Por Jorge Zárate
jorge.zarate@gruponacio.com.py
El innegable impacto económico de la cuarentena se ve reflejado en las redes sociales. En Facebook, proliferan las ofertas de servicios y productos y de actividades online como cursos y conferencias.
Pero Cambachivache se ganó un lugar destacado en este tiempo especial. Su número de usuarios creció exponencialmente, comenta su creador Jorge Uriberri, con cierta incredulidad por este auge del trueque, al punto que ya piensa en convertir la idea en una aplicación.
Parece lógico, ya que ahora se hacen en un día las transacciones que antes tomaban una semana y pasó de poco más de 12 mil miembros al inicio de la pandemia del covid 19 a casi 200 mil cuando se escribe esta nota.
“Solo trueque. Plata prohibido. Sabelo”, dice el eslogan que se cumple a rajatabla ya que los administradores del mismo no permiten siquiera mencionar la palabra “dinero” en sus posteos.
Surgido como un “Cambalache” virtual, el grupo nació en el 2016 con la idea de intercambiar cosas.
HOY ES UN BOOM
Se ofrecen desde remeras de entrenamiento de los jugadores de Cerro Porteño, nidos de cerámica para pajaritos, todos los electrodomésticos habidos y por haber, instrumentos musicales y un largo etcétera que el lector puede verificar dando en el grupo un scroll, es decir, recorriendo con el dedo en la pantalla del celular.
La permanencia de la gente en sus hogares provocó el lógico deseo de ordenar habitaciones, cuando no pintarlas y hermosearlas.
En esos movimientos la gente se dio con gran cantidad de objetos que guarda a veces sin razón y el espacio en la red social ofreció la oportunidad única.
El trueque está en la naturaleza humana y para muchos, también fue una oportunidad de moverse un poco y socializar, haciendo las cosas en cercanía.
Incluso en el grupo se llegó a requerir que una vez concretados los trueques los usuarios publiquen sus fotos utilizando barbijos, para que cunda el ejemplo de protección durante la cuarentena. Así fue que estas imágenes se multiplicaron y hoy dan cuenta de alegres intercambios en la página.
Iriberri junto con su esposa, Carla Barbieri, y su socio Gonzalo Murcia llevan adelante este espacio sin fines de lucro: “Acá no usamos plata porque las cosas que cambiamos tienen un valor incalculable”.
Sólo está prohibido intercambiar armas y animales silvestres y vale saber que no se pueden usar los vocablos comprar, vender, dinero, efectivo, armas.
Los moderadores prohíben además todo tipo de insultos o malos tratos.
“Eliminar el dinero en una transacción lo vuelve más social, divertido y transparente. Acá el valor de las cosas es afectivo, no efectivo”, comentó Iriberri en diálogo con La Nación.
YOGA POR ZOOM
“La situación nos planteó un nuevo escenario. Era como si de pronto una de esas películas futuristas de catástrofes o de zombies se hubiera materializado y el ambiente se enrareció. Sin embargo, a los pocos días de decretarse la cuarentena buscamos la manera de retomar el contacto con nuestros alumnos y a la semana ya lo estábamos haciendo, cuando finalmente dimos con la plataforma que mejor nos resultó (Zoom)”, cuentan Nathalie Aguilera y Felipe Vallejos de Hari Gopal Yoga.
“Debemos admitir que antes de esta crisis para nosotros era impensable trabajar online, porque estábamos habituados al modo tradicional de la enseñanza del yoga, con cercanía, con contacto directo con los alumnos. Pero nos adaptamos a la situación y se nos abrieron nuevos horizontes y aprendimos muchas cosas”, admiten.
La necesidad del contacto se hizo sentir, pero el espacio de reunión también se pudo recrear virtualmente: “Para empezar, fue como volver a reencontrarnos después de mucho y con mucha emoción, nos sentimos felices de volver a vernos y poder contenernos mutuamente. Nuestros alumnos necesitaban ‘algo’ más que hacer, y nosotros también, claro que sí. Fue bueno preguntar a todos ‘cómo están’, y que cada uno descargara un poquito lo que sentía. Nosotros también. Aparte, al conectarnos pudieron retomar sus clases y retomar su rutina de práctica. Creo que para muchos, como nunca antes, yoga tuvo muchísimo sentido en sus vidas”, recordaron.
“Además, antes del covid-19 nuestros alumnos venían cada cual en el horario de su preferencia a nuestra ‘shala’ a tomar la clase. Ya en pandemia, fuimos nosotros quienes los visitamos en sus hogares, de pronto eran ellos quienes nos recibían en sus casas. Y lejos del preconcepto de que practicar yoga ‘online’ es frío, deshumanizado y mecánico, resultó una experiencia muy bonita y muy enriquecedora para nosotros”, siguen contando.
El poder ingresar en los hogares de los alumnos a través de la webcam tuvo también lo suyo: “Pudimos ver a nuestros alumnos en la intimidad, no de manera invasiva sino más distendida e informal, incluso pasaban cosas simpáticas en la pantalla y en plena clase: asomaban los niños y se colgaban de sus papis, o las mascotas, un gato, un perro acurrucándose en el regazo o en la alfombrilla de la alumna o alumno, un marido pasando desprevenido y con total naturalidad allá en el fondo, o la pareja de nuestra o nuestro alumno ayudando a realizar alguna postura…”.
Pero también este tiempo especial brindó nuevas oportunidades a los instructores: “A nosotros también se nos abrió la posibilidad de tomar clases de meditación, asistir a prácticas de yoga, a charlas filosóficas y demás con profesores internacionales que antes de la pandemia habría sido muy difícil si no imposible acceder a ellos; ahora de pronto estaban dando cátedra online, a través de cualquier medio, Zoom, Instagram, FB, algunos gratis o a un costo muy accesible. De modo que en cierta forma pudimos hasta viajar virtualmente según el caso, a España, Estados Unidos o la India”, dijeron Aguilera y Vallejos.
“Hasta ahora, aunque ya volvimos a las clases presenciales en el marco de un estricto protocolo de cuidados, continuamos y tenemos claro que seguiremos con las clases virtuales, ya adoptamos este modo. Porque esto no se acabó, y además hemos ganado nuevos alumnos que se sienten más cómodos de esta manera”, concluyeron.