Por David Velázquez Seiferheld, historiador

Luego de la cruenta Guerra de la Triple Alianza, entre los años 1870 y 1919 muchas enfermedades azotaron con fuerza la débil salud de los habitantes del Paraguay. Además de las más conocidas como la temible y antigua viruela, aparecieron otras desconocidas hasta entonces y que causaron grandes estragos en la población y cambios en la vida social de entonces.

Tras la Guerra de la Triple Alianza, y en el estado de postración en que se encontraba el país, las enfermedades afectaron gravemente la vida del Paraguay en todos sus ámbitos. La reaparición de la temible y antigua viruela, a la que sumaron enfermedades que antes de la guerra eran desconocidas o por lo menos “casi completamente desconocidas en el Paraguay” al decir del Dr. William Stewart, como fiebre amarilla, tifus y tifoidea, difteria, cólera y disentería, diezmaban la población, agravaban las miserias de un país en ruinas y dificultaban la recuperación de la economía.

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Por lo general, las epidemias estaban asociadas –y en este sentido, aunque quizás más pobre, el Paraguay no era la excepción entre la mayor parte de las naciones– a las condiciones deplorables de la higiene pública. Los pocos canales de desagüe que se habían abierto en Asunción durante el gobierno de Carlos Antonio López estaban taponados, reteniendo las aguas y con ellas todo tipo de desperdicios, favoreciendo la aparición y proliferación de vectores. Las mataderías también contribuían con la polución al arrojar sus restos a las calles, en la cercanía de las casas, ante la imposibilidad material de la municipalidad de Asunción de controlarlas.

COMPLEJIDAD Y CARENCIAS

Es difícil, en ausencia de estadísticas fiables, determinar con exactitud el número de víctimas de las epidemias, aunque es posible inferir que tuvo que haber sido elevado, especialmente en zonas de la capital como la Chacarita, ya que los desperdicios de la parte “alta” de Asunción corrían imparables con las aguas a través de los barrancos hasta llegar a las humildes viviendas del antiguo y populoso sector de la ciudad. Además, la población pobre solía padecer con las especulaciones al alza de los precios de los insumos médicos y con la usura de los prestatarios.

La complejidad de las nuevas enfermedades y la carencia de médicos y de un sistema de salud pública trajeron como consecuencia diversos ensayos institucionales (creación del Consejo de Medicina, luego del Consejo de Higiene; la formación de profesionales de la salud en la Universidad Nacional; la Inspección de salud escolar creada en 1910; la creación del Departamento Nacional de Higiene y Asistencia Pública en 1917 tras haberse nacionalizado el Hospital de la Caridad), que desarrollaron grandes esfuerzos en medio de privaciones aún mayores, con muy escasos medios. Tan escasos, por ejemplo, que la Facultad de Medicina permaneció cerrada entre 1909 y 1918. Los municipios y el Estado intentaban brindar medicinas y sostén económico a las familias empobrecidas y víctimas de las enfermedades.

LA SALUD PÚBLICA

Hasta que se reorganizó la salud pública en el Paraguay –proceso que duró entre 1915 y 1917– fueron las asociaciones privadas las que se ocupaban de poner en marcha los servicios: contaban, ciertamente, con subsidios estatales, pero la gestión recaía básicamente sobre éstas. Así se organizaron la Sociedad de Damas de Beneficencia; la Cruz Verde y la Cruz Blanca que cumplió destacada actuación durante la epidemia de 1918.

Las epidemias generaban cuarentenas inmediatas, lo que para el Paraguay significaba, en la práctica, un alto grado de aislamiento. Algunas veces, el aislamiento –duro en sí mismo– podía resultar catastrófico para el comercio fluvial, como ocurrió, por ejemplo, durante las epidemias de fiebre amarilla de 1871 y 1890; y la peste bubónica de 1900-1901. Las comunicaciones fluviales quedaban severamente dañadas, como ocurrió, por ejemplo, durante la epidemia de 1900-1901; y el comercio de exportación acusaba el impacto de las estrictas medidas de salud.

EDUCACIÓN AFECTADA

La educación resultaba particularmente afectada, ya que en escenarios de epidemias, las escuelas se cerraban para evitar los contagios. Ocurrió, por ejemplo, en 1893, ante una epidemia de viruela; en 1902 y en 1911, ante la epidemia de peste bubónica; y volvería a ocurrir con la clausura anticipada del año lectivo en 1918 cuando hizo su aparición la mal llamada gripe española; y luego, al año siguiente, ante un brote de sarampión. En 1911, incluso el fútbol (entonces incipiente) resultó afectado por la situación.

A pesar de que en 1880 se estableció la obligación de la vacunación contra la viruela, la mayor parte de la niñez no era vacunada por sus padres. Entre el desconocimiento y el temor, la viruela hizo estragos en la niñez paraguaya durante décadas.

En libros escolares, aparecía como sinónimo de caridad, un médico: Juan Vicente Estigarribia, quien había sido antes de la Guerra de la Triple Alianza un reconocido médico en el Paraguay. Había atendido al dictador Francia, y hacia el final de su vida, recibió de Francisco Solano López una pensión como reconocimiento a décadas de trabajo desde la organización de los servicios de salud en los cuarteles, hasta la atención desinteresada a familias en situación de pobreza.

HOSPITAL DE CARIDAD

El reducido número de médicos y enfermeras se organizaba como mejor podía. El antiguo Hospital Potrero se convirtió en Hospital de Caridad, y mediante la Sociedad de Damas de Beneficencia fue asignado a la orden de las hermanas vicentinas, hasta que fue nacionalizado en 1915 con el nombre de Hospital Nacional San Vicente de Paul (hoy, Hospital de Clínicas). Fue el principal centro hospitalario del Paraguay y uno de los edificios emblemáticos de Asunción.

Los escasos médicos –solo 3 en 1881; y aunque creciente su número, solo eran alrededor de 50 en 1918– se prodigaban en tareas públicas y privadas de dirección y atención de pacientes. La historia recuerda, entre otros, a Stewart, O’Campos, Velázquez y los primeros egresados de la Facultad de Medicina, Gubetich y Barbero, que organizaron el servicio médico escolar –siempre precario; y éste último, Andrés Barbero, cuyas dotes organizativas fueron desplegadas para contener la gripe española entre 1918 y 1919.

HÉROES DE BLANCO

Como hoy, en aquellas décadas, tres de ellos dieron sus vidas en cumplimiento de sus deberes profesionales.

Durante la epidemia de peste bubónica de 1911 fallecieron los doctores J. Emiliano Paiva y Bartolomé Coronel, atendiendo a sus respectivos pacientes. En 1919, en otra epidemia, falleció el doctor Manuel Pérez Acosta, que había sido director del Hospital entre 1915 y 1916. Calles de Asunción llevan sus nombres: es bueno recordar, en este momento, el porqué.

Doctor Bartolomé Coronel. Falleció atendiendo pacientes durante una epidemia de peste bubónica en 1911.
DR. J. Emiliano Paiva dio su vida también combatiendo la epidemia de peste bubónica en 1911.
DR. Manuel Pérez Acosta. En 1919 falleció el doctor Manuel Pérez Acosta, víctima de una epidemia. Había sido director del Hospital entre 1915 y 1916.


Bibliografía

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