maradona creció observado por todo el planeta, juzgado cada minuto de su existencia. Cualquier exabrupto tuvo un rebote internacional interminable, agigantado por todos los medios que se encargaban de poner en relieve hasta su mínimo suspiro, siempre bajo esa mirada burguesa hipócrita obnubilada por sus logros, por su historia, por sus orígenes, que nunca le perdonó que no se haya dejado domesticar y por eso “la siguen teniendo adentro”.

Hoy cualquiera con un puñado de seguidores virtuales se cree un semidiós que influye en la vida ajena mientras en la vereda opuesta siempre estuvo Maradona rechazando con fiereza ocupar ese lugar de superioridad que otros tanto ansían y defendiendo con valentía el derecho de vivir su propia vida pese a estar invadida en cada espacio de su intimidad, acorralado en cada rincón del mundo. Buscó escapar pero el tumulto constante a su alrededor no le permitió elegir la salida conveniente y terminó con el cuerpo maltratado, pero con el alma intacta.

Barrilete cósmico: ¿a qué planeta partiste?”.

*Maradona murió el día miércoles 25 de noviembre. Lo encontraron sin signos vitales a las 11:30 de la mañana. La noticia conmocionó al mundo y recorrió hasta los puntos más recónditos de la tierra.

Etiquetas: #MARADÓ

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