Por Ricardo Rivas
Periodista
Twitter: @RtrivasRivas
“Cómo olvidarte en esta queja, cafetín de Buenos Aires/si sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja”, escribió Discépolo. Siete meses sin bares, sin cafetines, sin madrugadas. “Ya ves, el día no amanece, Polaco Goyeneche, cantame un tango más. Ya ves, la noche se hace larga, tu vida tiene un carma, cantar, siempre cantar…”. Cacho Castaña, presente. La memoria vuela. Silencio profundo. “¿Qué es la música, maestro?”, preguntó una madrugada, mientras caminábamos sin rumbo en Buenos Aires, el querido amigo Gaviota Ou. Me sorprendió. "Alguna vez, el entrañable Manolo Juárez, un capo que me enseñó tango y folclore con generosidad, me explicó que “la música es una alternativa más del afecto y la emoción”. Fue en alguna nochecita veraniega, en Mar del Plata, mientras compartíamos un vino y paciente encendía el fuego para preparar un asadito en familia. “Por eso disfruto el tango”, respondió Gaviota que, desde algunos años reside en Beijing, República Popular China, donde organiza milongas multitudinarias con esfuerzo y pasión.
“EL MILONGUERO MAYOR”
El “Milonguero Mayor del Imperio del Centro”. Las ausencias me envuelven, este viernes, cuando el inicio del sábado es inminente. El Maestro Manolo, que pocos días atrás se fue para instalarse en el Olimpo de los Grandes; el pibe Gaviota, que está lejos, muy lejos; y todo aquello que la pandemia nos quitó, vuelven una y otra vez. Con un Arnau Oller, Selección de la Familia, del 2014, que alguna vez traje de Colombia, en el copón, levanté mi brazo de pie y en silencio para homenajear a las ausencias. Misterioso el tango, pensé. Ramón Pelisnki, académico, catedrático, etnomusicólogo y tanguero, alguna vez, en la cervecería Zürich, de Belgrano –mi pueblo natal en Buenos Aires, unos 1.250 Km al sur de mi querida Asunción– me explicó que “el tango es nómade”. Me sorprendió. “El nomadismo es el rasgo fundacional del tango, que está habitado por una pulsión migratoria”, agregó. Lo escuché con atención, como en cada ocasión en que asumo mi ignorancia. “Bailar el tango –continuó, palabra más, palabra menos– es danzar configurados por el nomadismo. Cada tango que se baila es único. Sólo esa vez, para esa vez y para ella y él hechos pareja. Aunque dure poco y nada. El tango es porteño pero también viajero y diaspórico”, remató.
DONDE COMÍA MAO
En agosto del 2018 estuve en China. Gaviota me recibió en cuanto descendí del tren de alta velocidad en Beijing, una megalópolis formidable. Caminamos por algunas horas. También charlamos. Con dos amigos comunes –Felipe y Santiago– cenamos en Quan Ju De. “Aquí comía Mao”, dijo uno de ellos al tiempo que mostraba que sobre una pared blanca, con letras doradas, dice “algo así como ‘que este lugar no cierre nunca’, que habría expresado el Gran Timonel, que disfrutaba comer pato laqueado Pekín”. La cena se extendió hasta pasadas las 10. Solos caminamos, con Gaviota, por Wangfujing, una larga peatonal que allí se encuentra desde poco más de siete siglos. “Más de 5 mil chinas y chinos bailan milonga cada viernes”, precisó el Milonguero Mayor con orgullo. “Pero no soy un pionero, soy un continuador –comentó con humildad– porque en 1959, el maestro Osvaldo Pugliese llegó con su orquesta a Beijing, junto con veinte músicos y Jorge Maciel, el primer argentino que cantó un tango en China”, añadió. Entramos a un bar. La pequeña botella de porcelana blanca de Moitú –"la bebida más poderosa del Planeta", según International Wine & Spirits Group– que compartimos fue estímulo suficiente para volver sobre el tango.
