Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

Conocer a Valentín es una sorpresa que arranca en el momento en que lo oigo ejecutar la guitarra con la destreza de quien puntea las notas de su destino en armonía perfecta.

Cuando llegamos a su casa está sentado de espaldas a la calle. Parece absorto del mundo mientras abraza el instrumento y con los ojos cerrados conjura el hechizo de sus notas. Sus dedos se deslizan sobre la guitarra, y aunque un árbol cubre parcialmente su figura, basta oírlo para empezar a conocerlo por el sonido de su música.

Han sido varias horas de calor y ruta hasta llegar al rincón del país donde habita: Alejado del asfalto, envuelto en la brisa de campo sobre una franja cimbreante de tierra roja. A primera vista, la imagen podría ser idílica si no fuera por los años de privaciones y carencias.

El primero que nos recibe es su padre, don Leoncio. Valentín vive con su familia y forma parte de la red de Sonidos de la Tierra, que a pesar de la pandemia ha conseguido sostener las clases de manera virtual por medio de una plataforma que junta a alumnos y maestros para compartir música y vivencias.

En su patio ha improvisado una torrecita de ladrillos – como una suerte de trípode– sobre la cual coloca el celular para poder dictar sus clases, que viajan por pantalla a los lugares más recónditos de la patria. Saluda a los alumnos. Les muestra. Les cuenta. Les habla de la importancia de la práctica constante para llegar a la meta.

Alguien contesta desde Itacurubí. Otro opina desde Villeta. Todos aprecian que la pandemia no haya logrado cortar el vínculo de esta melodía perfecta. Valentín, además de profesor, es líder comunitario, gracias a la maravillosa amalgama que ha logrado Tierranuestra con Sonidos de la tierra: hacer de la música un instrumento para fomentar el liderazgo y potenciar cambios que beneficien a la sociedad y al planeta.

Mientras Valentín puntea las cuerdas, su padre nos cuenta que esa guitarra es un regalo de su abuelo, una reliquia. Son tres generaciones de músicos: padre y abuelo autodidactas. Y el nieto que al haber estudiado se profesionaliza y hoy puede entregarse a su instrumento de cuerpo y alma. Leoncio también ejecuta el arpa y de sus manos brota una melodía profunda, tan honda como las marcas curtidas por el machete y la pala. No pudo darle al arte el tiempo que necesitaba, pero acompaña sus días después de la jornada.

–Con él sí que se me cumplió mi sueño –dice mientras observa a Valentín y destila suavemente algunas notas en el arpa.

El sueño que no pudo ser para sí mismo, pero que en su hijo se cristaliza.

Valentín termina su clase. Se acerca a Leoncio con una sonrisa y sin decir nada –como si fuera parte de un ritual cotidiano– inician un dúo de arpa y guitarra que llena la tarde de magia. Y ese lenguaje musical lo dice todo: en ese patio conversa un amor que no precisa de palabras.

*Valentín y Leoncio viven en Caaguazú. Actualmente Leoncio trabaja la madera. Valentín es profesor de Sonidos de la Tierra.

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