El viaje de la memoria se pierde en el cielo de Asunción hacia el suroeste y allí se posa en el legendario Estadio Defensores del Chaco, ese “velador gigante” con forma de herradura. Una historia que comenzó a latir en 1917, como Estadio Puerto Sajonia.
Por Toni Roberto
Hoy quiero subirme una noche cualquiera al mirador de “la casa de Rosita” en las alturas del viejo centro de Asunción, del cual les hablaba el domingo pasado, y mirar hacia el suroeste de la ciudad donde se encuentra el legendario Estadio Defensores del Chaco, iluminado por sus propias luces, ese “velador gigante” con forma de herradura.
Inaugurado en 1917 como Estadio de Puerto Sajonia en unos terrenos que fueron donados en parte por Eduardo Schaerer y que fue transformándose con el tiempo, habiendo sido también lugar importante en la época de la Guerra del Chaco como campo para la movilización del ejército y luego de concentración para los prisioneros bolivianos.
En 1954 con el dinero que recibió la Liga Paraguaya de Fútbol por el Campeonato de Lima en 1953, logrado bajo la gestión de Alfonso Capurro y la dirección técnica del legendario Manuel Fleitas Solich, se empezó la construcción del denominado sector Campeones de Lima bajo la dirección de los ingenieros Pastor Gómez y Luis Paleari, con el diseño de los arquitectos Francisco Canese y Rosa Capello.
LUIS FERNANDO MEYER Y LOS CÁLCULOS DEL ESTADIO
Cuenta el ingeniero Luis F. Meyer en forma exclusiva para Cuadernos de Barrio: “En 1964 ganamos por concurso el diseño, cálculos y dirección del estadio con los arquitectos Goldenberg, Perelló, Solís, Soler y Alcides Galeano, yo realicé la ingeniería estructural. Se construyó en varios años y por etapas, pero con la condición de dejar intacta la gradería Campeones de Lima y es allá entre 1969 y 1970 bajo la presidencia de Juan A. Sosa Gautier que se decide licitar y dar a cuatro empresas constructoras, entre ellas Guaranisa, representada por los ingenieros Cameron, Marcial Jiménez, Heisecke, y por las otras empresas, los ingenieros Wasmosy, Vera Vierci y Auad, entre otros, con la contraparte de la Liga Paraguaya de Fútbol comandada por el Ing. Lorenzo Codas”.
LOS VECINOS
Hablar con el ingeniero Meyer, uno de los más grandes calculistas de nuestro país, me lleva siempre a transformar el mero cemento en pura poesía que me trae viejos recuerdos, mis escapadas de niño desde el barrio Gral. Díaz hasta la zona del estadio en la vieja Sajonia y recordar a las antiguas familias de sus alrededores como los Pangrazio, los Spatuzza, los Giovine, los Diez Pérez, los Otazú, los Giardina o los Ciccioli. También al pediatra de una de las esquinas el Dr. Migliore o a la cantante de la zona, Gloria “Mamicha” Garcete, a quien el gran don Carlos Sosa la bautizó artísticamente como “Gloria Garcé”, que había sido finalista del legendario festival de música “Camino al Éxito”, cuya voz en los ensayos en las veredas de la calle Isabel La Católica retumbaba hasta las viejas estructuras del estadio.
Las anécdotas van y vienen y todas coinciden que vivir en los alrededores del estadio tenía un sabor distinto con los gritos de gol, las “antiguas aglomeraciones”, los vendedores de chipas o gaseosas, los cuidacoches, que en muchos casos eran los propios vecinos.
Dice Lucy Giovine, una de las antiguas vecinas: "Quiero encontrar el álbum de cuando mis hermanos y yo éramos chicos, allá por 1958 en adelante, cuando sí jugábamos en la calle, tuka'ê, balita y fútbol en la cancha del Defensores, era el papá de Osvaldo Pangrazio el que juntaba a los mitã'i del barrio y yo entre ellos, cruzábamos la calle y nos llevaba a jugar fútbol a la cancha. Por su lado cuenta Lis Giardina: “cada partido era un acontecimiento, sillas en las veredas y los parientes que venían a dejar sus autos en el amplio patio del frente de mi casa”, también otro vecino del estadio, el artista Carlo Spatuzza dice: “de mitã'i cobrábamos estacionamiento frente a nuestras veredas y nunca voy a olvidar a los chiperos y sus canastos que con piolines subían chipas y gaseosas a las graderías”. También Luis Fernando Meyer dice: “mi papá tenía su lugar en cada partido del viejo estadio cuando todavía tenía sentido Este Oeste y cualquier aviso íbamos hasta detrás de las graderías y pegándole un grito le avisábamos cualquier urgencia”. Finalmente Nelson Diez Pérez nos cuenta que “allá a mediados de los años 70 debajo de la zona de ‘preferencia’ habían montículos de tierra y hacíamos bicicross con esas viejas Monark y Caloi cuando el estadio todavía no estaba amurallado”.
Retazos de recuerdos en plena pandemia de una arquitectura y sus vecinos que más allá de los partidos, habitaron “los alrededores del Defensores” del barrio Carlos A. López, que forma parte del “Viejo Sajonia” que se resiste a perder sus antiguos límites.