PUGLIESE Y MÁS
“Pugliese y compañía llegaron desde Moscú. Actuaron en ocho ciudades. La sexta presentación, el 13 de diciembre de 1959, fue Wuhan. Más de 35 mil personas los vieron y Maciel cantó un tango en chino. Increíble. ¡Hasta el primer ministro Zhou Enlai los visitó!”. En el diario de Hubei, impresionado por las actuaciones de Pugliese, Lin Lu, vicepresidente de la Asociación China de los Músicos de aquella ciudad, publicó un poema crítico titulado Tango Maravilloso. “Gracias a los amigos argentinos por la amistad tan sincera./Ustedes vinieron al Río de Yangzi desde el Río de La Plata,/ Trayéndonos el tango tan maravillo, de su pueblo cariñoso./Roynal cantó el tango fantasía,/Su orquesta interpretó la tristeza por el tango,/ Ustedes expresaron su emoción por cada tango,/Quido y Marciel mostraron la vida verdadera./Ustedes bailaron la historia del tango,/Ustedes cantaron su pueblo hermoso,/Los dedos de Pugliese nunca dejaron los teclados./ Para presentarnos los paisajes infinitos argentinos./Ustedes nos emocionaron fundamentalmente,/Ya construyeron un puente cultural,/Aunque se queda tan larga la distancia entre China y Argentina/ La amistad de Paz crece continuamente sin falta”. Sabio Lin Lu, percibió el tango nómade y diaspórico, cuatro décadas antes que de ello me hablara Ramón Pelinski. Recuerdo haber leído en la revista Dang Dai, poco tiempo atrás, que Pugliese, cuando regresó de aquella gira histórica, habló del “sentimiento de simpatía hacia nosotros” que percibió en China, donde encontró un “pueblo culto” que supo “valorar nuestros esfuerzos por difundir nuestra música en aquellos lejanos países donde sólo conocían viejos tangos como ‘El Choclo’, ‘A media luz’ y ‘La Cumparsita’”. El poeta Horacio Ferrer, años después, agregó que tangos clásicos como “'Mi Buenos Aires querido', ‘Remembranzas’, y ‘La Yumba’, al igual que los solos de orquesta con tangos de [los autores] Bardi, Cobián y De Caro, conmovieron a los jóvenes chinos”.
EL TANGO NÓMADE Y UNIVERSAL
De esto me hablaba el profe Pelinski, pensé. “Muchos de estos tangos han llegado a ser realizaciones sorprendentes de la idea de tanguitud homologables a la perfección del tango porteño. Más aún, han sido apropiados en todos los rincones del mundo por personas cuya subjetividad han potenciado en la vida cotidiana”, sostenía Ramón y precisaba: “Ambos tipos ideales de tango, el porteño, amarrado a su propia identidad, y sus emergentes nómades, abiertos a identidades múltiples, han circulado a menudo por caminos paralelos como dos soledades que no se reconocen”. Jorge Luis Borges, con una etapa milonguera en su inmenso ecosistema creativo, no creía, en la inmediatez terrenal, en un tango diaspórico y nómade, aunque sí lo pensaba posible en la infinitud del plano celestial. Sostenía Borges sobre esa multiplicidad de tangos de los que me habló Ramón que son “tangos que nuestros oídos no reconocen, [que] nuestra memoria no alberga y nuestro cuerpo rechaza”. Suponía luego que “sin atardeceres y noches de Buenos Aires no puede hacerse un tango”, aunque admitía que “en el cielo nos espera a los argentinos la idea platónica del tango, su forma universal”. Con profundo respeto y reconocimiento eterno para con usted que tantas horas de charla aceptó compartir conmigo entre 1983 y el día en que partió hacia Ginebra, de donde –casi como en el tango más célebre de Gabino Coria Peñaloza y Juan de Dios Filiberto– “nunca más volvió”, me atrevo a decirle que, en esto, pifió, Maestro. En silencio buscamos con Gaviota nuevamente las calles de Pekín. En el momento de pasar frente al teatro Tianqiao, donde Pugliese ofreció el primer concierto, una luna enorme iluminaba las calles chinas. La miramos y seguimos. Tal vez, con la ayuda del Moitú los recuerdos se hicieron desafinadas estrofas tangueras en un karaoke céntrico. Gaviota arremetió con “Malena” que, según Homero Manzi, en 1941, “canta el tango como ninguna”. Chinas y chinos nos aplaudieron. Vaya a saber por qué razón inexplicable. Lo seguí. “¡Nada, nada queda en tu casa natal!/Sólo telarañas que teje el yuyal…/El rosal tampoco existe/Y es seguro que se ha muerto al irte tú…”, volvieron los aplausos. También algunos vítores y otra vuelta de Moitú. Retomamos la caminata. Recuerdo que silbé el mismo tangazo que minutos antes presumí que cantaba. “¿Quién escribió Nada?”, preguntó Gaviota.
