Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
Cuando Toni me llamó en la semana para sugerirme un homenaje en conjunto a la tía Marta, no lo dudé ni un segundo. Para los dos había sido un ser entrañable. Tanto que esta crónica empezó en el teléfono escrita a cuatro manos en el anecdotario labrado con base en un millón de recuerdos. Memorias no compartidas en espacio y en tiempo, pero que convergían en la estampa de esta amiga inolvidable a quien tanto queremos.
Es difícil pensar en ella sin recordar su sonrisa. Su manera de andar, balanceando los pasos. Su mirada incisiva. Y el alma que se le desbordaba por las pupilas derrochando una humanidad infinita. Le decíamos tía Marta. Tal vez porque eran más los años que poblaban sus días. Acaso por haber sido la tía de esos entrañables amigos que un buen día la incluyeron en nuestras vidas. (O simplemente porque era de esos seres con el arte de hacernos sentir familia.)
Yo la conocí en el tiempo del Mercado, en plena filmación de 7 Cajas. Juanca y Tana lideraban el rodaje de aquello que luego sería un gran éxito y para llevar a cabo el proyecto habían reunido un equipo fantástico de grandes talentos. Los amigos también solíamos acompañar el proceso de aquel sueño que empezaba a forjarse. Eran interminables las horas de trabajo, pero la juventud lo podía todo en aquel entonces, y la creatividad vencía todos los límites. Esos días trasnochados llegaron y se fueron, pero dejaron de legado un grupo extraordinario y una amistad que duraría para siempre.
En esas noches eternas de bares, bailes y risas, tía Marta era la figura maternal del equipo. El refugio infalible para dichas y desdichas de almas en vuelo, todavía en proceso de encontrar un camino. Siempre animando a perseguir los sueños con una palabra de aliento. Con la empatía perfecta de quien escucha con años y kilómetros de ruta. Tenía una manera de observar la vida como a vuelo de pájaro. Por encima de lo irrelevante. Apuntando a la esencia. Convivía con la rectitud de sus principios y la habitaba un espíritu libre que no se detenía en juicios ni condenas. Era la primera en llegar a los bares si era ahí la cita, y no le importaba ser la más grande si era buena la compañía. Ella disfrutaba de trabajar con las manos su habilidad eximia y de juntarse con todos esos sobrinos que le había regalado la vida: los postizos y los de la familia. Un ser de amor que abrazaba a quien sufría y amadrinaba soledades. La que sabía ser reina y señora de las fiestas y compañera incondicional en las adversidades.
¿Cómo puede ser que alguien con su vitalidad exultante de pronto se perdiera en ese contrapuesto absoluto de lo frío e inerte?
Así de frágil es todo.
Así de endeble.
Y al final un par de latidos es todo lo que divide el insondable abismo entre la vida y la muerte.
–Voy a romper el hielo, porque tengo tanto que agradecerle a tía– dice Jazmín de pronto, cuando rodeamos la urna que contiene lo que queda de ella físicamente.
Y en medio del silencio y los sollozos, la voz de Jazmín se eleva sobre la tristeza con una gratitud tan inmensa que consigue abrir un camino de luz, colmado de recuerdos y anécdotas y de repente ese camino se impregna de sonrisas, y trasciende las formas anidando la risa, y viaja de alma en alma que la tía tocó en vida, y ya el cuento no es sólo de Jaz porque se ha trasladado a otras voces que también agradecen y recuerdan: Algo dice Bibi. Tasha y Jork agregan. Hugui aporta alguna anécdota. María y Tana sonríen. Bauti y Rania observan. Natty. Liv. Dulce. Lucy. Claudia. Toni. Vicky. Tantas almas ahí presentes, congregadas en ella.
De pronto una polifonía de voces parece haber entrado en diálogo abierto a viva voz con el cielo: todos volvemos a conversar con ella. Y en esa muestra de amor profundo se hace sentir de nuevo su presencia. Hasta parece que sonríe cuando alguien eleva una copa al cielo para brindar por su vida. Y probablemente también aplaude –compinche y etérea– cuando aplaudimos todos, celebrando el ser humano extraordinario que supo ser en esta tierra.
(Tal como le hubiera gustado, lejos han quedado las formalidades graves y circunspectas: pero sin duda y en el alma nuestra, brillará para ella por siempre la luz perpetua.)