HISTORIA DE SANGRE
Un banco en la plaza Tiananmén o Puerta de la Paz Celestial, como tradujo el amigo, cerca del mausoleo de Mao, dio paso a una curiosa historia de sangre –casi tanguera– que protagonizó Horacio Sanguinetti Basterra, autor de “Nada” y tío abuelo del querido Juan Basterra, enorme escritor chaqueño que, como confidencia familiar, me contó alguna vez. “Había muerto la hermana de Horacio, en Buenos Aires, casada con un milico. La tuberculosis se la llevó joven”. Escuché con tanta atención entonces como la que logré despertar, aquella madrugada pekinesa, en el joven chino. “En la familia se cuenta que en el velorio, el militar lloraba. Mis tías más ancianas aseguran que el viudo la maltrataba, que la golpeaba. Sanguinetti, no pudo soportar esa escena de hipocresía. Lo increpó duramente a su cuñado. “¡Ahora la llorás, hijo de puta y hasta ayer la cagabas a trompadas!”. El militar enceguecido se puso de pie mirándolo fijamente con sus ojos inyectados en sangre. Quiso desenfundar un revolver. Fue lento el viudo. Cayó con dos certeros plomazos en el pecho. Andar armados, en aquellos años, cerca de 1950, en el siglo pasado, era bastante común. Inmediatamente, aunque sin correr, Horacio Sanguinetti Basterra abandonó la casa de sepelios con rumbo desconocido con la convicción de haber hecho justicia en nombre de su finada hermana. Algunos aseguran que, por algunas horas, el vengador tanguero se escondió en el bulín (pequeño departamento) de otro tanguero. ¿Habrá sido Juan D’Arienzo, el rey del compás, como se lo apodaba por entonces, de estrecha relación con la política y la policía? Al parecer, el presidente Perón le indicó al jefe de policía que ‘por unas horas se olvidara de Basterra’ y nunca más se supo de él hasta que murió en 1957, cuando tenía 46, después de escribir y registrar como propios 153 tangos. Entre ellos, ‘Nada’”. Nos envolvió el silencio. Nuestros ojos escudriñaron el cielo. Eran cerca de las 4. Beijing dormía profundamente cuando Gaviota –ese pibe argenchino que leyó “60 kilos de libros sobre tango. Mi pasión”, como él mismo lo revela; al que no pocas chinas y chinos consideran, con visión fantasmática oriental, como portador del espíritu del mismísimo Carlos Gardel– levantó sus pequeños ojos rasgados hacia el cielo y dejó volar su imaginación. “¿Maestro, Lao Lí [como me llaman mis amigas y amigos chinos] no ves que va la Luna, rodando por Tiananmén?”. Un rato más tarde, amaneció. Un sol con multiplicidad de tonos naranja comenzó su lucha cotidiana para abrirse paso entre el smog pekinés.